El problema palestino-israelí y otros conflictos
Andrés Ortiz Moyano
Una cuestión de propaganda
¿Saben por qué los españoles seguimos cargando con la famosa Leyenda Negra? ¿Quizás sea porque ingleses, holandeses y franceses, nuestros enemigos atávicos, desde que el imperio español partía el bacalao, envidian nuestro sol y nuestra altísima esperanza de vida? ¿Quizás porque sus mayores prefieren invertir su senectud y ahorros en este país de cerdos (por aquello de los PIGS) sedientos de calidez, amabilidad y una gastronomía imbatible? O, ¿quizás porque en la muy moderna, muy formal y muy desarrollada Europa del norte la tasa de suicidios es insoportablemente mayor comparada con la nuestra?
No. Nada de eso. Simple y llanamente se debe a que perdimos la batalla de la propaganda a pesar de que los españoles, cierto, no fuimos en la época imperial peores que nadie y sí mejores que muchos. Curioso, especialmente cuando la bilis viene de gente que arrasó Norteamérica con colts, winchesters, y mantas infectadas de viruela; exterminó a la población de Namibia buscando su Lebensraun a más de 8.000 kilómetros de su Stuttgart natal; cazó hasta el último tasmano pagando la piel de cada uno a 2 libras la pieza; expolió el Congo y aniquiló a más de ocho millones de nativos; o separaba hasta antes de ayer LITERALMENTE los baños de Sudáfrica entre negros y blanco.
La lista de atropellos, con la Ilustración y los Derechos Humanos ya bien aprendiditos, es interminable, así que, lecciones, las justas.
Pero resulta sorprendente cómo esta maldición no sólo ha sobrevivido el paso de los siglos, sino que ha calado en parte de los propios españoles, quienes la han asumido agachando la cerviz cuando en California quitan una estatua de Colón o de cualquier misionero para colocar otra de algún cacique indígena hipermusculado, cuyo único mérito posiblemente haya sido la merienda, literal, de algún amiguete despistado a mayor gloria de sus dioses emplumados y vengativos.
De poco o nada sirve recordar que los españoles nos preocupamos de dotar de derechos (con mejorable resultado, eso sí) a los amerindios a través de leyes como las de Burgos, firmadas en 1512 y que ya prohibían la esclavitud y organizaban la conquista. Tres siglos y medio antes que la muy cacareada Ley de Derechos Civiles de los muy desarrollados, muy liberales y muy admirables Estados Unidos de América.
Poco importa que apostásemos por el mestizaje desde el primer minuto, que nos diésemos prisa en levantar universidades y ciudades saneadas, o que cuidásemos las lenguas nativas como el otomí o el náhuatl. Tanto es así que, cuando nos largamos o nos largaron de allí, el invento funcionaba muy aceptablemente; fueron en realidad los criollos los más racistas y los más violentos de todos, y quienes, por ende, lo jodieron todo. Gracias a la propaganda, la culpa es de los españoles y Cuauhtémoc un bendito. ¿Cierto, AMLO?
El conflicto palestino-israelí según el buenismo occidental
La batalla sigue perdida, a pesar del esfuerzo denodado de los historiadores modernos. Y es que remontarle el partido a la propaganda es sumamente difícil. Vean si no, estos días, el bochornoso abordaje analítico sobre uno de los temas de los que más se opina, pero del que, paradójicamente, menos se sabe: el conflicto palestino-israelí.
Llevamos décadas aceptando, dado el interés pedante y odioso de la izquierda de salón europea, que Israel es un país usurpador, atroz e inexorable merced a diagnósticos propios de un niño de 6 años. Parte de esa izquierda trasnochada de puño con iPhone en alto, canuto en la universidad, cuenta de Twitter, suscripción Premium a Netflix y vacaciones en un pisazo de playa, porfía en un maniqueo planteamiento que enciende la sospecha de si más allá de un burdo análisis geopolítico no se esconde un abierto y claro antisemitismo.
