Reviews
El sino de los tacubos

El sino de los tacubos

Ricardo Pohlenz

Café Tacuba, Sino, Universal, 2006

 

El sonido de Café Tacuba ha sido siempre incalificable. Dados a un franco desdén a lo que son límites y distinciones, se celebran como monstruo en el que no hay nada que no quepa, desde música tradicional hasta nueva ola. Surgidos como una banda al margen son parodia, a veces, de lo rocanrolero, otras veces, de un sentimiento nacional, y otras veces más, de una venia vanguardista. Fueron comparados con Radiohead ya hace rato, con la salida en los Estados Unidos de su Reves/Yosoy, álbum donde se permiten lides y deslices, consagrados, de por sí, como una banda de luces peculiares.

Se puede decir todo lo que se deja oír en su nuevo álbum como santo y seña de una educación sentimental tan trascendida como transgredida. La lista haría catálogo de gustos y remedos. Según le declarado por Joselo Rangel, guitarra de la banda, a Josh Kuhn del New York Times: “el rock clásico fue por mucho la más grande infl uencia en las nuevas canciones.”

No se trata tanto de perderse en los detalles, aunque todo sea detalles en el álbum, minucia trabajada en complicidad gandalla (tribal, si se quiere) con alusiones dadas con malicia sociocultural que vindica claves locales de folclor.

Una característica depurada suya, verbigracia de Rubén Albarrán, cantante proclive a multiplicidad de avatares. Se mandan en la explotación lírica de letanías aprendidas en programas de concurso y conmemoraciones cívicas para ofrecer cortes de violencia pop, transa poética e ironía política. Una nostalgia tragicómica que se espeta en versos como:

El Señor Interventor no estaba para validar mi premio que se traduce, kafkiano, rito de un mundo perdido, tan populista como populachero. En el festejo de la precariedad, los tacubos, dados al juego de la épica trascendental, alcanzan desde la paradoja recitada como canon, el jardín zen:

Cuando no deseo nada tengo todo / Cuando no deseo nada tengo más.

Caldo de cultivo para especular desde la Fenomenología del relajo de Jorge Portilla o La jaula de la melancolía de Bartra. Ciudad Satélite merece un aparte, o tal vez no. En un momento en que toda extensión era progreso permanenteseñalado por las Torres multicolores de Goeritz y Barragán, el futuro no fue lo que pensaba pero fue. Desde el margen, como satélite literal, aprendieron en lo trasnacional su propia identidad. El corte que lo señala tiene como nombre su código postal:

Cuando miro mi vida para atrás / Me descubro viviendo en espiral / No te extrañe si digo que crecí / En circuitos yo nunca me perdí.

El sentido se escurre entre la lira estridente, el sintetizador celestial y la caja de ritmos como un bien expropiado. La expropiación petrolera, enseñada como baluarte cívico (sostén —aún— de la economía) legitima el resto de las expropiaciones (culturales, al menos) que son vividos en la semejanza pragmática de lo distinto. Pie para una demagogia padecida como religión, los tacubos —románticos percudidos a fin de cuenta subversivos— la representan doble y desleal, pero feliz y festiva, en los versos de Gracias, corte que cierra —con agradecimiento formal— el álbum:

Gracias por la libertad / gracias por la democracia / por el estado de derecho /a quien debo tanta gracia / erradicar fraude y cohecho / libres hacia la verdad.

Se acaba, irremediablemente, al hacer reseña, en las señas y signos. Lo que hubo de decirse desde un principio es que Sino es un álbum de pop. Fusión y fisión de tantos estilo a uno solo, tan ecléctico en su particularidad pero siempre, tan familiar. Le llega a otro sector del público, si se quiere más amplio. Cantan con la banda, aprendidas las rolas, en el concierto.


Posted: April 12, 2012 at 8:08 pm