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Elecciones razonadas 2018

Elecciones razonadas 2018

Mosaico de opiniones

Alberto Chimal  

Al contrario de  otros periodos electorales, he procurado no seguir los debates, las discusiones de los candidatos en medios, etcétera. No es solamente que el discurso público esté degradado, peor incluso que en 2006 aunque ahora las campañas de división y desinformación están más en Internet que en la televisión. El resto de lo que sabemos sobre la situación del país –la violencia que no cesa, la corrupción, la certidumbre de que grandes porciones del Estado han renunciado a sus responsabilidades– me hizo decidir hace mucho que sigue haciendo falta un cambio de nuestro sistema político que no se dio en la oportunidad perdida de 2000 ni se ha dado después. Pensando en eso –y en su complemento: la necesidad de no dejar la participación política sólo para los períodos electorales– es como he decidido mis votos.

Ana Clavel

A menos de quince días en que se celebren las elecciones, percibo un ambiente esperanzador de quienes ya están cansados de lo mismo. No es que en todos los casos la gente opte por AMLO porque crea ciegamente en él, pero la realidad mexicana está tan colapsada que muchos vemos en él la única opción viable. Pienso en la clara ventaja que lleva sobre sus opositores y a la par trato de imaginar cómo sería posible orquestar el fraude. Porque es claro que los poderes criminales, sectarios y corruptos de la vieja maquinaria no se van a quedar con los brazos cruzados en la jornada electoral. Entonces temo un ambiente de zozobra durante y después del 1 de julio. Ojalá me equivoque.

Ana García Bergua

Esta elección es muy paradójica; el país se encuentra sumergido en terribles escándalos de violencia y corrupción, y no cabe duda de que, gane quien gane, existe la exigencia de que las cosas cambien. Ahora bien, la expectativa de cambio provoca en igual medida preocupación y una incierta esperanza. No veo que ninguna opción por sí sola arregle las cosas; habrá que sentar a la mesa a todo mundo y eso será lo más difícil.

David Miklos

Este año los partidos políticos mexicanos enfrentaron una crisis ideológica, que es la manera fina de decir que, en el fondo, son meros vehículos para perseguir el llamado hueso. El PRI, acreedor del hueso mayor a través de la presidencia de Peña Nieto, vio su franco declive y realizó un acto de ilusión al postular al “candidato ciudadano no afiliado” Meade: un desastre. ¿Recuperará fuerza el dinosáurico PRI durante el próximo sexenio o se terminará de extinguir? Misterio. Anaya apuñaló a su propio partido, el PAN, y jaló al casi muerto en vida PRD para hacer una alianza de agua y aceite que, al final, no llegó a lado alguno más que a la demostración de la caducidad de ambos partidos (quizás el PAN consiga regenerarse; el PRD, lo dudo). Finalmente, en su tercera contienda a la presidencia, López Obrador se ubicó en el centro, inclinado a la derecha más que a la izquierda, y consolidó a su Morena, receptáculo de políticos de vieja guardia y jóvenes políticos prometedores, aunque entabló una alianza inusitada con el PES, un partido de derecha rancia que, lamentablemente, será más visible y tendrá escaños en el congreso. Hay, pues, una lucha por hacerse del poder, no por proyectar una ideología y gobernar a través de ella. Todo lo anterior avalado por un proceso electoral caro en exceso, por un lado, y confrontado por el poder reinante a través de las instituciones hechas a su conveniencia. En suma, tenemos dos opciones, si acaso decidimos votar: apostar por una continuidad que conlleva la prolongación de una inútil “guerra contra las drogas” que ha sumado cientos de miles de muertos a lo largo de 12 años, o bien, jugar a que nuestro voto hará el cambio a través de un gobierno cimentado en la manera habitual de hacer política en México pero con la promesa del barrido de la corrupción que nos aqueja y una intentona de ponerle fin a la violencia mencionada. Creo que lo que debe de confrontarse, además de la crisis de partidos, es el proceso en sí: ¿por qué el dispendio en un país aquejado por una desigualdad económica abrumadora, en el cual la democracia ha demostrado ser todo menos el vehículo para combatirla? Más allá de los partidos, hay un faro que se enciende: el movimiento independiente inaugurado por Pedro Kumamoto y extendido a algunos distritos electorales. Esperemos que, en un futuro, podamos votar ampliamente “al arbolito”. Solo allí veo una real regeneración política y una posibilidad de transformación social, más allá de lo que conocemos o tememos conocer.