Es una obviedad que, en ocasiones, justificar el puño de hierro israelí resulta harto difícil. Pero no es menos cierto que la propia existencia de Israel radica, precisamente, en comportarse como un Estado que no puede vivir sino sobrevivir y perdurar. Quizás, sólo quizás, nuestro buenismo occidental nos ha hecho olvidarnos de lo que hay más allá de nuestra burbuja y que la democracia es un bien escasísimo en un mundo, por lo general, hostil, arbitrario y bastante hijo de puta.
Bajando la pelota al albero, cualquier planteamiento actual debe partir de que Israel es un país que se está defendiendo legítimamente de un enemigo, Hamas, una de las organizaciones yihadistas más sanguinarias. ¿No debería ser obligación de cualquier defensor de la libertad plantar batalla a todo aquél que pretenda trocar una de las democracias más saludables y asentadas del mundo por la sharia? ¿No deberíamos aplaudir el mérito de instaurar un nivel de desarrollo personal y económico parejo a los países nórdicos en la inmensidad alacranada de Oriente Medio, el erial de las libertades?
¿No deberíamos tener claro simplemente quiénes son los nuestros?
Más clarito todavía para tiktokers confundidos: ¿no deberíamos tener claro simplemente quiénes son los nuestros?
Israel es un Estado libre en el que, por ejemplo, las mujeres y homosexuales tienen garantizados sus derechos a diferencia de, fíjese qué casualidad, todos y cada uno de los países que les acusan de ser una anomalía merecedora de erradicarse.
Los propios corresponsales en la zona suelen ser parciales, perpetuando la imagen de un puro e incluso infantiloide David palestino contra el perverso Goliat. El famoso “balas contra piedras” se ha perpetuado y ni siquiera las imágenes de los cohetes y proyectiles que Hamas vomita sobre territorio israelí cambian este mantra. Por supuesto, el desprecio de los terroristas por la seguridad de aquellos a quienes supuestamente defienden, tampoco.
A esos mismos pensadores y medios no les interesa —vaya casualidad— el genocidio armenio a manos de los turcos. No les interesa los homosexuales colgados en público en el paraíso de los ayatolás. No les interesa la cacería de cristianos en Nigeria. Tampoco les ha interesado nunca denunciar la persecución sistemática en regímenes comunistas de los homosexuales, por mucho que los adalides de la libertad y la bonhomía coleccionen éxodos de Mariel o campos de trabajo de la UMAP de ese homófobo declarado que era el Che Guevara.
Ni procede molestar al gran Mao Xi Jinping por el hostigamiento de los uigures en la región de Xinjiang.
Y los propios palestinos, créanme, les importan un señor carajo a estos portadores de kufiyyas de Gucci. Para ellos son meros untermensh [subhumanos], figurantes en su falso discurso, que pasaban por allí.
La propaganda, decíamos, es la responsable o la perpetradora de nuestros juicios de valor. No somos impermeables a sus efectos y nos sorprendería la facilidad con la que infecta nuestros poros.
Así pues, no se preocupen por no entender cómo y cuándo empezó esta historia que guadianescamente se nos presenta; eso ya da igual. Preocúpese más bien por ese veneno que, como el que mató al padre de Hamlet, nos vierten a diario por los oídos.
Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy
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Posted: May 20, 2021 at 10:06 pm
¿Quiénes son los nuestros Andrés? ¿Los que no se compran kufiyyas de Gucci? Estoy de acuerdo contigo, entonces hay que matarlos.
¿Siquiera te has enterado de por qué estalló el conflicto en esta ocasión?
Es una pena que se publiquen textos con argumentos tan flojos y maniqueos.
pues quienes van a ser ??? Los demócratas!!!
pero vamos a ver. De flojos nada, precisamente eso es lo que denuncia, que por qué si los malos son siempre los judíos y pobrecitos los otros…
Si son los propios musulmanes los que detestan a los palestinos!!!