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Las vestiduras del palacio
COLUMN/COLUMNA

Las vestiduras del palacio

Adolfo Castañón

Las vestiduras del palacio es una obra coral en la que la voz interior e inasible de la poeta se encuentra con su voz carnal y ambas se acompasan con las de la Tradición. Es un libro nuevo y a la vez inmemorial.

I. Las vestiduras del palacio es un libro singular de Angelina Muñiz Huberman (Hyéres, Francia, 1936). Lo terminó hace cuatro años, en 2018, y lo ha dejado descansar otros cuatro antes de darlo a la estampa. Tiene un epígrafe proveniente de El libro del signo de Abraham de Abulafia, el visionario y hermético Cabalista nacido en Zaragoza, España, en 1240 y desaparecido en la pequeña isla de Comino, cercana a la de Malta en 1291, donde escribió El libro del signo (Séferhaot). Dicen las líneas en cuestión: “En el jardín de la nuez las cosas sentidas y pensadas y la sensación de su pensamiento son como un palacio” (en la traducción de Alberto Huberman). Una nota advierte: “Las vestiduras del palacio emanan de los heijalot, poemas hebreos místicos de la Edad Media basados en la imagen del palacio como símbolo de lo sagrado”. El palacio, añadiría mi voz profana, es el cuerpo, la mente, el templo de la carne.

Es raro, pero así es, que yo haya conocido el epígrafe antes que el poemario, pues andaba, y ando, en busca de la formulación que se ha dado en algún momento de la historia entre la apariencia del cerebro y la de la nuez, para poder ponerla en el texto que irá al final del libro En una nuez: guía provisional de lectura de mis libros publicados entre 1977 y 2022. A muchas personas hice la pregunta y Angelina me confió un poco sorprendida por la coincidencia de nuestros intereses.

La “nuez” a la que se refiere Abulafia es el cerebro, el cráneo. La frase no se queda ahí sino que plantea una filosofía del conocimiento, y da vislumbres de las profundidades del pensamiento de este Cabalista, a quien, por cierto, a lo largo de su vida le pasaron cosas “raras” como la de ser condenado por el Papa Nicolás III a morir en la hoguera en cuanto llegara a Roma. “Pero el mismo día, el 22 de agosto de 1280, en que Abulafia entra en Roma, el Papa muere. Es puesto en prisión durante 28 días, luego es liberado y se le ordena que abandone la ciudad” (Angelina Muñiz, Las raíces y las ramas, México, FCE, 1ª ed., 1993, p. 49). Abulafia seguía a su maestro Baruj Tojarmí de Barcelona quien decía “Quiero escribirlo y no se me permite hacerlo. No quiero escribirlo y no puedo desistir del todo. Así que escribo y me detengo, y aludo a lo que escribo en pasajes posteriores, y éste es mi proceder” (Las raíces y las ramas, p. 49).

Pienso que la técnica de composición de Angelina no está muy lejos de esta estrategia de la intermitencia, el flashback, la pausa y el forecast. Otra de las personas a quienes pregunté sobre el tema de la ecuación cerebro/nuez fue al escritor y editor Luis Alberto Ayala Blanco. Me dio una preciosa referencia: “Cuando el rey Salomón ‘penetro en las profundidades del jardín de las nueces’, tomó una cáscara de nuez y, al estudiarla, vio una analogía entre sus capas y los espíritus que motivan los deseo sensuales de los humanos, cómo está escrito, ‘y los placeres de los hijos de los hombres son de demonios machos y hembras’. […] “El ser supremo, bendito sea, consideró necesario poner en el mundo todas estas cosas para asegurar la permanencia y la posesión, por así decirlo, de un cerebro rodeado de numerosas membranas. El mundo entero, superior e inferior, está organizado de acuerdo con este principio, desde el centro místico primigenio hasta la más exterior de todas las capas. Todas son una para otra, cerebro dentro de cerebro, espíritu en espíritu, cáscara dentro de cáscara” (Gershom Scholem, Zohar, Editorial Oriente, México, 2014, pág. 26).

Las vestiduras del palacio tiene 100 páginas en la versión mecanoescrita. Está dividido en Siete palacios y cada uno de las piezas o poemas podrían considerarse como las vestiduras. El poemario se presta a una lectura en varios planos o niveles. Se trata de una obra a la vez cristalina y hermética. Se da como el repaso de un itinerario conocido. Es un libro de recapitulaciones y, en clave secreta, casi testamentario en la medida en que el legado o experiencia que transmite la autora está en parte cifrado en claves autobiográficas, en parte literarias, en parte místicas y de teológica índole, en la medida en que Angelina es una de las elegidas para guardar, como diría el poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen, “La poesía en custodia”.

