El relato de la COVID-1984
Andrés Ortiz Moyano
Al final, perdonen el aforismo, todo está en el relato. Un relato más o menos estructurado, más o menos preciso, más o menos cierto. Y en esta era de sobreinformación, comunicación instantánea y orfandad analítica, el relato es el que apuntala la credibilidad de los informadores y los hace verosímiles. En verdad es relativamente sencillo organizar un relato, pues basta con un emisor, un mensaje, un canal y un receptor; luego, el lenguaje hace la magia. Que estemos hablando de ficción o de realidad importa poco.
En este sentido, en España estamos asistiendo, en el agobiante y deprimente escenario de confinamiento e incertidumbre en que vivimos, a uno de los relatos propagandísticos más burdos y groseros de la historia de las grandes falacias; y esta, créanme, es una historia larga. Es el relato del sanchismo, orquestado por el propio presidente de la nación, Pedro Sánchez, y su cohorte de asesores de imagen y comunicación. Porque, fíense de este plumilla, si no conocen a Sánchez, se pierden un obsceno caso de narcisismo patológico, sólo superado en intensidad por la flagrante falta de escrúpulos que adorna su carrera política. Una carrera en la que ha sacrificado a su propio partido, el histórico PSOE; aunque lo grave, es que el propio PSOE no sabe que es un dead man walking, que dicen los yanquis. Sí, gobierna en España con el apoyo de los bolivarianos de Podemos y de los independentistas vascos y catalanes, pero no manda el partido, sino el ego del presidente.
El relato de Sánchez es el triunfo de la estafa democrática. Pero, ojo, no deberíamos subestimar la acción del Gobierno de España, porque si en algo se demuestra ducho es en la manipulación de los hechos y la flexibilización de las palabras para adaptar la realidad a sus propios relatos. Como botón de muestra, Sánchez ya entregó el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), organismo público de referencia en España, a la dudosa figura de José Félix Tezanos, miembro del partido socialista, rompiendo así cualquier atisbo de imparcialidad. El CIS, debo insistir por su gravedad, servicio público de análisis y conocimiento general que todos los españoles pagamos con nuestros impuestos, ha devenido en procaz órgano del Ministerio de la Verdad para mayor gloria del nuevo rey Sol patrio.
El escritor Philip K. Dick, seguramente en un momento de lucidez entre alucinógeno por aquí y opiáceo por allá, explicó con extrema precisión que «la herramienta básica para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si puedes controlar el significado de las palabras, puedes controlar a la gente que debe usar las palabras». Y, en este aspecto, comprobamos que la estrategia global de este Gobierno guapo, pop, inepto y, en ocasiones, imbécil es un mero cascarón hueco, eso sí, enhebrado con un discurso ambicioso y agresivo que, perdónenme, además de tomarnos por tontos, puede hasta ganar la partida.
El relato de Sánchez se basa en un lenguaje tramposo. Habla de «guerra», de «enemigo», de «victoria». Y esto es tan falso como fullero. En primer lugar, porque aquí, a pesar del prurito por personificar y demonizar un ente etéreo como el virus, no hay un enemigo, no hay un vil agresor, no ha habido un grito de «Tora, tora, tora» minutos antes de la catástrofe. Lo que sí hay es una deplorable gestión gubernamental que recuerda más bien a cuando Mao culpó a los pajaritos del campo chino de las terribles hambrunas y los campesinos casi exterminan a los pobres bichos. El lema «Este virus lo paramos UNIDOS» (por cierto, qué poco aguante tiene el todos, todas, todes y todxs cuando pintan bastos), el «Todos somos héroes» o el #yomequedoencasa no dejan de ser llamadas a una emotividad con tintes épicos sin otro objetivo que reforzar el ominoso «esto no se podía prever» o el «cualquiera estaría igual».
El relato de Sánchez es obsceno. No habla de muertos, no habla de hecatombe sanitaria y no asume la mínima culpa. Sí que habla de la «curva» como si de un Leviatán perverso y monstruoso se tratara, cuando, en realidad, es la pura estadística, los números, cuentas ásperas, frías, asépticas y dolorosas que no se conmueven con aplausos a las ocho de la tarde, cuando los españoles salíamos al balcón a aplaudir a nuestros sanitarios, ni con comparecencias públicas pornográficas, entendiéndose este adjetivo más propio de lo ofensivo al pudor que de una película triple equis. Los datos son inexorables e ilustran a la perfección el éxito o fracaso de las gestiones. Esos mismos números, aun maquillados, nos colocan como el segundo país con mayor índice de muertos por millón de habitantes (el primero es Bélgica), con permiso del aparato de propaganda chino.
El relato de Sánchez promete un país de sonrisas, y con una sonrisa sugiere que pasaremos de los 30.000 muertos, que empresas sospechosas nos estafaron, que el destrozo del paro va a ser brutal y que, ¡oh, romanos!, Pablo Iglesias, vicepresidente comunista que bebe los vientos por Maduro y los ayatolás iraníes, es un hombre honrado.
El relato de Sánchez es este odioso relato de la pandemia que se multiplica en demasiados puntos del globo. Se basa, también, en la prostitución del periodismo. El Gobierno está siendo cómplice del hundimiento de la libertad de prensa y el derecho a la información. Jalea un forofismo ultra, valga el pleonasmo, abrigado por supuestas cabeceras de información serias en base a análisis y opiniones sesgadas por ideología. Las propias ruedas de prensa parecen más bien un canto al NODO más rancio, alcanzando su cénit en la sonrojante manipulación del turno de preguntas. Y, por supuesto, todo lo que se salga de la línea de este Pravda telemático es un bulo.
El relato de Sánchez trasciende las palabras y se materializa en un oscurísimo control de la libertad de prensa, impropio en uno de los países de mayor salud democrática del mundo. A la Covid-19 le ha añadido, excitado por las mordazas, un pernicioso 84.
En comunicación no hay otro camino que el de la verdad y el de contar las cosas como son. En otras palabras: de tratar a la gente como a adultos.
El relato de Sánchez, y Sánchez lo sabe, es la única carta a la que se lo ha jugado todo. No puede asirse a una buena gestión, ni a un apoyo mayoritario, ni a un futuro inmediato que, a buen seguro, lo va a machacar políticamente. Pero tiene recursos, ambición y una desatada desesperación por salvarse antes que nadie del hundimiento. Pedro Sánchez es como el Bastian de la segunda mitad de La Historia Interminable, el niño caprichoso y acomplejado que, creyéndose todopoderoso, destroza el reino de Fantasia. Pedro Sánchez quiere ser Ramsés II y pasar a la historia como el Ozymandias lírico de Percy Bysshe Shelley: «¡Contemplad mis obras y desesperad!».
El tiempo y las próximas elecciones, que llegarán, dirán si el relato de Sánchez, o de cualquier otro enemigo de la verdad, ha alcanzado su objetivo.
Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy
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Posted: May 18, 2020 at 9:46 pm