El informe Kalven y la misión de la universidad
José Antonio Aguilar Rivera
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Romper convenios con universidades como una medida política simbólica, como lo han hecho El Colegio de México y el CIDE, claramente se opone a la neutralidad de la universidad. Aunque esta posición sea popular, o incluso mayoritaria, es una medida miope y equivocada.
En 1967 el presidente de la Universidad de Chicago encargó a un comité de académicos presidido por Harry Kalven un informe sobre el papel de la universidad en la acción política y social. Había diversas opiniones sobre el papel que las universidades debían desempeñar en la sociedad. El documento que produjo el comité, conocido como el “Informe Kalven”, fue adoptado como la política oficial de esa universidad y en fechas recientes ha sido adoptado por muchas otras. Los ejes que el informe Kalven propone son la libertad de investigación y expresión de la comunidad universitaria y la neutralidad institucional.[1] El informe no es perfecto, pero propone principios que son muy útiles para guiar a las universidades en los borrascosos tiempos que corren. Conviene citarlo en extenso:
Una universidad tiene un papel importante y único que desempeñar en el fomento del desarrollo de los valores sociales y políticos en una sociedad. El papel está definido por la misión distintiva de la universidad y también por las características distintivas de la universidad como comunidad. Es una función a largo plazo. La misión de la universidad es el descubrimiento, la mejora y la difusión del conocimiento. Su ámbito de investigación y escrutinio incluye todos los aspectos y todos los valores de la sociedad. Una universidad fiel a su misión planteará desafíos duraderos a los valores, las políticas, las prácticas y las instituciones sociales. Por diseño y por efecto, es la institución que crea el descontento con los arreglos sociales existentes y propone otros nuevos. En resumen, una buena universidad, como Sócrates, será incómoda. El instrumento de la disidencia y la crítica es el miembro individual de la facultad o el estudiante. La universidad es el hogar y el patrocinador de los críticos; no es ella misma el crítico. Es, volviendo una vez más a la frase clásica, una comunidad de eruditos. Para llevar a cabo su misión en la sociedad, una universidad debe mantener un ambiente extraordinario de libertad de investigación y mantener una independencia de las modas políticas, las pasiones y las presiones. Una universidad, si ha de ser fiel a su fe en la investigación intelectual, debe abrazar, ser hospitalaria y fomentar la más amplia diversidad de puntos de vista dentro de su propia comunidad. Es una comunidad, pero sólo para los limitados, aunque grandes, propósitos de la enseñanza y la investigación. No es un club, no es una asociación comercial, no es un lobby. Puesto que la universidad es una comunidad sólo para estos propósitos limitados y distintivos, es una comunidad que no puede emprender una acción colectiva sobre los problemas del día sin poner en peligro las condiciones para su existencia y eficacia. No hay ningún mecanismo por el cual pueda alcanzar una posición colectiva sin inhibir esa plena libertad de disidencia de la que se nutre. No puede insistir en que todos sus miembros estén a favor de una determinada visión de la política social; por lo tanto, si emprende una acción colectiva, lo hace al precio de censurar a cualquier minoría que no esté de acuerdo con el punto de vista adoptado. En resumen, es una comunidad que no puede recurrir al voto mayoritario para llegar a posiciones sobre los asuntos públicos. La neutralidad de la universidad como institución no surge, pues, de la falta de coraje ni de la indiferencia y la insensibilidad. Surge del respeto a la libre investigación y de la obligación de apreciar la diversidad de puntos de vista. Y esta neutralidad como institución tiene su complemento en la más plena libertad para que sus profesores y estudiantes como individuos participen en la acción política y la protesta social. También encuentra su complemento en la obligación de la universidad de proporcionar un foro para la discusión más profunda y sincera de los asuntos públicos. Además, las fuentes de poder de una gran universidad no deben ser malinterpretadas. Su prestigio e influencia se basan en la integridad y la competencia intelectual; no se basan en que pueda poseer riqueza, en que pueda tener contactos políticos o pueda tener amigos influyentes. De vez en cuando surgirán casos en los que la sociedad, o segmentos de ella, amenacen la misión misma de la universidad y sus valores de libre investigación. En una crisis de este tipo, la universidad como institución tiene la obligación de oponerse a tales medidas y defender activamente sus intereses y sus valores. Hay otro contexto en el que posiblemente puedan surgir preguntas sobre el papel apropiado de la universidad, situaciones relacionadas con la propiedad de la universidad, su recepción de fondos, su otorgamiento de honores, su membresía en otras organizaciones. Aquí, necesariamente, la universidad, como quiera que actúe, debe actuar como una institución en su capacidad corporativa. En casos excepcionales, estas actividades corporativas de la universidad pueden parecer tan incompatibles con los valores sociales primordiales que requieren una evaluación cuidadosa de sus consecuencias. Dejando a un lado estos casos extraordinarios, emerge, a nuestro modo de ver, una fuerte presunción en contra de que la universidad tome medidas colectivas o exprese opiniones sobre los temas políticos y sociales del día, o modifique sus actividades corporativas para fomentar valores sociales o políticos, por muy convincentes y atractivos que sean. Es cierto que se trata de cuestiones de grandes principios, y la aplicación de los principios a un caso individual no será fácil. Por lo tanto, siempre debe ser apropiado que los profesores, los estudiantes o la administración cuestionen, a través de los canales existentes, como el Comité del Consejo o el Consejo, si a la luz de estos principios la Universidad en circunstancias particulares está desempeñando el papel que le corresponde. Nuestra convicción básica es que una gran universidad puede tener un gran desempeño para el mejoramiento de la sociedad. Por lo tanto, no debe permitir que se le desvíe de su misión para que desempeñe el papel de una fuerza o influencia política de segunda categoría.