El libro se puede leer también como un mapa de las ideas fijas o tablas periódicas afectivas y sensitivas de la letrada. Una invitación a adentrarse en las estancias y aposentos reservados de la experiencia de la poeta. Se antoja leerlo en voz alta y acaso a dos o tres voces, pues una de las cualidades que trae es su condición polifónica, musical, de afinada armonía entre su propia arquitectura y su constante alusión a los textos de la tradición hebrea y cabalística. Las vestiduras del palacio es una obra coral en la que la voz interior e inasible de la poeta se encuentra con su voz carnal y ambas se acompasan con las de la Tradición. Es un libro nuevo y a la vez inmemorial, cerrado como un huerto a un espacio y, en ese sentido, sería un libro inscrito en una tradición particular y no en otras. No es casual que los nombres de Franz Kafka, Fray Luis de León o Santa Teresa comparezcan en esta expedición por las “moradas” interiores de la anfitriona que va poniéndose los diversos atuendos en el curso de esta fantasía. La infancia y el mar son dos presencias que campean por este recorrido donde en filigrana y a veces explícitamente se delinea el exilio, el destierro, la muerte, la enfermedad, el desahucio o la despedida. Capitulaciones y recapitulaciones, capacitaciones y recapacitaciones… paideia, para decirlo con una voz helénica, del bien vivir y del bien morir, preparativos y preparaciones para que Las vestiduras del palacio estén impecables cuando llegue la hora. La hora, el momento en que será mejor leer esta guía es algo que no he dejado de plantearme. ¿Será mejor hacerlo al amanecer, al atardecer o más bien y mejor en las horas altas de la noche en que los ruidos se apagan y es posible escuchar mejor el roce de las “vestiduras”?, digo de las letras de esta arca de una alianza secreta que, si bien se apoya en la Cábala, es posible que se proyecte más allá de ella, si es que creemos en la hipótesis de que Angelina Muñiz es una seguidora de Abraham Abulafia a muchos siglos de distancia…

“Palacio” en el Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot es definido así: “En el simbolismo cabalístico, el palacio santo o “palacio interior” se encuentra en medio de las seis direcciones del espacio, que forman con él el septenario. Es, por consiguiente, un símbolo del centro recóndito, del ‘motor inmóvil’. También se le llama el ‘palacio de plata’, y el ‘hilo de plata’ es el ligamento oculto que une al hombre con su origen y finalidad. La idea del centro refunde el corazón y la mente, por esto el palacio del anciano rey de las leyendas y cuentos folklóricos tiene cámaras secretas (inconsciente) que guarda tesoros (verdades espirituales). En especial, según Loeffler, los palacios de cristal o de espejos, como también los palacios que brotan por ensalmo, son símbolos de la memoria ancestral de la humanidad, del saber primitivo de la edad de oro” (Editorial Labor, Barcelona, 1981, p. 352).

 

II. El libro se presenta como un viaje, una expedición hacia un palacio o un reino de palacios a los cuales hay que subir, pues la construcción está en las alturas. Se trata de un viaje que tiene que ver con la audacia del conocimiento (p. 6) y las preguntas acerca de “cómo saber” (p. 7), aunque no se mencione el viaje, no es un viaje solitario, supone “el apoyo de otros pasos”, es un camino solitario y también de muchos (p. 8). El camino es también una cacería real y simbólica (p. 9), te lleva a un palacio cuyas puertas no siempre están abiertas y a cuya entrada hay filas interminables de pacientes que no siempre saben qué esperan…  puertas cerradas del palacio, “la hilera de los agonizantes / de los condenados / de nadie” (p. 10). El palacio abierto es también un palacio vacío. El palacio vacío es un engaño (p. 11). El palacio es también un barco y su silueta una metáfora de la navegación y a su vez ésta lo es del cuerpo y de sus fuerzas (p. 12). Hay entre palacios unos que lo son más que otros, ya a la orilla de un rio o de una montaña o al borde de un escritorio, es infinito y a la par invisible, imago mundi, mapamundi (p. 13), espejo y cristal, espejo de aumento para la incredulidad de los incrédulos, telescopio para los exploradores, y al ritmo de su preguntar se dará la soledad y el silencio, la sed y la desolación, la plenitud del canto gregoriano y de los trinos al amanecer (p. 15). Todo encauza al silencio, al signo que calla entre las letras y los sonidos (p. 16). El libro que tiene el lector entre las manos pide ser descifrado con tacto para no pervertirlo o invertirlo (p. 17). El libro es la encarnación del lugar apartado donde el Búho, símbolo de la sabiduría, “reina en la noche”. Un palacio se asienta “en un lugar apartado” propicio para que se encuentren ahí los amantes y las palomas mensajeras. En su espacio anida la luna, siempre “atrasada, desmemoriada”, obediente a la regla de los 28 días perdidos (p. 18). No extraña entonces que la construcción palaciega se resuelva en la intemperie de un destierro o exilio (p. 19). Curiosamente, el palacio se abisma en su propio extravío: “Palacio que ha perdido el rumbo” y, al hacerlo, ha extraviado también el horizonte (p. 20). Ronda una dubitativa moneda: “¿Existen los palacios?” (p. 21). Al hablar de ellos, los palacios, se habla necesariamente del reino inaccesible o etéreo, inalcanzable, de los cuentos de hadas. Quien se adentra en la reconstrucción de estos espacios en cierto modo se infecta, se contagia, de lo imposible encarnado en el reino de las hadas (p. 22). De ahí que, al escribir esta obra, la tinta que la dibuja se contamine también de la oquedad y plenitud del palacio que es castillo, intrincado laberinto cuyo testigo son los ojos de Franz Kafka (p. 23).

Las vestiduras del palacio materializa el espacio de la meditación. Es una obra para ser recitada a varias voces como en un templo.

 

 

Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México. Premio Xavier Villaurrutia 2008, Premio Alfonso Reyes 2018 y Premio Nacional de Artes y Literatura 2020. Creador Emérito perteneciente al SNCA. Twitter: @avecesprosa

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Posted: June 24, 2022 at 4:11 am

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