Elogio del desarraigo
Jorge Iglesias
• Fernando Olszanski y Hernán Vera Álvarez (eds.): Don’t cry for me, América (Ars Communis, Chicago, 2020).
Es ya un lugar común referirse a la doble mirada del inmigrante, a las dos caras de Jano, al pie adelante y el otro atrás. La literatura de inmigración se caracteriza por el análisis, la nostalgia, el asombro y la constante comparación del acá con el allá. El inmigrante, suele decirse, vive en el pasado. Más preciso sería decir que para el expatriado el pasado sobrepasa la barrera imaginaria que le imponemos en nuestro afán de categorizar: el pasado del inmigrante se ha desbordado y ha fluido hasta el presente. El expatriado entiende mejor que nadie lo que quiere decir Faulkner con aquello de que “the past is never dead. It’s not even past.” Lejos de ser un problema o el disparador de una crisis de identidad, esta doble perspectiva enriquece y da lugar a una literatura perspicaz, sugerente y diversa. Es errónea la visión del inmigrante como alguien que no está ni aquí ni allá. El desarraigado existe en una interzona en la que el aquí y el allá, el presente y el pasado, cohabitan, se compenetran, se unen y se separan.
Los textos reunidos en Don’t cry for me, América provienen de esta región transnacional. Una de las características más evidentes de esta colección es la dificultad de clasificar los textos. Narrativa, introspección, análisis, poesía y crónica se suceden, a menudo dentro de un mismo texto. En la tierra de las categorías, los autores y autoras incluidos en esta antología muestran que los géneros y subgéneros literarios no son más que etiquetas fáciles y convenientes, una mera herramienta de mercado. La colección abre con un cuento de Pablo Brescia, en el que un académico es invitado a hablar sobre la Argentina a un público principalmente estadounidense. Se trata de una sátira, y esta tal vez sea la mejor manera de acercarse a una tarea tan compleja como la de interpretar a la patria, desde la distancia, para el extranjero. “La buena suerte”, de Nicole Duggan, es otro texto que se ubica en el terreno de la ficción. Si bien Duggan no explora específicamente el exilio o la vida en los EE.UU., la narración de una visita al cementerio se presta para la exploración del concepto del recuerdo, un tema clave dentro de la literatura de inmigración o exilio.
Adriana Briff, Gladys Ilarregui, Alicia Kozameh y Lila Zemborain nos conducen al ámbito de la poesía. En “La aproximación de los tiempos”, de Briff, una declamación del poeta Juan Gelman y el sacrificio de una mujer sencilla y caritativa sirven de núcleos para la exploración del irse. “Somos quizás esa mezcla de confusión y encanto”, dice la autora. “Ese querer explicar y no poder. […] Un pertenecer a medias sin poder ya volver al origen.” Ilarregui, por su parte, analiza la cultura estadounidense —su perfeccionismo, su pragmatismo, su materialismo— en un ensayo poético e introspectivo. “259 saltos, uno inmortal” es un fragmento de una novela de Alicia Kozameh, en el que de manera fragmentaria y hasta caótica se indaga en el deseo (y la imposibilidad) de verlo todo, una cualidad del sujeto transnacional que en este texto llega a producir una mutación. En “Patria”, de Zemborain, pieza que cierra la antología, la narradora viaja con su hijo a Salta para que él conozca la patria. Lo que para Lorenzo, el hijo, significa una especie de iniciación lleva a la autora al recuerdo de que “todo está teñido de sangre”, de que la independencia que damos por sentada fue un sacrificio, en el cual se destacó, en este caso, la figura de Martín Miguel de Güemes.
Tres textos se ocupan específicamente de un tema central del imaginario expatriado: el regreso. El estadounidense tiene su sueño americano; el inmigrante, su sueño del retorno. Ambos son irrealizables, castillos en el aire, ya que no se puede bajar dos veces al mismo río. Erika Estefanía Doyle escribe sobre su condición half-and-half en una pieza apropiadamente titulada “Mita y mita.” Se trata de un vistazo rápido —en diapositivas que juegan con los números de la lotería— a un periodo de veinte años, con observaciones sobre la situación de la Argentina vista desde afuera. La imagen de “la green card entre las páginas del pasaporte argentino” resume toda una travesía con la que muchos lectores se sentirán identificados. “Volver”, de Gisela Heffes, es una crónica breve sobre el regreso de la autora a Buenos Aires con su hija estadounidense de doce años. Heffes percibe la ciudad como “un calco inexacto de una ciudad norteamericana” e identifica elementos de la realidad yanqui que a través de la globalización se han colado en la realidad bonaerense. La hija, en cambio, “ve todo desde afuera,” “no comparte como yo un hilo invisible con el pasado argentino […] y no ve las costuras que aparecen en la lectura que los argentinos hacen de lo extranjero.” A través de este doble regreso, Heffes ilustra la complejidad de lo que a veces creemos es un simple viaje en avión. Para Javier Lentino, el miedo es el marco dentro del que se produce el regreso, y resulta ser un miedo justificado. El cambio se efectúa sólo después de una experiencia aterradora que puede leerse literalmente, simbólicamente, o de ambas maneras.