La pertinencia de estos principios es evidente para nuestra circunstancia. Romper convenios con universidades como una medida política simbólica, como lo han hecho El Colegio de México y el CIDE, claramente se opone a la neutralidad de la universidad. Aunque esta posición sea popular, o incluso mayoritaria, es una medida miope y equivocada. En primer lugar, porque como reconoce el informe Kalven, al tomar una posición institucional la universidad que así procede limita por necesidad a las minorías disidentes. No es por ello sorprendente que ningún miembro de esa comunidad, a pesar de sus convicciones, quiera arriesgarse a firmar un desplegado que critica la posición política institucional de su universidad. Quienes deben ocuparse en investigar, enseñar y debatir fenómenos como el conflicto en Medio Oriente son los profesores y estudiantes de una universidad, no sus autoridades, que indebidamente se pronuncian en un sentido u otro en nombre de ella. No importa si lo hacen por convicción, presión estudiantil o a través de procedimientos más o menos serios de consulta. La toma de posición corporativa inhibe la investigación, el disenso y la expresión de posturas contrarias. Que un conflicto como el que ocurre en Israel y Palestina tiene múltiples interpretaciones es claro. En todo caso, debatir sus causas, sus responsabilidades y su naturaleza misma no es competencia de la universidad como corporación, sino de sus integrantes, quienes deben gozar de absoluta libertad de investigación y enseñanza. Si una universidad en su capacidad corporativa toma posición en un asunto determinado, entonces deberá dar cuenta de por qué no es congruente en otros casos similares. No se trata de que romper un convenio sea una medida “no ideal”, es una medida equivocada de principio por las razones que expone el informe Kalven. Descalificarlo con el argumento de que se trata de un recurso conservador de la Guerra fría es miope. La pregunta es si se trata o no de un instrumento útil para lidiar con las exigencias que hoy enfrentan cotidianamente las universidades en el mundo. Su reciente adopción por universidades como Harvard y Stanford confirma esta presunción.[2] El conflicto en Medio Oriente demuestra su pertinencia. Personas con muy diversas visiones sobre él pueden, sin embargo, coincidir en que las universidades como corporaciones deben ser neutrales, mientras que su comunidad se manifiesta de diversas maneras. El informe Kalven, es cierto, no es una panacea sino un instrumento imperfecto. Sin embargo, es precisamente el ambiente de libertad que auspicia, en contra de los anhelos de muchos que desean que la universidad actúe, el que permite que el propio informe sea debatido.[3] Cualquier investigación sobre el papel de una universidad, la Hebrea de Jerusalem o cualquier otra, no debería ser elaborado como un documento burocrático por una comisión, participen en ella estudiantes o no, sino como un trabajo académico, presentado en un foro abierto con todas las fuentes accesibles al público y sujeto a la crítica de pares. Y las únicas consecuencias que debería tener son las que tienen los trabajos académicos sólidos. Cuando las universidades se conducen como fiscales extravían su función y entonces todos perdemos.
Notas
[1] https://provost.uchicago.edu/sites/default/files/documents/reports/KalvenRprt_0.pdf
[2] https://www.thefire.org/research-learn/adoptions-official-position-institutional-neutrality
[3] https://www.youtube.com/watch?v=x-lAR42TSR0
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1
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Posted: December 1, 2024 at 10:44 am
—Un excelente ensayo sobre lo que hizo grandes a las universidades estadounidenses, después de que se inspiraron en la visión de Humboldt, y cómo perdieron esa visión recientemente al sucumbir a las presiones políticas y del mercado. De Richard Shweder, en @SapirJournal
https://sapirjournal.org/university/2024/11/wilhelm-von-humboldts-gift/