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CUBA: MIGUEL DÍAZ CANEL, UN PRESIDENTE DE PAJA

CUBA: MIGUEL DÍAZ CANEL, UN PRESIDENTE DE PAJA

Ernesto Hernández Busto

El 26 de julio del 2007, es decir, hace más de una década, el entonces presidente de Cuba, general Raúl Castro, prometió lograr “que cada cubano pueda tomarse un vaso de leche cuando quiera”. La frase, improvisada al calor de su torpe oratoria y luego descaradamente censurada de la retransmisión del discurso y sus versiones oficiales en el diario Granma, resulta la declaración más subversiva que haya hecho un político cubano en los últimos veinte años, al menos. Lo cual dará una idea de la naturaleza de ese régimen político, que ahora celebra el ceremonial de una supuesta entrega del poder.

El “vaso de leche para cualquiera” aún no llega, y la lista de pretextos oficiales para esa y otras carencias podría alargar este artículo durante un centenar de páginas. El asunto es toda una radiografía de la eterna ineficacia del socialismo cubano, incapaz de garantizar ya los suministros alimenticios más básicos, y confiada a un mercado de precios que ningún cubano puede pagar con su propio sueldo. Me vino a la mente el célebre vaso de leche cuando, en un interesante perfil del nuevo presidente Miguel Díaz Canel Bermúdez, leí que entre sus batallas políticas más gloriosas estuvo “erradicar el mercado negro de leche fresca en la ciudad de Holguín”, ciudad de la que fue una suerte de alcalde ideológico entre el 2003 y el 2009.

No hay tal entrega de poder, ni tampoco tiene nada de “histórico”, como he leído en varios titulares, el hecho de colocar a este hombre del traje gris en el nuevo puesto de “hombre de paja” del castrismo, advirtiendo de antemano que, al menos hasta el 2021, su rol será supervisado por el mismo Raúl Castro desde su papel de Primer Secretario de Partido, “fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Los 603 votos de los 604 parlamentarios presentes (se comenta que el voto faltante sería el del propio Díaz Canel, reluctante a votar por sí mismo para que no se le acuse de “ansia de poder”) sólo certificaron una decisión que ya estaba certificada por el propio Castro y la envejecida élite político-militar que busca ahora un lavado de cara generacional mientras sostiene los hilos del poder real.

Por supuesto, al cubano de a pie este “relevo histórico” le es completamente indiferente. La apatía campa por sus respetos en esta Cuba donde, como se ocupa de precisar el periodista más brillante que escribe hoy (desde Londres) sobre Cuba, Juan Orlando Domínguez, el único factor de cambio previsible es el propio gobierno. “Habiéndole robado todo al país, su libertad, su orgullo, su historia, el grupo que gobierna Cuba le quitó también la habilidad para deshacerse de él.” Ya sea por su refinado aparato de represión, por el drenaje de una copiosa emigración de los inconformes durante décadas, o por cualquier otro tipo de trauma que se estudiará en las facultades de ciencia política dentro de varios lustros, la sociedad cubana ha demostrado ser incapaz de plantar cara al Estado que bajo el título “Revolución” confiscó todos y cada uno de sus derechos políticos. Por lo tanto, los sucesos que apasionan esta semana a los corresponsales de prensa resultan para la mayoría de los cubanos algo tan ajeno como los entretelones del poder real, que lleva muchísimo tiempo en unas pocas manos.

Por vulgar cinismo o simple estulticia, el propio Raúl Castro se ocupó de dar los detalles del proceso de “fabricación” de su sucesor: “Nació en Villa Clara, donde estuvo bastante, pues era un territorio que conocía bien; y fue después de eso que se le envió a una de las provincias grandes de oriente, Holguín, como hicimos con más de una docena de jóvenes, la mayoría de los cuales llegaron al Buró Político, pero no logramos materializar su preparación. Fue el único sobreviviente, diría yo”.

El “único sobreviviente” es, desde luego, quien ha sido lo bastante mediocre como para no destacar en nada, y lo bastante obediente como para decir que sí a todo. Pensar que a partir de ahora Díaz Canel decidirá los destinos del país, decía un humorista del exilio, “es como ver pasar una limusina y asumir que el que está al timón es el dueño”.

Lo peor es que los cubanos han ido degradando sus reclamos civiles a eso que yo llamé hace unos años, la “política del árbol de los deseos”. La frase alude a una anécdota del “modelo chino”. El sociólogo Gerard Lemos consiguió la aprobación del Partido Comunista Chino para poner en marcha una iniciativa en Chongqing, que consistía en montar un “Árbol de los Deseos”, donde la gente colgaba unas boletas anónimas que se habían repartido previamente con un cuestionario acerca de las inquietudes y aspiraciones de la población. (Bueno, el asunto estaba mejor pensado: en el “árbol de los deseos”, una tradición asiática —como nuestra ceiba—, había una comisión que analizaba las boletas; la policía política china debe haber sacado tajada, etc.)

Los resultados de la encuesta hacen pensar. Aquellos chinos no pedía democracia, ni nada por el estilo. Buscaban seguridades básicas en su vida cotidiana, acceso a la salud, la educación y los derechos sobre la tierra. También querían un retorno al modelo confuciano de familia estable que se ha visto en crisis por el uso de drogas, la prostitución y la deuda. No sé si los cubanos hoy sentirían ese tipo de nostalgia por un pasado en que el Estado cubría sus necesidades básicas. El deseo fundamental de los cubanos, ahora como hace diez años, sigue siendo emigrar. Pero sí que son similares los procesos que llevan a una sociedad que muta de dictadura en régimen autoritario para que sustituya un abstracto reclamo de democracia por reclamos específicos (acceso libre a internet, Reforma Migratoria, vaso de leche para cualquiera, etc.) En realidad, ya sabemos que sin democracia real —o incluso con ella— internet puede ser censurado, la cacareada Reforma Migratoria siempre tendrá excepciones; la policía política no debe rendir muchas cuentas de lo que hace.

El legado del castrismo ha sido la amputación de cualquier exigencia política que pase por el derecho a una verdadera democracia. Una alfabetización política de aquellos que llevan cinco décadas repitiendo consignas socialistas requiere siempre más tiempo y más esfuerzo que cualquier populismo, del signo que sea. Pero mi experiencia en ese sentido es que tras cinco décadas de castrismo, la gente tiene tanta inercia —y tanto miedo— que tampoco se lanzará a la calle por un vaso de leche. El idealismo, o al menos cierta dosis de éste, sigue haciendo falta para conseguir la movilización de una sociedad a la que le han extirpado la capacidad de pasar de la inconformidad privada a la pública. Díaz Canel tampoco va a cambiar eso. Pero tal vez su incapacidad de hacer frente a los asuntos específicos y eternamente postergados arroje luz sobre las virtudes, abstractas y prácticas, de una verdadera libertad política.

 

 

Ernesto Hernández Busto (La Habana, Cuba, 1968). Poeta, ensayista, editor y traductor cubano residente en Barcelona. Entre sus títulos más recientes se encuentran La ruta natural (Vaso Roto, 2015) y Diario de Kioto (Cuadrivio, 2015). Colabora en El País.

 

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Posted: April 22, 2018 at 9:33 pm

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