Flashback
El marino de Guaymas
COLUMN/COLUMNA

El marino de Guaymas

Ricardo Lopez Si

Yo soy el marino
que alegre de Guaymas
salió una mañana,
llevando en mi barca
como ave piloto
mi dulce esperanza.
La barca de Guaymas,
canción popular anónima.

Hace unos días murió Mario Cartagena López, popularizado como El Guaymas, militante insignia de la Liga Comunista 23 de Septiembre, una organización armada de ideología marxista-leninista que luchó de manera clandestina en busca de instaurar un partido político y un ejercito revolucionario en la segunda mitad del siglo XX mexicano. El nombre adoptado por el grupo guerrillero se inspiró en el ataque frustrado al cuartel militar de Madera, en Chihuahua, del 23 de septiembre de 1965. Aquella embestida organizada por un grupo de maestros, estudiantes y líderes campesinos, quizá la primera insurrección a gran escala de la época, fue una reivindicación del asalto al cuartel Moncada, el germen de la Revolución Cubana.

El Guaymas fue una de las figuras más reverenciadas de la guerrilla mexicana contemporánea. «Ven, hijo. Acaban de secuestrar a dos burgueses. Eso es lo que le duele al gobierno. Esos son valerosos. No que tú, andas ahí con tu propagandita. Esos son los que van a cambiar la situación en nuestro país», le espetó su padre mientras veía, absorto, el noticiero de la televisión, ignorando que su hijo había estado involucrado en el secuestro del empresario Fernando Aranguren —asesinado días más tarde—, y el cónsul británico Duncan Williams, en 1973. Ésto, poco tiempo después del plagio frustrado que derivó en la muerte de Eugenio Garza Sada, jerarca del Grupo Monterrey. El hecho causó indignación dentro de la iniciativa privada, enemistada con el presidente Luis Echeverria.

Buena parte de la leyenda del guerrillero sonorense se cimentó tras haberse fugado del penal de Oblatos, en Jalisco, a principios de 1976, junto a otros militantes de la Liga Comunista. Entonces corrían los tiempos de la Guerra Sucia. Los opositores del sistema eran perseguidos, hostigados y asesinados por el Estado mexicano, incluso en prisión. La fuga, cuyas cuotas pirotécnicas la convirtieron en todo un acontecimiento para la resistencia armada en México, fue inmortalizada en el libro La fuga de Oblatos, escrito por Antonio Orozco Michel, otro de los seis participantes en el escape, y en el cine, en formato documental, por Acelo Ruiz, en 2019, bajo el título de Oblatos. El vuelo que surcó la noche. Acelo, como buen oaxaqueño, se había distinguido como un hombre sensible respecto a los movimientos sociales en México, especialmente tras su militancia en la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), surgida en el marco del conflicto magisterial. Cuando llegó a sus manos el libro escrito por Orozco Michel en 2007, conmocionado, le puso cara de largometraje. Se embarcó en el proyecto sin ninguna ambición de montarlo a partir de un marcado sesgo ideológico, ni de regodearse con la estética de la puesta en escena. Su objetivo era construir un relato poderoso que estuviera a la altura de uno de los capítulos más fascinantes de la historia moderna de la lucha social armada.

La idea de la fuga comenzó a fraguarse cuando los presos políticos advirtieron ciertas fisuras en el sistema de seguridad del penal, donde permanecían aislados de la población general, en un submundo denominado El Rastro. Las autoridades tenían miedo de que propagaran su doctrina radical, porque la cárcel, «o es tumba de cobardes o cuna de revolucionarios». El muro vencido de uno de los baños les permitió fantasear con la posibilidad del escape. A partir de un plan escrupulosamente diseñado, la cúpula de la Liga a nivel nacional comenzó a coordinar esfuerzos desde el exterior. El abogado defensor y las madres de los presos jugaron un papel decisivo introduciendo armas de contrabando en ollas de comida. Para llevar a cabo la misión, había tres comandos perfectamente sincronizados: el principal, conformado por los propios prisioneros; un grupo de apoyo externo, cuya consigna era abrir fuego contra los guardias de las esquinas y la puerta principal; y un tercero encargado de tomar las instalaciones de la subestación de la Comisión Federal de Electricidad, para cortar los suministros de energía eléctrica de la zona.

Ante el éxito de la operación de fuga, El Guaymas se incorporó nuevamente al movimiento armado. Siguió bajo el amparo de la clandestinidad. Años después, en 1978, en el cruce de las calles de Anaxagoras y Obrero Mundial, en un céntrico barrio de la Ciudad de México, unos agentes le incrustaron siete balas en la espalda. En la Cruz Roja, malherido, a la espera de recibir atención médica, fue capturado por la Brigada Blanca, el instrumento represor echeverrista, para después ser traslado al Hospital Central Militar. Ahí le amputaron una pierna. Luego, a diferencia de otros militantes, sobrevivió a las celdas de tortura del Campo Militar 1 durante veinticinco largos días, hasta que lo reubicaron en el Reclusorio Norte, de donde salió amnistiado en 1982. El pasado martes 13 de julio, tras unirse a los protestas antiimperialistas en la embajada de Cuba en México, murió en medio de una operación de alto riesgo, ocasionada por una afectación arterial.

Así, el marino alegre de Guaymas partió sin retorno una mañana. Le sobreviven, según se rumora, sus convicciones.

 

Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi

 

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Posted: July 19, 2021 at 7:42 pm

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