El planisferio de Anna y de Morgius Cancri
David Miklos
El año pasado, mi hija Anna, que pronto cumpliría cinco, hizo un primer y deliberado retrato. No que antes no hubiera dibujado la realidad que la circunda y la contiene, sino que, de manera muy decidida, colocó un objeto sobre la mesa, abrió un cuaderno de hojas blancas, cogió un plumón y trazó lo que ante sus ojos se desplegaba.
De todos los objetos que la rodean, Anna eligió uno en particular: el oso larguirucho de estambre y relleno de felpa al que abraza todas las noches cuando se va a dormir, un regalo que le hiciera su tía, mi hermana, hace poco más de un lustro: el oso, al que Anna llama Yoyo desde que comenzó a hablar, es su posesión más añeja, un oso casero que rara vez deja su cuarto, ni siquiera fue su doudou el año antepasado, cuando ingresó a la escuela maternal.
Así las cosas, Anna escogió un referente pleno de realidad para encarar y ensayar un primer retrato, y debo decir que, más allá de que sea mi hija y no dudo que se convierta en una gran artista, el resultado fue formidable. Salvo por un detalle.
Para hacer el logrado trazo de su Yoyo, Anna se decidió por un plumón amarillo, que, sobre el papel blanco y luminoso, apenas alcanza a verse y brilla hasta volverse traslúcido o cegarnos en nuestra dedicada contemplación. Cuando le pedí a Anna que dibujara a Yoyo de nuevo, no sólo mejoró el retrato anterior sino que eligió entre sus plumones aquellos que se correspondían con los colores verdaderos de su oso larguirucho de estambre relleno de felpa, a saber: azul celeste, verde olivo, beige y negro, además del blanco que ya está dispuesto en la límpida hoja de papel.
No contenta con realizar una nueva copia de su mal llamado peluche, Anna dio lo que se me antoja un salto cuántico de creatividad: eligió un puñado de colores distintos y dibujó la versión femenina de Yoyo, a la que llamó Yoya y rellenó de flores en el plano torso trazado con un plumón, sí, rosa y no azul celeste.
Orgullosa de su empresa, Anna giró sobre sí y tomó por la cola a una iguana de tela multicolor que le traje de Oaxaca, misma que ocupó el lugar de Yoyo sobre la mesa. Sobra decir que el resultado, tanto en su versión femenina como masculina y más allá de que Anna sea mi hija y una futura acreedora del premio Turner, fue formidable.
Lo anterior ocurrió mientras leía El planisferio de Morgius Cancri, una enciclopedia universal escrita por mi amigo y maestro Ignacio Díaz de la Serna, libro que habría de presentar días después, en Guadalajara.
Poco antes de salir de la casa y de la contemplación de los dibujos de Anna, Yoyo y Yoya, y luego de vertir algunas notas sobre dicha obra, hice una breve investigación sobre los planisferios, su origen y sus variopintas representaciones a partir de su origen y a lo largo de la historia. Pensé, pues, que la observación de dichos planisferios me ayudaría a realizar el ejercicio de ilustrar, a través de varios trazos tanto de palabras como de mera tinta fluida, el propio planisferio de Morgius Cancri, del cual, de entrada y gracias al índice del libro, sólo sabemos que está dividido en sendas partes: la boreal y la austral, izquierda y derecha respectivamente.
Pero, ¿qué no lo boreal es aquello que habitualmente solemos colocar arriba, es decir, en el norte, y lo austral aquello que ubicamos normalmente abajo, en el sur? En Morgius Cancri, no: su planisferio está dividido en dos pero no por una línea ecuatorial horizontal, sino por una línea, por así decirlo o intentar interpretarlo, cerebral vertical.
Del lado izquierdo del planisferio, que es a la vez un enciclopedia universal concebida e ilustrada verbalmente por Ignacio Díaz de la Serna, se encuentran aquellas entradas que van de la A a la L; del lado derecho, sobra decirlo aunque tal vez no, aquellas que van de la M a la Z.
Ahora bien, ¿quién, en su sano juicio, lee una enciclopedia de cabo a rabo, de principio a fin, de izquierda a derecha, más aún si se trata de una enciclopedia universal, es decir, total y abarcadora de todo lo que se conoce, que en este caso es el planisferio de Morgius Cancri, territorio y personaje?
Yo lo he hecho. Yo he leído, de su primera a su última palabra, la enciclopedia universal de Ignacio Díaz de la Serna y, lo mismo que Anna con su Yoyo, me he dado a la empresa de trazar el planisferio de Morgius Cancri aquí y ahora, a la cabeza de sus lectores futuros; –y algunos presentes y pasados, no lo dudo.