Martín Solares

No olvidemos de qué está hecha la esperanza

El panorama electoral mexicano se resume así: tenemos dos cocteles políticos poco recomendables y un camaleón desesperado, dispuesto a todo por conservar el poder. Las elecciones de 2018 revelan el desgaste de nuestros partidos políticos: la derecha panista se ve obligada a aliarse con la izquierda perredista, la izquierda morenista recibe a los renegados de la derecha priísta y el partido revolucionario institucional trata de disimular su identidad, porque ninguno de los anteriores está dispuesto a aliarse con él. 

Todos los políticos están dispuestos a hacer lo que sea con tal de subir por el elevador del gobierno otra vez, pero los debates han mostrado cuán alejados se encuentran los candidatos y su equipo de asesores de la realidad nacional, cuán poco les importa ya no digamos la cultura –tema que todos eludieron– sino la incontenible y censurada ola de violencia que ha sumergido en el dolor a cientos de miles de personas por todo el país. Las propuestas económicas de los principales actores tampoco parecen tener los pies en la realidad: Ricardo Anaya, del PAN, desea ver a los campesinos mexicanos revisando los precios de su cosecha a través de su teléfono celular, como si no hiciera falta cobertura para los teléfonos en tantas zonas del campo; López Obrador considera que prohibiendo la corrupción entre los burócratas podrá costear su ambicioso programa de gobierno y Meade propone algunas medidas que parecen sólidas, y otras difíciles de cumplir. La verdad es que, estrictamente hablando, los tres programas de gobierno o no se distinguen entre sí o parecen cubiertos por una espesa capa de niebla.

Lo único que la gente advierte con claridad playera es que se avecina un voto de castigo en contra del PRI y del PAN por los excesos y los errores cometidos durante sus respectivos periodos de gobierno recientes. Ni siquiera los pequeños escándalos que han surgido en los últimos días en contra de colaboradores de López Obrador, y ni siquiera las tesis de intelectuales como Krauze o Aguilar Camín contra el tabasqueño consiguen movilizar a las conciencias en contra del líder de Morena. Salvo que ocurra un inmenso fraude electoral, como aquellos que el PRI se especializa en diseñar, podemos asegurar que los votantes mexicanos esta vez optarán por el partido de López Obrador, y les asiste la razón: si México ha tomado dos tipos de medicina de 1929 a la fecha, y ninguna consigue curar las enfermedades de la nación, es tiempo de probar con la tercera, aunque la cerrazón mesiánica de AMLO sea un fuerte motivo de preocupación para todos los mexicanos, y aunque las ilusiones que levanta su partido sean difíciles de cumplir. Morena es el único partido que consigue generar esperanza entre un amplio sector de la población, y eso se agradece, pero no olvidemos que la Esperanza fue el último ser que salió de la caja de Pandora, y si bien ayudó a vivir a los hombres, algunos advierten que ella, como todos los males que escaparon de la caja, es otro tipo de monstruo también.