La comunicación con la patria se presta para la inclusión de textos epistolares. Es el caso de “Carta desde Nueva York”, de Claudio Iván Remeseira, y “Misivas electrónicas”, de Hernán Vera Álvarez. Uno de los más memorables de la colección, el texto de Remeseira identifica cuatro etapas en el desarrollo del expatriado: la extrañeza, la nostalgia, la transformación y la aceptación. Con gran lucidez y economía, Remeseira describe la angustia de emigrar, el alto precio que se paga a cambio de cierta estabilidad económica o política. “Emigrar es un agujero negro que no termina nunca de cerrarse.” El expatriado vive “en una tierra de nadie entre dos mundos, una zona gris que sólo se parece al recuerdo.” Álvarez, por otra parte, comparte una serie de e-mails que envió a un amigo durante la segunda mitad del año 2000, mientras intentaba hacerse un lugar en la sociedad estadounidense. Escritos desde una biblioteca pública, estos mensajes mezclan lo personal con lo nacional. La mirada está dirigida más hacia la patria, con la que el autor mantiene el contacto a través de la literatura, los periódicos, y por supuesto, los mensajes de su amigo. Desde el exilio, la patria es un texto.
Los escritos de Gabriel Goldberg, Fernando Olszanski, Eduardo D. Rubin y Gastón Virkel analizan, critican, e interpretan la realidad norteamericana o la misma situación del expatriado desde contextos reveladores. Goldberg, por ejemplo, se inspira en el fútbol. El soccer local sirve de pre-texto para analizar la cultura estadounidense desde una perspectiva crítica. El narrador acompaña a su hija a los partidos de fútbol de su liga y recuerda cuando su padre lo acompañaba a él. La historia es un espiral: se repite, pero a otro nivel. En algún momento ocurre un tiroteo en una escuela, pero el atentado permanece en el fondo, queda ahogado por la frivolidad de una sociedad que se niega a enfrentarse a su lado oscuro. Olszanski compara los destinos de tres amigos indocumentados en “El abrelatas y el sacacorchos” y dibuja el retrato de una norteamericana decadente en “Jamás llueve en el sur de California.” En el primer texto, el narrador se inspira en el momento en que repara la bicicleta de su hijo, con la ayuda del niño; en el segundo, un encuentro fortuito en una parada de autobús pone en marcha el mecanismo de la memoria. Para Rubin, el recuerdo del acento de sus familiares varsovianos impulsa una serie de reminiscencias de sus primeros tiempos en los EE.UU. cuando le tocó batallar con un segundo idioma. A este autor le debemos una de las imágenes más chocantes y acertadas de la antología: la Argentina, dice Rubin, “nos echa. Nos expulsa. Pero a su vez nos retiene y nos engulle. Es que con su cordón umbilical ahorca cuando estamos dentro y alimenta cuando estamos fuera.” Virkel, finalmente, se encarga del lenguaje mismo, esa actividad que llevamos a cabo por instinto pero de la que adquirimos conciencia en una situación de contacto lingüístico como lo es la inmigración. La búsqueda de la “palabra justa” es más que una cuestión literaria para Virkel. El lenguaje se vive, y las formas que le damos llegan a ser las formas que el lenguaje nos da, en un proceso recíproco.
Don’t cry for me, América es un testimonio de la pluralidad de voces, acercamientos y vivencias de los escritores argentinos en EE.UU. Algo que llama la atención en estos textos es la proximidad que crean entre autor y lector. “Dejame que te cuente…,” parecen decir estos autores y autoras, y podemos escucharlos como se escucha a un conocido mientras se ceban unos mates. Antologías como ésta deben celebrarse. No hay duda de que vendrán muchas más. La literatura de inmigración en los EE.UU. tiene ya una historia de más de un siglo. La historia oficial se empeña en ignorarla, por supuesto, pero se trata de una literatura que no se deja ignorar y que seguirá creciendo. Estos textos construyen una patria en el exilio, crean un espacio para que nuevas voces del desarraigo expresen sus sueños y sus frustraciones, sus deseos y su nostalgia.
*Imagen de Zulio
Jorge Iglesias. Ph.D. en Estudios Hispánicos por la Universidad de Houston. También es licenciado en Historia (BA) e Inglés (MLA) por la Universidad de St. Thomas. Ha recibido el Premio Emma López Excelencia en la Enseñanza (2013). Es colaborador de Literal Magazine.
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Posted: August 20, 2020 at 10:01 pm
Muy interesante, su punto de vista,
Hace poco la revista Istor del CIDE, México, publicó un numero sobre la migración argentina a México y la vuelta. El título originario fue “dos partidas, dos nostalgias”
quedo en dos partidas, número 80,
Tal vez sea de su interés la manera en que se trabajo este tema. Se puede encontrar en este link y descargarlo:
https://www.academia.edu/43205440/Dos_Partidas_Dos_Nostalgias_Migraci%C3%B3n_de_argentinos_a_M%C3%A9xico_y_su_retorno_a_su_pa%C3%ADs
Saludos