Regreso a mi relato, sin embargo.
El tráfico cedió y una luz verde, ¡Eureka!, se encendió en mi cabeza. Además de pensar en los varios planisferios que había visto antes de salir de casa, pensé en Anna y su representación del mundo que conoce a través del dibujo bidimensional de su Yoyo, luego duplicado en femenino y masculino, y supe que por allí debía comenzar la presentación del libro de Ignacio Díaz de la Serna que, hasta el momento, no había hecho nada más que intentar salirse de su cauce, aunque tal vez no tanto; y tal vez sea probable y posible que este, tal cual, sea su propio cauce.
Pero comienzo de nuevo, voy a las notas y a los planisferios y al libro de Ignacio Díaz de la Serna que, además de Yoyo y Yoya, aquí nos ocupa.
Tomo el libro y declaro, intento una primera, sesuda frase: “El mundo todo se encuentra aquí, presente, pasado y futuro, aunque esto no es un aleph, pero si un artefacto fruto de la Era del Desconcierto, como quiere su autor, creador y creado de y por Morgius Cancri, su territorio y su personaje.”
Luego pienso que, aquí, en las 255 páginas de esta enciclopedia universal, se encuentra entero un mundo, por así decirlo, informe, en el cual los tres planos del tiempo por nosotros conocidos, pasado, presente y futuro, conviven con singular y literaria alegría.
Este mundo, trazado a lo largo y ancho del planisferio de Morgius Cancti y revestido de enciclopedia universal, es un mundo lúcido y lleno de “trampas”, repleto de abismos en los que la imaginación se despliega en su caída libre, liberada acaso del mundo que creemos conocer y llamamos real.
Cualquiera que busque una circularidad o un trazo familiar y asible para comprender el mundo que es Morgus Cancri se dará de topes contra la pared y se frustrará cuando intente establecer referencias cruzadas para intentar darle un sentido a lo que se depliega ante sus ojos.
El planisferio de Morgus Cancri, el libro o el artefacto o la enciclopedia universal que representa, es una enciclopedia caprichosa, en donde aparecen tanto nuestro mundo –ese mundo fácilmente ubicable en un mapa– como otro mundo –ese mundo que es, sin más, la literatura, repleta de fábulas, definiciones, elipsis, parábolas y relatos, para mencionar, si acaso, algunas de las muchas formas que sus entradas nos ofrecen–; es decir: un mundo todo que es, a la vez, ningún mundo.
Esta enciclopedia está repleta de referentes que hacen eco en nuestra realidad inmediata, desde Uxmal hasta Michoacán, pasando por Madrid y por la cultura árabe, uno de nuestros tantos sinos. Aquí aparece, también, Edgar Allan Poe, lo mismo que un necio crítico de Baltimore que, verdadero o no y en 1978, se confunde astronómicamente en su lectura del conocido escritor y el sonsonete, “¡Nunca más!”, de su cuervo negro como la pez y como la noche de la que cuelga la zigzagueante Luna que también existe en –por y para, antes y después– del propio firmamento de Morgius Cancri, personaje y territorio a la vez, existente e inexistente al mismo tiempo.
Pero no es mi intención confundirme: yo sólo quiero que quien entre en el libro, como yo hice, lea completa y de cabo a rabo la enciclopedia universal que es El planisferio de Morgius Cancri de Ignacio Díaz de la Serna.
¿Quién o qué es Morgius Cancri?
La entrada que le corresponde en esta enciclopedia universal que representa la geografía “de todo lo posible”, aunque le falte “infinidad de cosas”, se encuentra, para fortuna de todos, en la página 139:
Hasta ahora se conocen, por desgracia, pocos detalles sobre él. Se sabe que Morgius Cancri no es su verdadero nombre, que le gusta comer a menudo un buen filete de res a la pimienta, que de niño soñó algunas veces con las nubes rechonchas del Océano Índico, que pasaba tardes felices tocando La Cumparsita en el acordeón, que sólo una vez ha tenido pie de atleta, y que tardó casi una eternidad en hacer este planisferio.
Todo lo demás, me temo, es silencio.
Queda a los lectores trazar a Morgius Cancri de la mejor manera posible, porque no merece otra, lo mismo que Anna trazó a Yoyo, luego a Yoya.
Gracias, Ignacio Díaz de la Serna, por invitarnos a este gran planisferio.
David Miklos es autor de La piel muerta, La hermana falsa y La gente extraña entre otras novelas. Actualmente es jefe de redacción de la revista de historia internacional Istor. Es columnista de Literal. Su twitter es @dmiklos.
Posted: October 26, 2015 at 10:33 pm