En la madre (y sus alrededores)
Socorro Venegas
En estos días en que una parte del mundo recuerda la gestación milagrosa de la virgen María y el nacimiento del niño Jesús, me gustaría dedicar mi última columna del año a recomendar libros de autoras que han decidido escribir sobre la maternidad en primera persona, ya sea compartiendo sus testimonios o sus escrituras híbridas de belleza desgarradora.
Durante la gestación, el cuerpo de las mujeres acoge, sin importar su sexo, al embrión, feto o bebé del ser humano que llegará a la vida. Aquí, en el texto que es el cuerpo, lo femenino incluye (aloja, gesta) tanto lo masculino como lo femenino. La sociedad heteropatriarcal, sin embargo, no funciona de la misma forma. Escribió Ursula K. Le Guin: “Si lo masculino incluye lo femenino y lo femenino no incluye lo masculino, el mensaje es claro y tiene implicaciones sociales y morales de gran envergadura”.
Algunas de esas implicaciones las fui reconociendo en libros que muestran el aparato tentacular de la violencia en donde no se le espera, por ejemplo, en la consulta con el ginecólogo que atenderá un parto complicado. La violencia obstétrica, en distintos contextos y países, se revela en Sigo aquí (Libros del Asteroide), de la irlandesa Maggie O´Farril, sobre quien ya escribí en este espacio, y también es una constante en Tienes que mirar (Impedimenta), de la escritora rusa Anna Starobinets.
En ambos libros se señala una borradura, la de ellas mismas; los médicos se interesan poco por su bienestar, y se concentran en el niño que se gesta. Cada decisión facultativa las ignora metódicamente; su estado emocional y psíquico, e incluso físico, parece relevante solo en función de la criatura que están gestando; los especialistas que han diseñado los protocolos clínicos las dejan en un estado de gran vulnerabilidad.
En las primeras páginas de Tienes que mirar, Anna Starobinets anuncia: “esto no es literatura”. Va a contarnos su testimonio. Un libro que puede leerse como novela de autoficción; en todo caso esta clasificación o etiquetado no interesó a la autora.
El área especializada en obstetricia del hospital es donde la narradora recibe la noticia de que el hijo que espera tiene una malformación congénita que lo condena a morir apenas nazca. En términos legales es inviabilidad fetal, y el aborto suele recomendarse sin problemas, como ocurre en esta historia. La narradora tiene otra alternativa: llevar el embarazo al final, parir.
A la pesadilla de tomar tal decisión se añade la del espacio hospitalario, casi siniestro. Descrito como el “infierno femenino”, no permite acceso al esposo, los hombres son distanciados de las instituciones para mujeres, y hay una hipótesis que la narradora comparte: ellos pueden dejar de amar y abandonar a la mujer si ven sus carencias (el tabú aquí es que los demás, en especial los hombres, no pueden conocer la verdad sobre ti). Se configura la presencia masculina y un tipo de padre que no puede tolerar la atrocidad, la deformación, la insuficiencia, aquello que se ha gestado en la mujer y por cuya calidad se la responsabiliza.
La madre de la narradora concentra el pensamiento de quienes han escrito esas reglas que separan a las parejas y confinan a la mujer como la única responsable de lo que ocurre con su embarazo:
“–¿Quieres perder a tu marido también? ¿Para qué necesita ver esa pesadilla? ¡Los hombres huyen después de una cosa así!”
La ginecóloga le dirá que no se preocupe, que podrá engendrar otros hijos.
La apuesta de Starobinets parecería ser que todas, todos, tendríamos que mirar. Ya Maggie O´Farril ha cuestionado los silencios lastrantes de una sociedad que no tolera la visión del dolor. Hay que hablar y hay que mirar, nos dicen estas escritoras.
Otro sentimiento por el que atraviesa la narradora-autora de esta historia es la culpa. Al menos en un primer momento no considera que en la aportación genética de su marido haya un defecto. Su reacción inmediata, como vehículo del hijo, es buscar una explicación en algo que ella ha hecho: “la principal culpable de todo soy yo. Reviso mentalmente estas semanas y encuentro muchos pecados”. Los niños a los que visita en una casa sin ninguna higiene, ¿será que ahí donde se contagió de un “algo” que termina afectando al feto? ¿No se cuidó lo suficiente? Ese sentimiento de culpa prevalece aun cuando sabe que la enfermedad del hijo que está gestando no se contagia. La poliquistosis es una enfermedad hereditaria.
La culpa, decía una amiga mía, es el sentimiento más inútil que hay. También parece un mecanismo de supervivencia porque su fondo muestra que existe una causa-efecto: habrá culpables, sí; habrá agonía, pero también una razón por la que ha ocurrido algo. Tal vez no se han tomado las vitaminas, faltó el ácido fólico, se hizo un esfuerzo físico considerable, se tomó una droga. Por otro lado, asumir que en esta situación no hay culpables deja a la narradora de Tienes que mirar en la orfandad, en el desierto que puede ser la vida, una ruleta rusa capaz de prodigarnos un hijo enfermo.
Starobinets, que ya era madre de una niña, decide interrumpir el embarazo. El sistema de salud ruso le ofrece una atención pobre, en condiciones que la estigmatizan, de modo que ella, una mujer educada y con cierta capacidad de gestión económica, madura esta reflexión: “Sólo sé que en esas dos semanas comprendí definitivamente que debería tener derecho a elegir dónde y cómo interrumpir mi embarazo: con pacientes infecciosos o no, con o sin anestesia, en presencia de mi marido o en solitario.”
Se le presenta de nuevo el mundo escindido que conoció en los sitios y chats de mujeres que pasaron por situaciones como la suya: en el mundo occidental las discusiones sobre malformaciones y abortos son una forma de psicoterapia, mientras que en su mundo son “una forma de tortura autoinfligida”.
El título del libro revela otro tabú: mirar el feto que has abortado es una imagen que no podrás olvidar el resto de tus días. Se le da una connotación negativa al acto de mirar. Esta noción cambia completamente en Berlín, la ciudad a la cual la autora y su marido van en busca de una atención que la trate como a un ser humano y no como un recipiente defectuoso. En Alemania el consejo de los médicos será, precisamente, mirar, reconocer, aceptar lo ocurrido, reconciliarse con la vida.
Vivir o rehusarse a vivir la maternidad y sus complejísimos alrededores, no puede considerarse algo que solo concierne a las mujeres. ¿De verdad hay algo exclusivamente femenino o masculino, algo que no incumba a un escritor? Renunciar a conocer a la mitad de la humanidad es pobreza de espíritu.
Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019), las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002). Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León. Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas
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Posted: December 23, 2021 at 7:51 pm