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La guerra de los sordos

La guerra de los sordos

Socorro Venegas

El gran narrador albanés Ismail Kadaré cifra en más de 14 mil las guerras libradas por la humanidad, “para su vergüenza”. Ninguna, dice, ha generado tanta literatura como la de Troya. Su peso calibra el del teatro trágico griego. En su precioso ensayo El infinito en un junco, Irene Vallejo escribe: “Los clásicos fueron en ocasiones profundamente críticos, con su mundo y con el nuestro. No hemos avanzado tanto como para prescindir de sus reflexiones sobre la corrupción, el militarismo o la injusticia”. Para ilustrar estas ideas, la autora nos traslada a la primera puesta en escena de Las troyanas, de Eurípides, donde el griego da voz no solo a las mujeres, sino “a las perdedoras”, precisa la filóloga española.

Guerra y mujeres: no la gestionan, pero todo el peso de su destrucción recae en ellas, que deben cuidar de los enfermos, rogar que les entreguen los cuerpos de padres, maridos, hijos, y enterrarlos. Andrómaca ordena que le preparen el baño caliente a Héctor para confortarlo en su regreso de la batalla, sin saber que la vida le ha sido arrebatada por Aquiles. La voz de las mujeres en la guerra se concentra en la de Hécuba, mujer de Príamo, que lloró la muerte de todos sus hijos en la guerra de Troya. Su lamento es universal, refleja “la rabia y la desesperanza de las madres del bando enemigo” que acusaron a los atenienses de crueldad, señala Vallejo.

Recientemente, el escritor e historiador Benjamin Moser recuperó el testimonio de la editora al ucraniano de Clarice Lispector, que nació en ese país hoy atacado militarmente por Rusia. Desde Kiev, Anetta Antonenko ha dicho: “Mi convicción sagrada es que una nación es su lengua. Y cuando Rusia nos invadió y ocupó Crimea y el Donbás, decidí que publicar en ucraniano era la mejor manera de ayudar a mi país”.

Una lengua para disentir, una lengua para afirmarse como nación, para decir lo que se ama, para cifrar un futuro, y tal vez, para morir de pie.

Uno de los libros más hermosos y perturbadores que he leído llegó hace muy poco a mis manos. República sorda (Valparaíso Ediciones, 2021), de Ilya Kaminski, poeta nacido en Odessa, antigua ciudad de la Unión Soviética. A los cuatro años, por un mal diagnóstico médico, quedó casi sordo. Cuando tenía dieciséis emigró junto con su familia a Estados Unidos, gracias a que les concedieron asilo político. Quizás estos pincelazos de su biografía nos permitan inferir de dónde viene este libro que narra la ocupación militar de un país llamado Vasenka.

El libro recurre a la estructura de un drama griego, dramatis personae y coro incluidos. Una obra en dos actos que abre con el asesinato de Petya, un niño sordo que no atiende las órdenes de los soldados que quieren desplazar a la gente reunida alrededor de un espectáculo de títeres: “¡Dispérsense inmediatamente!”

El primer transgresor es ese niño que reúne toda su saliva para escupirla a la cara del sargento que le apunta con el dedo. Nadie hubiera querido ver ni escuchar lo que siguió, ese sonido que “levanta a las gaviotas del agua”. Nadie. Por eso, el pueblo entero decide ser Petya.

El autor incluye en algunas páginas el vocabulario esencial creado por los nuevos sordos de Vasenka. Unas manos juntas que se abren significa historia. Dos manos juntas apuntando hacia arriba, es pueblo. Pero también están las expresiones “el convoy militar”, “esconderse”, “beso”, “el pueblo observa”. Un lenguaje para sobrevivir al asedio.

Durante el primer día
los soldados examinan los oídos de camareros, contables, y soldados,
las cosas diabólicas que el silencio hace a los soldados.

La violencia cruda de la guerra se extiende a la familia de Petya, a los vecinos, a la comunidad entera, es un cáncer que acosa a todos, que aplasta cualquier resistencia, que humilla y asesina sin distinciones. Las mujeres idean una forma de vengarse de sus opresores, matan a tres cuando todo es descubierto. El castigo es brutal:

Esa noche fusilaron a cincuenta mujeres en la calle Lerna.
Me siento para escribir y decirte lo que sé:
una niña aprende el mundo poniéndolo en su boca,
una chica se convierte en mujer, y una mujer, en tierra.
Cuerpo, te culpan de todas las cosas y ellos
buscan en el cuerpo lo que no vive en el cuerpo.

 El texto poético y narativo de Kaminsky es también tragedia y elegía. Distintas voces se escuchan, son poderosas y bellas, y en el instante en que se vuelven entrañables se desintegran ante los ojos de los lectores en la bruma infame de la guerra.

En una nota final el autor nos enseña que “los sordos no creen en el silencio. El silencio es la invención del que oye.”  En República sorda hay una diferencia esencial entre la sordera como protesta y el silencio de quienes deciden quedarse callados ante las atrocidades de la guerra. Son la mayoría.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019),  las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León.  Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

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Posted: March 29, 2022 at 9:00 pm

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