Reflection
Escuela de monstruos

Escuela de monstruos

André Pieyre de Mandiargues

Tan lejos como se mire al remontar el cauce del arte (cuyas fuentes no están sino a cuatrocientos siglos de nosotros, poco más o menos), se hallarán monstruos. Al hacerlo, comprobamos que el monstruo escapa a toda erosión, y que no está menos vivo ni es menos nuevo en la pintura o en la escultura modernos que en los graffiti rupestres o en los frescos de las cavernas. Curiosa persistencia; vitalidad singular. De allí que el monstruo parezca brindarnos un buen punto de observación, si no para “comprender” al artista (cosa hoy aún más difícil que ayer), al menos para percibir un poco mejor sus relaciones con el mundo exterior y con el que lleva en su interior.

En efecto, el monstruo pertenece a la naturaleza en la misma medida en que es contrario a la naturaleza. Es creado por la razón (como reza la leyenda de un famoso Capricho) de modo no menos frecuente que por el inconsciente o por un momento de demencia real o simulada. Por esta constante ambigüedad entre lo natural y lo antinatural, entre lo más claro de la inteligencia y lo más profundo de la noche del alma, el monstruo se relaciona con uno y otro aspectos de la creación artística, los equilibra y, sobre todo, los reconcilia. De manera un poco distinta, pero más evidente, en el plano estético el monstruo entra en la categoría de la belleza no menos que en la de la fealdad, y en él podemos ver uno de los ejemplos seguros de esos misteriosos puntos comunes en los cuales la belleza y la fealdad convergen, al igual que el mal y el bien en algunos inquietantes cruceros de la ética. Esta última alusión se verá justificada en la medida en que el observador advierta que el monstruo jamás deja de introducir en el arte una suerte de problema moral, tan favorable al nacimiento del temor como de la adoración, y que fácilmente desemboca en el mundo religioso.

¿Es necesario recordar aquí que en numerosos pueblos primitivos y en varias de las más altas civilizaciones de antaño (particularmente en el México precolombino) el monstruo, no creado por el artista sino espontáneamente nacido de un capricho de la especie humana o de la naturaleza, era considerado como un ser superior, y que se le tenía como un objeto bendito (y de buen agüero) por cuanto se distinguía de lo ordinario? Es indudable que el gusto que los españoles tienen por lo monstruoso (que se repite de manera tan frecuente como magnífica en su arte y en su literatura) está ligado a especulaciones de naturaleza similar. Quisiera aun recalcar el hecho (bien conocido, pero sobre el que quizá no se medita lo suficiente) de que en casi todas las religiones los dioses y los demonios son presentados a los fieles bajo el aspecto de figuras monstruosas; creo que es evidente que si seguimos con atención ese inmenso y fascinante rebaño regresamos al terreno del arte.

Según me parece, la enseñanza más importante de la divinidad monstruosa es que el monstruo es una personificación o, como se dice, una encarnación de una de las grandes ideas atávicas ante las que los hombres se inclinan y que al cabo restablecen el contraste entre la vida y la muerte. Desde este punto de vista, el monstruo imaginado por el hombre es la careta de un principio, lo que equivale a decir —según la significación que hayamos convenido en dar al hecho de la mascarada— que su papel es al mismo tiempo mágico y simbólico. Ahora bien, en lo que respecta a la magia en el arte —especialmente el de nuestros días, en que los pintores y los escultores desdeñan copiar el mundo ordinario en beneficio de una inspiración surgida de su oscura conciencia—, su papel es sin duda mucho más importante de lo que se piensa y aun mayor de lo que los propios artistas reconocerían si se les cuestionara al respecto. Esas nuevas máscaras mágicas que son los hermosos monstruos del arte moderno, generalmente se deben a hombres apasionadamente prendados de la naturaleza, que a la vez se rebelan contra ella. Picasso se complacía en introducir seres turbadores en el orden natural; algunos de ellos son híbridos mientras que muchos otros son producidos, como en los dibujos de la geometría descriptiva, por la coincidencia de planos o de ángulos de observación diversos. Max Ernst, Brauner (especialista en teratoscopía en la época actual) y los otros surrealistas han esculpido y pintado figuras prodigiosas que son menos aberraciones de la naturaleza que revelaciones cuya clave se encuentra en el simbolismo de las formas. Dubuffet ha desencadenado en el espacio urbano y en el rústico un ganado o pueblo saludablemente contrahecho, y recientemente ha practicado trasplantes entre el hombre, la bestia, la planta y el objeto común, que responden a la patafísica tanto como a la poesía. Para Germaine Richier, en los últimos años de su vida, la escultura desembocaba en injertos e inoculaciones fabulosas que a nuestros ojos brillan con una especie de crueldad radiante. Con frecuencia, los expresionistas (o neoexpresionistas) han creado monstruos mediante el simple procedimiento de llevar la naturaleza a sus extremos.

Los artistas han desembocado en lo monstruoso a través del inocente camino de la caricatura, y al respecto yo agregaría que los monstruos esculpidos o pintados con los que tenemos que ver hoy día rara vez están despojados de humor, lo que basta para situarlos a buena distancia de muchos de aquellos del pasado. En nuestros días el artista juega con su monstruo, al mismo tiempo que se lo toma muy en serio. Me parece que la alta calidad que nos ha sorprendido tantas veces en las esculturas y en los cuadros “monstruosos”, cuando hemos querido compararlos con el resto de la obra, se debe a este juego y a esta atenta consideración.

Por definición el monstruo es una irregularidad, tanto en el arte como en la naturaleza. Así, está dotado de mayor vida (o de una vida más violenta y más exuberante) que los productos de la creación regular, que en su grado más bajo se confunden con la fabricación en serie. Lo que me lleva a señalar, finalmente, que los monstruos en serie (de los que la historia de la pintura y de la escultura brindan numerosos ejemplos) son en realidad monstruos falsos, creados por estafadores.

Amantes de los bellos monstruos, hay que abrir bien los ojos para no dejarse embaucar por las imitaciones.


Posted: April 16, 2012 at 7:15 pm

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