El excepcionalismo cubano, de izquierda a derecha
César Eduardo Santos
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Cuba mantiene un lugar privilegiado entre líderes y movimientos democráticos. Un claro ejemplo ha sido su reciente acceso, como socio, al foro ampliado de los BRICS. Mientras que el presidente brasileño, Lula da Silva, vetó esta posibilidad para Venezuela y Nicaragua, no presentó objeción alguna con la adhesión de la isla al organismo multilateral.
El mito del excepcionalismo cubano ronda aún el imaginario político de América Latina. En una entrevista reciente, el expresidente uruguayo José Mújica afirmó que, a diferencia de la situación en Nicaragua y Venezuela, “en Cuba es distinto, porque Cuba hace setenta años definió la dictadura del proletariado y el partido único”. Si bien Mújica pretendió asumir cierto tono crítico, aseverando que dicho sistema “no sirve”, sus palabras hacen parte de una asunción general entre amplios y variados sectores de la izquierda regional, los cuales otorgan al régimen cubano un estatus independiente –y privilegiado– del resto de América Latina.
De 1959 a la fecha, la situación política, económica y social cubana ha pasado, entre la opinión pública latinoamericana, como un acontecimiento sui generis, marcadamente ajeno a las crisis financieras, estallidos sociales y cambios de régimen que durante seis largas décadas han configurado a la región. Desde la defensa del modelo de partido único con motivo de sus presumibles logros en sectores como la salud y educación públicas, hasta la narrativa del bloqueo como causa de todos los males que golpean a la isla, el régimen inaugurado por Fidel Castro ha concitado el favor de académicos, periodistas y élites gobernantes para situarse como una excepcionalidad en la historia política de América Latina.
Pese a ello, el supuesto milagro revolucionario ha perdido, durante las últimas dos décadas, cualquier asidero fáctico. Sin ir más lejos, tras la pandemia del Covid-19, la isla ha sentido el flagelo de múltiples crisis que, aderezadas con valientes expresiones de descontento social, exhiben sin lugar a dudas el agotamiento del modelo socialista, el incremento de la represión en su seno y la poca visión de Estado de la cúpula poscastrista. En este sentido, la excepcionalidad cubana parece consistir ya no tanto en el éxito del así llamado proceso revolucionario, sino en el sostenimiento, por casi setenta años, de un régimen que ha fracasado en sus germinales promesas redistributivas y (falsamente) democratizadoras.
El appeal cubano y la izquierda regional
Más aún, el carácter singular que hoy ha adquirido Cuba se manifiesta en su capacidad “asimétrica de influencia regional; visible incluso en países mucho mayores en población y economía” como lo son México, Colombia y Venezuela, de acuerdo con un reporte del centro de pensamiento Gobierno y Análisis Político sobre el impacto del Sharp Power cubano en América Latina. Ciertamente, es notable que un régimen empobrecido y profundamente autoritario siga manteniendo la simpatía de líderes, representaciones diplomáticas, organismos multilaterales y grupos de la sociedad civil regional.
En el plano simbólico, por ejemplo, las narrativas del Gobierno de Cuba suscitan todavía un respaldo abrumador en espacios como la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde la denuncia del mal llamado bloqueo estadounidense es un tópico reiterado –y defendido– por delegaciones de varios países. De igual forma, el aparato diplomático cubano ha logrado movilizar, sistemáticamente, a los denominados Grupos de Solidaridad desperdigados por el hemisferio, con el fin de hacer presión a favor de los intereses de La Habana. En el plano material, por su parte, aliados ideológicos como México y Venezuela siguen facilitando las condiciones de supervivencia del régimen, a través del suministro de petróleo y divisas.
Gracias al enorme capital simbólico de la Revolución y a una muy bien diseñada estrategia de propaganda hemisférica, el appeal cubano ha reunido el apoyo unánime de la izquierda latinoamericana. Además del acoplamiento con las dictaduras de Maduro y Ortega, Cuba mantiene un lugar privilegiado entre líderes y movimientos democráticos. Un claro ejemplo ha sido su reciente acceso, como socio, al foro ampliado de los BRICS. Mientras que el presidente brasileño, Lula da Silva, vetó esta posibilidad para Venezuela y Nicaragua, no presentó objeción alguna con la adhesión de la isla al organismo multilateral. Incluso Gabriel Boric, quien ha sido incisivo contra las violaciones de derechos humanos operadas desde Managua y Caracas, mantiene una postura ambivalente con respecto al régimen cubano.
¿Un eje antidictadura?
Frente al consenso izquierdista, cabría esperar que la oposición regional hacia la dictadura cubana proviniera del polo ideológico opuesto. La política exterior de Javier Milei ha dado muestras de ir por este camino. Ya en 2023, el presidente argentino anunció que no designaría embajadores para Cuba, Venezuela y Nicaragua, señal clara de su aversión a las dictaduras socialistas. Asimismo, el 30 de octubre pasado, Milei decidió retirar del cargo a su entonces canciller, Diana Mondino, después de que votase a favor de una resolución condenatoria de las sanciones estadounidenses contra la isla, al interior de la Asamblea General de la ONU.
La llegada de Marco Rubio al Departamento de Estado de los Estados Unidos sugiere que esta tendencia podría ser reforzada. Un artículo reciente de Andrés Oppenheimer plantea que el aún Senador por Florida “quiere crear una coalición de presidentes conservadores de América Latina para contrarrestar la ola izquierdista en la región”, la cual sería encabezada por Milei y podría incluir a mandatarios como Santiago Peña de Paraguay. Sin embargo, una coalición semejante, en la coyuntura actual, parece estar destinada al fracaso. Por un lado, los liderazgos conservadores son minoría visible frente al autodenominado progresismo. Con el triunfo del Frente Amplio en Uruguay, esta brecha se ha ampliado, mientras que la denuncia de las autocracias revolucionarias, abanderada por Luis Lacalle Pou y el Partido Nacional en distintos foros regionales, quedará debilitada.
Por otra parte, los consensos alcanzados por un potencial eje conservador no están aún claros. Si lo que se busca es afianzar una postura a favor de Occidente, por igual crítica de Cuba, Venezuela y Nicaragua como de sus aliados globales, el margen de maniobra se reduce. Milei y prospectos como Nayib Bukele mantienen fuertes compromisos financieros, comerciales y de inversión con la República Popular China. Daniel Noboa, otro de los posibles miembros, está cerca de concluir su mandato en Ecuador, sin mencionar que ha cedido frente a algunas presiones de Rusia al momento de enviar apoyo a Ucrania.
Asimismo, como dice Oppenheimer, “la coalición de países amantes de la libertad no tendrá autoridad moral para predicar la democracia en América Latina” mientras su principal espacio de articulación sea la Conferencia Política de Acción Conservadora, donde también convergen figuras como Viktor Orbán, Bolsonaro o el mismo Trump, cuyas diferencias con los sátrapas regionales son más de grado que de tipo. Una posición firme en contra de las dictaduras latinoamericanas –algunas en ciernes, otras consumadas– pasa por enarbolar narrativas coherentes y desprovistas de sesgos ideológicos, capaces de condenar, en la misma medida, los excesos antidemocráticos de derechas e izquierdas autoritarias.
César Eduardo Santos. Licenciado en Filosofía y Maestrante en Ciencias Sociales, Universidad Veracruzana. Investigador en Gobierno y Análisis Político AC. Investiga sobre ideologías y procesos autoritarios en Latinoamérica. Cuenta en X: @ce_santosv
Posted: November 28, 2024 at 6:25 pm