©Víctor Rodríguez

Miguel Cane

Después de pensarlo muy detenidamente, he decidido que en esta elección no otorgaré mi voto (que no es cualquier cosa) en el renglón de presidencia. Ninguno de los tres candidatos que cuentan (el Bronco es una broma) es alguien que me hable. No pienso votar por el PRI por una cuestión de principios. El momento en el que AMLOve hizo su pacto maldito con el Yunque y Encuentro Social, fue decisivo para que me apartara de él. También en algo contribuyeron los arrebatos de algunos de sus adláteres en redes sociales –como ver a la nieta de exiliados españoles regodeándose en decirle a los opositores que se “largaran del país”–. Esa clase de circunstancias me deprimen y me irritan. Y sobre Anaya, que me parece una versión masculina e infinitamente menos carismática de Carrie White, la adolescente víctima de bullying que se desquita de toda su escuela. Así el “Chicken Little” que con una psicopatía apenas contenida se abalanza para desquitarse y llevarnos entre las patas. No, no voy a votar por presidente. Lo que sí haré es aplicar el voto diferenciado por senadores, diputado, gobierno de la ciudad y delegado (hoy llamados “alcaldes”, pfff). Porque siento que un congreso balanceado y ecuánime, llegue quien llegue a la grande, será la clave para que haya un gobierno más o menos ecuánime. No temo a las dictaduras (nací en una). Pero sí temo a los arranques de la gente polarizada. Así que la mejor arma que tengo es ejercer mi voto, y mal que me pese, eso también es democracia”.

Mónica Maristain

No puedo votar. Soy extranjera. Aunque hace 19 años que vivo aquí, pensando todos los días en la Argentina y soy, como mucha otra gente, una migrante, alguien que recorre el mundo como si fuera propio.

Hoy, mirando Suiza–Brasil pensaba: ¿qué se sentirá haber nacido en Suiza, donde todo está resuelto, solucionado?

Nunca me había pasado en México que soñara con un triunfo futbolístico y se cumpliera. Bueno, cuando fue la Copa Confederaciones en Alemania, mientras dirigía Ricardo Lavolpe: la escuadra mexicana le ganó a Brasil.

Pero, ¿ganarle a Alemania en un Campeonato del Mundo? Tal vez a mis 50 yo esté soñando, pero mis deseos se cumplieron.

No creo en el neoliberalismo. No creo en el capitalismo ni en esos 10 ricos que se van a ir a vivir a Marte y que nos van a dejar a todos como en la película Blade Runner. Es decir, descreo de este sistema que nos pone contra el rincón, a esperar los golpes.

Viví casi 20 años sin aumento de sueldo, con dinero que cada vez vale menos, yendo al supermercado con una cara de sorpresa y pesadumbre. Con muertes todos los días (¿cuántos muertos hay por día en México?). Un cambio ya.

Así que en estas elecciones, aunque no vote, yo deseo que gane Andrés Manuel López Obrador.

Ricardo Pohlenz

La globalización ha sentado los parámetros para una extraña relación entre mundo y velocidad de impacto, entre producto y posicionamiento de mercado; estamos en todas partes y ante los ojos de todo mundo y, al mismo tiempo, estamos atrapados –aislados si se quiere– en pequeños infiernos (que no dejan de estar ahí –listo para usarse– como tendencia (o parte de una tendencia) para una explotación pasajera, fútil y transitoria por los (nuevos) medios y aquellos que los consumimos. La globalización se ha gestado un poco de manera paralela a nuestra democratización (o a la idea de una democratización). Con la victoria de una oposición de derecha (por lo  menos, más a la derecha del partido que estuvo en el poder por setenta años) nos demostramos que cualquiera podía ser presidente mientras veíamos sucumbir nuestro federalismo (o al menos la influencia del poder central) frente a intereses cada vez más locales. Algo se pierde cuando se gana algo, no sé si lo que ganamos fue ver las distintas facciones (reales o inventadas) en productos de consumo. Nos hemos quedado con la idea (el anhelo, el resquemor) de que Andrés Manuel fue algo que debió suceder hace doce años. Lo que compramos (a nuestro pesar) fue una guerra contra el narco como producto, como manda, como estrategia de gobierno. Fue algo impuesto, algo que nos hacía ver bien, algo que sacó al ejército a las calles y nos marginalizó en la paradoja de vivir (y no) en un país en guerra mientras que –como en tiempos anteriores a la revolución- se ha abierto el país y sus recursos a la explotación foránea. Seguimos viviendo las consecuencias de ese branding aunque lo llamemos de otro modo. En lo político hemos saltado de los partidos y sus logos (y lo que han acabado de decir como signos) a las alianzas y sus largos nombres y no sabemos si esto es una forma de evolución o ocultamiento. La oferta política es semejante a la que ofrecen los estantes de pan o frituras en un supermercado, el espacio se renta –es una forma legítima de derecho de piso- y unos productos se imponen sobre los demás. La oferta de candidatos a la presidencia que se nos ha querido dar (o que ha resultado de un hábil manejo de negociaciones y coincidencias) no cumple con las expectativas que tenemos (o que queremos tener) para un futuro que conjure la violencia y oscuridad de estos tiempos, la mediocridad y el valemadrismo de aquellos que detentan el poder (o que están en la huida por haberlo detentado). Se nos ha querido decir que esto es lo que hay, la exacerbación a cuadro –en pantalla- de patrones de comportamiento, de provincialismos exacerbados, de una violencia que nos llama por teléfono, sea para estafarnos, amenazarnos o para decirnos por quien no votar. Hacer la diferencia es cada vez más difícil, no sé si con esto han querido dejar claro para todos aquellos que no somos acarreados que la diferencia no la ponemos nosotros, que todo ha sido pactado de antemano, como partido de futbol, con mínimas diferencias y azares, y aun, nos queda hacerlos porque es nuestro derecho (votar es nuestro derecho) aunque todo parezca suceder más allá de nosotros.

