Fiction
Polifonía
COLUMN/COLUMNA

Polifonía

Gisela Kozak

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Contaban apenas con 22 años, una licenciatura cerca de su culminación y el convencimiento absoluto sobre la pureza de sus intenciones. Los tres eran brillantes y atractivos . Buscaban la soledad nocturna de las playas y el frescor de las montañas, lugares preciosos en los que solamente resonaban sus voces. Carpas, cobijas  y sleepings eran testigos de sus piruetas amorosas, cada vez más audaces y concertadas, luego de un periodo de dudas, escarceos y errores. La novedad es siempre difícil aunque la emoción ayuda a saborear la felicidad; experimentar significa soledad y dolor pero también belleza. Los celos, apenas un detallito, un resto clasemediero adherido a los sentimientos, una incómoda presencia del mundo al que había que hacer polvo lo más pronto posible.

Ángela habría sido feliz si hubiese podido recorrer los pasillos de la Escuela de Letras con un parlante y revelar su superior condición de pioneros. Fabricio era muy desinhibido, aunque menos pendiente de los demás que Ángela, mientras Carmen  prefería desentenderse de la opinión ajena. Temía que sus padres se enteraran, de ese curioso modo en el que no se hace nada especial para evitarlo y tampoco se llevan a cabo confesiones intempestivas. Eran  arrogantes al extremo, si bien Carmen era mucho más dulce y suave que ellos dos en cuanto a trato. Veía por sus ojos y los adoraba, sobre todo a Ángela, pero daba por descontado que esas diferencias afectivas pequeñoburguesas,  propias de la sinrazón sentimental de la crianza conservadora, cederían ante la fuerza de aquella obra de arte que iba a ser su vida juntos.

Fabricio se reía de las salidas de tono de Ángela, a pesar de que lo intimidaba; ella,  enamorada de él sin duda, estaba unida a Carmen con lazos más fuertes de amor y lealtad, lo cual no pasaba desapercibido para el joven. Durante un tiempo, Fabricio la  quiso de manera más cerebral que profunda, en lucha contra su propia “herencia machista”, según reconocía en largas conversaciones nocturnas. Los varones se espantaban con la sexy Ángela, mucho más exitosa entre las mujeres. En los primeros meses, él hubiese sido más feliz con una sola -Carmen-, pero no se trataba de ser felices sino de ser únicos.

Por qué se embarcaron en aquel ajetreo amoroso no era fácil de entender para sus amistades, distantes unas, discretas y tolerantes las demás. Había demasiado esfuerzo en la empresa; por fortuna, la juventud aligeraba con emoción y deseo aliñado de equívoco los mejores momentos de aquella aventura. Mientras, la relación era vista con creciente desconfianza por los familiares de los tres. Además, quienes algo sabían o intuían se molestaban ante el privilegio de Fabricio, con dos mujeres para él solo. Incluso, una de sus amigas lesbianas se apartó porque la bisexualidad le causaba asco. Sin embargo, los tres se entrelazaron en su mundo y decidieron vivir juntos, sin dar a sus respectivas familias y amistades explicaciones mayores. Los camaradas veían con sospecha aquella relación, plena de hedonismo en medio de un estilo de vida más bien modesto. Carmen abandonó la existencia cómoda de su familia adinerada, cada día menos dispuesta a ofrecer comodidades a la hija díscola que andaba en malos pasos que no se atrevían a describir en voz alta. Fabricio tuvo más suerte pues su madre repartió la herencia de su padre y pudo comprarse un apartamento en el centro de la ciudad, un lugar feo pero muy animado. Ángela no tenía nada que sacrificar pues su madre y su padrastro no tenían dinero con el cual chantajearla; la expulsaron de la casa sin más trámite cuando su madre la encontró en la cocina besándose con Carmen. Gritos, golpes e insultos hicieron que saliera huyendo.

Pasaron algunos años. A veces algún invitado o invitada compartía el privilegio del enorme colchón en el que dormían los tres; en otras ocasiones, cada quien por su lado experimentaba alguna aventura en cama ajena. Mientras lanzaban abajo la heteronormatividad y el patriarcado, Fabricio  subía como la espuma en el partido, pero los camaradas, entre ellos militares y excomunistas, oían rumores sobre su vida privada demasiado escandalosos para su gusto.

