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El verbo del desmuertadero

El verbo del desmuertadero

Anadeli Bencomo

Autor: Yuri Herrera                                                  Ilustración de Carlos Velasco Herrera
Título: La transmigración de los cuerpos,
Editorial: Editorial Periférica, Cáceres, España, 2013

Tantas cosas escritas en piedra se habían arrojado que la calle había quedado en ruinas.

Las coordenadas de la historia nos suenan familiares, una ciudad del norte de México es azotada por la doble plaga: la del cobro de cuentas entre bandos enemigos y la de la pandemia de la gripe aviar. Saldo: muertos. Sin embargo, Yuri Herrera no se aproxima a esta temática lamentablemente manida en los últimos tiempos desde la perspectiva de un “buitre”, tal y como se denomina a los personajes que se acercan a la muerte con ciertos intereses fiduciarios de por medio. Herrera nos entrega en esta oportunidad una novela singular, consolidándose como uno de los mejores narradores mexicanos en esta segunda década del milenio. En una ocasión anterior, había ya señalado cómo el dominio de la prosa narrativa había crecido de la primera a la segunda novela de Herrera y ahora, con La transmigración de los cuerpos, asistimos a una maduración ya no sólo de una prosa sino de un estilo propio. Leer a Yuri Herrera se convierte en una experiencia que complace y asombra a la vez, pues nos pone frente a un lenguaje irrepetible y a una sorprendente narración realista. El realismo de Herrera es, en este sentido, singular y se diferencia de ese estilo que en muchas novelas actuales no levanta el vuelo y se queda en registro burdo y ramplón.

Insistiré entonces en que la prosa de Herrera se destaca por dos cualidades encomiables. En primer lugar, por su empleo de un lenguaje único, coloquial y con una singular plasticidad. Hay en su escritura algo de ese arte acústico que nos brindaran anteriormente novelas como La casa que arde de noche de Ricardo Garibay, por ejemplo. La escritura de La transmigración de los cuerpos nos brinda, más allá de ciertos memorables giros del habla (“buenosdiar y comolevar y primerodiosar y muyamabliar todo el día”), descripciones construidas sobre imágenes muy bien logradas (“como si tuviera no güesos sino alma de alambre”), y una ambientación contundente (“el aire se había desatascado; no es que corriera, sino que se sentía como tomando impulso”). Y gracias a esta certera ambientación y a la plasticidad singular de su prosa, podemos defender la idea de que la escritura de Yuri Herrera sabe ser contemporánea a la manera defendida por Gertrude Stein, lo que implica ser capaz de escribir de acuerdo a una sintaxis, a una respiración o puntuación de la prosa en íntima relación con su época de enunciación. Y yo añadiría que la escritura de Herrera, la manera en la que imbrica narración, diálogo, oralidad y neologismos, no sólo nos habla de la época actual, sino de algo más intangible y que puede nombrarse como la pulsión de esas comunidades retratadas en sus novelas, esos pueblos asfixiados de terror, de sudores violentos, suspendidos en una suerte de paréntesis, en esos involuntarios toques de queda que arrinconan a tantos a guarecerse tras las puertas. Realidades que no se rela tan fácilmente y que parecieran demandar la elocuencia de ciertas formas oblicuas de narración como la que nos ofrece esta novela. Pues otro rasgo importante dentro de la caracterización de la prosa del autor es la presencia de un cierto sustrato simbólico que se reconoce igualmente en sus novelas anteriores. En el caso de La transmigración de los cuerpos es en el personaje del Alfaqueque donde recae esa dimensión transrealista del texto pues el personaje representa al Verbo y a su poder expresivo. Verbo que es expresión, afán de comunicación con el otro y también consigo mismo. Alfaqueque es a la vez, portador de noticias o mensajero, mediador de conflictos, reparador de ofensas, revelador de verdades y detentor de emociones ajenas en una época que reclama éste y otro tipo de intermediarios pues nuestra relación con la vida y la muerte se encuentra permeada por las distancias: “¿Cuándo dejamos de enterrar con nuestras propias manos a los que amamos?, pensó. ¿Qué carajos puede esperarse de gente como uno?”.

Sobre esta interrogante parece sustentarse buena parte de la historia en La transmigración de los cuerpos, una novela que narra las vicisitudes de una población dominadapor los miedos a la epidemia, a la violencia, al otro, a la verdad pura y simple. Alfaqueque, el Verbo, es una suerte de enviado en medio de la debacle, un personaje que crece página a página hasta hacerse entrañable. Un personaje que se presenta a sí mismo al comienzo de la novela como la estampa de un individuo insignificante que arruina los trajes apenas se los pone encima, que cuando logra llevar a una mujer a su cama duda de si en realidad el encuentro sexual está aconteciéndole a él, si ha logrado en serio convencer a una mujer de acostarse con él. Un personaje común y corriente pero con una intuición afilada, un don representado en la figura de un fantasmal perro negro que “le permitía meterse en lugares y en decisiones que no soportaría a solas”.

Y el lector va siguiendo así la trama de acuerdo al ritmo mismo que le dicta esta escritura singular y certera a la vez, que nos invita a releer pasajes completos y a deleitarnos con una experiencia de lectura que no nos defrauda y que nos deja con ganas de probar otros bocados semejantes que, lamentablemente, no son los que abundan en las superlibrerías de moda.


Posted: May 27, 2014 at 2:24 pm

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