Tanya Huntington

Despejemos la niebla que envuelve este proceso electoral: no debe angustiarnos que la transición hacia la democracia haya sido un camino con ciertos topes previsibles desde la perspectiva historiográfica (y que encuentra paralelos en casos como el de Polonia,) o incluso con baches aleatorios, como la violencia que ha salpicado con su baño de sangre a todos los partidos políticos. Estas serán las primeras elecciones presidenciales en las cuales voto como mexicana naturalizada, lo cual no puede sino darme ilusión, a pesar de mi desilusión con los candidatos del momento. Quizás por lo mismo me parece aconsejable que vayamos dejando atrás la herencia del caciquismo para concentrar nuestros esfuerzos en las elecciones locales. Después de todo, el delegado local o alcalde que nos corresponde tiene más injerencia sobre nuestra vida cotidiana que aquella figura que se pone la banda presidencial para dar el grito o presentar el informe anual. Cada pueblo tiene sus puntos fuertes y débiles. Si vamos a lograr el cambio desde nuestro mejor baluarte, que es la sociedad civil, lógicamente debemos proceder desde los barrios donde vivimos. En lugar de lamentar los fallos de las instituciones que nos rodean, o sentirnos abandonados a nuestra suerte, debemos unirnos para exigir que los funcionarios funcionen, no solo en aquellos casos que nos atañen personalmente, sino también como aliados de nuestros vecinos. Me duele en el alma cada vez que la respuesta inmediata y lapidaria ante cualquier agravio consiste en lamentar que “así es nuestro país”, cuando nuestro país no tiene por qué seguir siendo así.

Yuri Herrera

Algunos analistas hablan de que estas elecciones han “polarizado” al país, cuando más bien el proceso electoral es apenas un reflejo de la brutal inequidad en la sociedad mexicana en el acceso a la salud, a la justicia, a un salario digno. Esta situación está tan normalizada que los hombres de negocios ligados al régimen y sus propagandistas ven como una ruptura inaceptable lo que tendría que verse como parte del juego democrático: la alternancia en el poder y proponer nuevas políticas públicas para combatir la inseguridad y la pobreza. Parece que, a regañadientes, al fin han aceptado que no pueden seguir imponiendo incondicionales en la presidencia. Ahora, si, como todo indica, López Obrador gana las elecciones el 1 de julio, será un evento extraordinario porque lo habrá hecho tras décadas de soportar acoso y difamaciones, y sin corromperse. Pero eso no será suficiente. López Obrador no tendrá un período de gracia porque, con toda razón, la sociedad ya está impaciente, tendrá que dar resultados pronto y sin plegarse a los conservadores que se sumaron a su coalición.

 

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Posted: June 15, 2018 at 10:36 pm

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