—Cásate con una y cógete a las dos —le dijo un día un dirigente importante con tono cómplice. —Se oyen muchas cosas y el partido no está preparado para esos inventos. En unos añitos te sale ministerio. Saca el título y tienes un alto cargo en la Universidad Bolivariana.

Fabricio quedó en silencio, con el corazón latiendo aceleradamente ante la amistosa orden de uno de los hombres que más admiraba en este mundo. La plenitud y felicidad que sentía, cuando formaba parte de las selectas reuniones en Miraflores, no era comparable con nada. Carmen rebosaba de  orgullo; Ángela, en cambio, dudaba cada día más de su propia pasión política. Le molestaba el que Fabricio fuese uno de los preferidos del máximo líder, pues hubiese preferido ser ella, pero amaba a su marido lo suficiente para no amargarse por este detalle. Ángela luchaba por causas poco apreciadas en el partido —entre otras,  la suya propia como mujer bisexual—; a pesar de su empleo en el Ministerio de la Mujer, no lograba nada en cuanto a la población LGBTQ. Molestaban su inteligencia despierta, su pasión lectora y, desde luego, su carácter tremendo, por no mencionar las habladurías sobre su vida privada. Como buena idealista, le costaba acostumbrarse al pragmatismo político diario, al güisqui que corría como agua y a los cambios en gustos y vestimentas. Fabricio y Carmen entendían su verticalidad política y callaban, hacían el amor o, simplemente, hablaban de otra cosa.

Al sentirse ignorada, Ángela se entregó a sus aventuras, entre ellas una con una mujer de la oposición, lo cual encendió todas las alarmas de Fabricio y Carmen. Carmen lloraba a mares porque se sentía esta vez tremendamente lastimada; en el fondo, muy en el fondo, amaba más a su mujer que a su marido. Admiraba, sin duda, su compromiso político, el cual reflejaba plenamente el suyo, y coincidía con él en que Ángela no se había curado de sus lecturas de la adolescencia y de la Escuela de Letras.

—Tiene que descolonizarse —decía Fabricio, con el ceño fruncido y usando los términos que deslumbraban a la cúpula del partido.

—Es verdad, pero es un proceso largo, tú lo sabes —señalaba Carmen.

Ángela volvió al redil, luego de una descomunal discusión política con la opositora. Fabricio y Carmen estaban tan ocupados con el partido que dieron por bueno el final de la relación.

Los tres terminaron la licenciatura el mismo año y mucho más tarde de lo que les tocaba, pero salieron muy bien. De inmediato, Fabricio obtuvo un alto cargo en la Universidad Bolivariana, lo cual le ganó las ironías de su tutor, uno de esos académicos, considerados de derecha, forrado de publicaciones, títulos y conferencias. Lo había preferido a los profesores de su misma línea política por puro sentimentalismo, pensó mientras se dirigía a una reunión de emergencia en Miraflores. El chofer conducía la reluciente camioneta con la certeza de que no habría fiscal de tránsito capaz de detenerlo en sus acrobacias automovilísticas; mientras,  Fabricio, completamente absorto,  pensaba en su nueva vida con delectación y emoción profunda. Compartía con Carmen, mucho más que con Ángela, el orgullo de estar en la primera fila a los veinticinco años de edad. Las mujeres lo perseguían más que nunca y él se daba el lujo de elegir, para luego seguir con la obra de arte a seis manos. El sexo era cada vez menos frecuente entre ellos por cuestiones de tiempo, trabajo y disposición; de todas maneras, seguían juntos, tercamente juntos. “Cásate con una y cógete a las dos”, resonaba en su cabeza como un mandato, sobre todo cuando Ángela comenzaba a fastidiar con sus dudas; para colmo, había engordado y él tenía a su disposición mujeres de esbelta apariencia Carmen también había engordado. Aunque seguía fiel al proceso, se había alejado con toda lentitud y disimulo de cargos o cualquier instancia de poder real. Se dedicó más que nunca al feminismo y a la causa LGBTQ.

Una mañana, Carmen y Ángela amanecieron con una enorme cantidad de dinero en sus cuentas; Fabricio no estaba ni contestaba los mensajes de texto y las llamadas. ¿De dónde había salido aquel dinero? Prendieron el televisor de alta definición pues el máximo líder daría un importantísimo mensaje al país. Allí estaba su marido, sonriente, guapo, feliz y abrazado a una joven.

 

Foto de Pawel Czerwinski en Unsplash

 

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006); Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales (Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

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Posted: September 13, 2023 at 8:36 pm

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