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Norma Piña y la balada de Thomas Becket

Norma Piña y la balada de Thomas Becket

Óscar Constantino Gutiérrez

las palabras del poderoso pesan, un jefe de Estado que insulta o manifiesta deseos contra otra persona no solo expresa su ira, sino manifiesta una intención que sus sirvientes y adeptos desean satisfacer, como si fuera un deseo.

La parte más lamentable de un análisis sesgado es la mentira. Si ésta, además, es burda y cínica, es triplemente penosa. Es el caso de la pluralidad de opinadores que han intentado excusar a López Obrador de su responsabilidad en los ataques a la ministra presidenta de la Corte Suprema, Norma Piña. Hay que decirlo con todas sus letras: López no solo es instigador, tiene culpa directa en las amenazas y agresiones contra la jueza del Alto Tribunal mexicano.

Para quien dude de la responsabilidad de López Obrador en la andanada misógina y criminal contra la ministra, hay que recordarle un episodio histórico, de esos que Marx Arriaga y el obradorato quieren suprimir de la educación básica: el conflicto entre Enrique II y Thomas Becket.

Seguramente, como este relato sucede en la Inglaterra del siglo XII, el oficialismo mexicano lo considera blanco, clasista, fifí y conservador, por lo que no merece ser conocido. Para su desgracia, es tan vigente hoy como en 1170. Enrique II era un rey entercado en gobernar absolutamente y Becket, como arzobispo de Canterbury, se opuso al absolutismo real y a la injerencia del monarca en los asuntos de la Iglesia de Inglaterra (en ese tiempo aún católica).

Como Becket había sido lord canciller de Enrique II, no esperaba su nuevo arzobispo primado se le enfrentara, quería un ministro a modo, que cumpliera los caprichos del rey: sucedió exactamente lo contrario. El rey no toleró que lo contradijeran, persiguió a Becket y despojó a sus aliados. El clérigo tuvo que exiliarse en Francia. Cuando el papa Alejandro III amenazó con excomulgar a Enrique II, este admitió que Becket regresara a Inglaterra, pero siguió necio en sus medidas contra la Iglesia. El punto de quiebra se dio cuando el arzobispo de York, acompañado de los obispos de Londres y Salisbury coronaron al hijo de Enrique, usurpando las facultades de Becket: en respuesta, él los excomulgó.

El rey estaba furioso y, aunque sus palabras exactas no se conocen, popularmente se registra que dijo «¿nadie me librará de este cura turbulento?[1]». Eso bastó para que cuatro lacayos de Enrique[2] asesinaran a Becket en el atrio de la Catedral de Canterbury.

La moraleja del asunto es que las palabras del poderoso pesan, un jefe de Estado que insulta o manifiesta deseos contra otra persona no solo expresa su ira, sino manifiesta una intención que sus sirvientes y adeptos desean satisfacer, como si fuera un deseo. Desde 1170, hay una lección irrefutable para todo gobernante u hombre de poder: solo un estúpido o un criminal verbaliza sus odios en presencia de sus esbirros. Enrique fue las dos cosas, un rey terco e idiota, acostumbrado a pasar por encima de los derechos de los demás, lo que le acarreó mucho odio. Tan es así, que sus mismos hijos lucharon contra él y uno de ellos, Ricardo, lo derrocó.

a López Obrador le urge un diccionario y el libro de Derecho Constitucional de Fix-Zamudio. Lección número 1: los críticos de su gobierno y los órganos de control no son sus adversarios.

Los paralelismos del caso Becket y el de Norma Piña son evidentes. Ambas son figuras de la independencia de criterio y del freno a los poderes absolutos, ambas personas se enfrentaron a hombrecitos cabezones con ganas de mandar sobre todos, con la diferencia de que Enrique II puso varias de las piedras que cimientan la historia inglesa, en particular al Common Law. López, por su parte, ha mandado a México al precipicio e intenta destruir la democracia constitucional por la que cinco generaciones hemos luchado, con resultados infructuosos, por el momento.

Si Vanessa Romero hubiera tenido que comentar el asesinato de Becket en la época en que sucedió, seguramente habría dicho que sus asesinos no eran unos autómatas, que Enrique II solo manifestó su opinión y que eso era bueno para la discusión de los temas públicos, que el pueblo estaba harto de los privilegios del clero, aunque el rey no se había quejado del predecesor de Becket, Theobald of Bec.

El problema es que Enrique II pasó a la historia como el que causó el asesinato de Becket y de eso no lo libró ningún palero o sicofante. En estos momentos, hay que expresar solidaridad a la ministra Piña y esperar que la presión social haga recular a un presidente que cree que puede atacar a los supervisores de su poder, sin que haya consecuencias.

Coda. Además del Manual de Carreño, a López Obrador le urge un diccionario y el libro de Derecho Constitucional de Fix-Zamudio. Lección número 1: los críticos de su gobierno y los órganos de control no son sus adversarios. Lección número 2: no existe diferencia entre adversario y enemigo, aunque él crea que la primera es más suave que la segunda, son sinónimos. Lección número 3: nadie se cree que él respete la independencia judicial, lo que pasa es que no puede meterse como quisiera, pero sus intentos han sido obvios, burdos y vulgares. Lección número 4: en el poder judicial nadie habla en voz alta contra él, pero los agravios de López (la renuncia forzada de Medina Mora, el intento de extensión de la presidencia de Zaldívar, la misma gestión del llamado ministro mascota y la defensa de Yasmín Esquivel, para solo mencionar cuatro), son cuentas pendientes que los jueces no olvidan… y se las van a cobrar cuando menos lo espere.

 

NOTAS

[1] Edward Grim, quien estuvo presente en el asesinato de Thomas Becket y escribió Life of St. Thomas, cita a Enrique II diciendo «¡qué miserables zánganos y traidores he criado y promovido en mi casa que permiten que su señor sea tratado con tan vergonzoso desprecio por un clérigo de baja cuna!». Frank Barlow, Thomas Becket (California: University of California Press, 1986), p. 235. https://www.britishmuseum.org/blog/thomas-becket-murder-shook-middle-ages

[2] Los nombres de esos cuatro miserables deberían ser borrados de la historia, pero se citan para efectos de precisión Hugo de Morville, Reginald Fitzurse, William de Tracy y Richard Brito.

 

ImagenÓscar Constantino Gutiérrez. Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU (Madrid). Se especializa en Derecho constitucional, Derecho administrativo, Derechos humanos y Políticas públicas. Liberal, minarquista y objetivista. Colabora en Letras Libres y Revista Etcétera. Hace sentencias. Twitter: @TheOCGlobal

 


Posted: March 26, 2023 at 7:19 am

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