El primer Vladimir Putin
Ricardo López Si
Existen dos lecturas que me parecen reveladoras para entender el contexto del que emana un hombre como Vladimir Putin, el hoy demonizado mandatorio ruso, responsable de la invasión a Ucrania que mantiene en vilo a buen parte de Europa occidental: Limónov, del francés Emmanuel Carrère —el más célebre escritor de novelas de no ficción de su generación—, y Reportero, de David Remnick, director del New Yorker y antiguo corresponsal en Moscú.
Si bien la primera es una biografía novelada sobre el epítome de disidente del siglo XX, Eduard Limónov —escritor, activista, paramilitar, mayordomo, vagabundo—, Carrère se posa sobre los momentos más trascendentales de la historia rusa contemporánea con el rigor del periodista y el entusiasmo del adepto para construir un relato apasionante, cuya epígrafe condensa buena parte del ideario que le permitió a Putin convertirse en el personaje que es hoy en día: «El que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón».
En la segunda mitad del libro, Carrère aborda el ascenso al poder de Putin tras el segundo mandato fallido del impopular Boris Yeltsin. Resulta paradójico pensar que uno de los grandes impulsores de la meteórica sucesión de Putin haya sido el oligarca Boris Berezovsky, otrora director de orquesta en el Kremlin que terminó sus días perseguido y hostigado por el gobierno ruso durante su exilio en Reino Unido. No había muchas razones para pensar en Putin como la pieza faltante en el rompecabezas que le permitiera a Rusia encarar de manera digna los primeros años del siglo XXI, puesto que estábamos ante un ex oficial de información en Dresde —lo suficientemente lejos de Berlín para no pensar en él como alguien con un futuro promisorio en el servicio de espionaje—, que no había tenido un rol especialmente protagónico tras la caída del Muro de Berlín y que no había dado grandes muestras de liderazgo durante su discreta gestión al frente del FSB, en otro tiempo llamado KGB. En realidad Berezovsky idealizó en Putin a un hombre manipulable, capaz de profesarle una lealtad inquebrantable a los grupos de poder que tomaban las decisiones importantes en Rusia.
Llegados a este punto, Carrère plantea un paralelismo muy interesante entre Limónov y Putin, que sirve para entender a qué tipo de personaje está haciéndole frente el bloque occidental en Ucrania. Ambos tienen sus orígenes en una familia compuesta por un padre suboficial y una madre ama de casa, hacinados en una de esas típicas kommunalk —las viviendas comunitarias de la época soviética. Y más importante aún: «en un entorno de culto a la patria, a la Gran Guerra Patriótica, al KGB y al miedo que inspira a los cojones blandos de Occidente». Pensemos que las motivaciones intelectuales de Putin siendo adolescente estaban estrechamente vinculadas con su devoción por las novelas de espías, especialmente de la saga de El escudo y la espada, de Vadim Kozhevnikov, que describe las aventuras de un agente secreto soviético que se infiltra en los círculos de poder de la Alemania nazi para permitirle a su país ganar la guerra. Esto resulta fundamental, puesto que Putin veía en un espía a alguien capaz de transformar la vida de millones de personas, algo incluso fuera del alcance de los ejércitos.
Por otro lado, David Remnick —cuyas impresiones vertidas sobre el mandatorio ruso en su libro publicado en 2006 comulgan bastante con las posteriores de Carrère— documenta en su perfil sobre Putin incluido en el libro Reportero que el abuelo de éste fue cocinero en una de las fincas rurales que Stalin tenía cerca de Moscú; que durante la Segunda Guerra Mundial su madre casi muere de inanición durante el bloqueo nazi de Leningrado —hoy San Petersburgo, la ciudad que lo vio nacer en 1952—; que su padre resultó herido en el frente de batalla y que sobrevivió tras ser rescatado por uno de sus camaradas; y que uno de sus hermanos mayores murió de difteria —una enfermedad infecciosa de las vías respiratorias altas. Todo esto, desde luego, tendría un impacto incalculable en su formación política. Luego recupera una serie de declaraciones del propio Putin que en su día se convirtieron en un libro de corte autobiográfico, llamado En primera persona —también fundamental en el trazado del perfil de Carrère—, donde se define como el producto perfecto, puro y simple, de las políticas de educación patriótica soviéticas.
Remnick finaliza el perfil esgrimiendo que el autoritarismo blando de Putin había comenzado a endurecerse, al tiempo que la Revolución naranja —la semilla del distanciamiento definitivo entre la Ucrania europeísta y la prorrusa— de 2004 en Kiev comenzaba a provocarle severos dolores de cabeza. Encima Freedom House había reducido el estatus de Rusia de «parcialmente libre» a «no libre», un hecho inédito desde 1991. Entonces el periodista estadounidense sugirió que el próximo gran misterio de la política rusa sería cómo afrontaría Putin la sucesión tras su segundo mandato en 2008, una cuestión que todavía no comprometía en demasía la configuración del tablero geopolítico.
En su conjunto, se puede concluir que las reflexiones de Carrère y Remnick advertían en Vladimir Putin a un hombre más o menos mediocre para los cánones occidentales, por momentos pragmático, cuya formación intelectual provenía en buena medida de la ficción de espías, el culto a la guerra, una irrefrenable nostalgia soviética y una especie de delirio imperialista en cocción, al que se le encomendó la misión de liderar a una Rusia decadente bajo el yugo de la oligarquía. Visto en perspectiva, desde entonces no parecía una combinación particularmente compatible con el concepto de paz predominante del otro lado del mapa.
Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi
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Posted: March 2, 2022 at 11:09 pm