Essay
Esto es agua

Esto es agua

Efraín Villanueva

Entradilla sugerida: Lo que podemos aprender de David Foster Wallace en tiempos de incertidumbre, discordia y división.

Dos peces jóvenes se encuentran con un pez mayor que nada en dirección contraria a ellos. El pez mayor los saluda y les pregunta: “¿Cómo está el agua, chicos?” Los tres siguen su camino. Finalmente, uno de los peces jóvenes mira al otro y le pregunta: “¿Qué carajos es el agua?” Así inicia Esto es agua, el discurso de graduación al que David Foster Wallace fue invitado a presentar en 2005 en el Kenyon College, Ohio, Estados Unidos.

Con sólo tres mil palabras, Esto es agua es uno de los hitos de la carrera de este autor estadounidense, casi tanto como su más recordada novela y obra maestra, La broma infinita. Para D.T. Max, biógrafo de Wallace, “su reputación se ha extendido más allá de la clase de lector intenso que hacía parte de su público. Ahora mucha gente, mucha, lo conoce por este discurso”.

El comienzo de su discurso es una muestra de la posición fija que Wallace manifestó contra la irreverencia. En su caso, se trata de honestidad e inteligencia. Honestidad porque no pretende engañar a su público. Justo después de contar la historia de los peces, confiesa: “este es un requisito estándar de los discursos de ceremonia de graduación en Estados Unidos: el empleo de pequeñas historias didácticas a modo de parábolas […] no se preocupen. Yo no soy el pez viejo y sabio”. Así lo hará en varias ocasiones a lo largo del texto.También inteligencia porque Wallace hace uso de su propia honestidad para fortalecer su discurso con los elementos que él mismo ha establecido como obvios y meros lugares comunes, te da dos tazas de ellos.

La forma en la que los autores se apropian del género en el que escriben y el uso que le dan al lenguaje es uno de los aspectos claves de todo texto escrito que valga la pena leer. Pero también es cierto que toda forma trabaja en favor de un fondo. La historia de los peces es el intento de Wallace de recordarle a estos estudiantes recién graduados que “las realidades más obvias, ubicuas e importantes son a menudo las que más cuestan ver y las que más cuestan de explicar”. Sobre esta base construye su discurso.

Aprender a pensar

Wallace establece que en la vida real, aunque parezca lo contrario, no nay nada evidente, todo depende de las creencias y de la forma en que cada quien le da sentido a lo que lo rodea y a lo que experimenta: “la misma experiencia exacta puede querer decir cosas completamente distintas para dos personas distintas”. Esta diversidad de pensamientos es ampliamente alentada y respetada y se establece como regla asumir y aceptar que hay otros quienes tienen creencias y pensamientos diferentes. Y aunque esta postura de comprensión mutua es ampliamente aceptada, especialmente en estos tiempos de incertidumbre y división, para Wallace falla por su simplicidad.

El respeto por lo que el otro piensa, plantea el autor, no necesariamente invita al entendimiento mutuo. Pocos se preguntan por qué el otro piensa de la forma en que lo hace, qué estilo de vida y enseñanza recibió, qué experiencias ha tenido que moldearon sus patrones de creencia. Esta indiferencia conduce a la arrogancia de creer que yo estoy en lo cierto y el otro está equivocado, una “arrogancia, confianza ciega y una cerrazón mental que es como un encarcelamiento tan completo que el prisionero ni siquiera sabe que está encerrado”.

Para Wallace, entonces, el estereotipo de que las facultades de humanidades son instituciones que “enseñan a pensar” debe verse no de forma literal, pues todos sabemos pensar, sino en “ser menos arrogante, tener cierta ‘conciencia crítica’ de mí mismo y de mis certidumbres”. Wallace habla de las facultades de humanidades dadas las circunstancias del discurso, pero con toda seguridad asumía que sus palabras son fácilmente extensibles a la educación en otras áreas, pero también a la educación no-académica, aquella que viene de casa.

Las realidades y el yo

La arrogancia que deriva de creer que siempre estamos en lo correcto “apoya mi creencia profunda en el hecho de que yo soy el centro absoluto del universo, la persona más real, nítida e importante que existe”. Pero el mensaje de Wallace, como él mismo lo aclara, no está relacionado con la virtud de sentimientos como el desprendimiento o la compasión.

Su propuesta, por el contrario, intenta ser mucho más práctica, que no fácilmente realizable: ser capaz de ajustar esta “configuración por defecto” que nos ata a enfocarnos principalmente en nosotros. Wallace les propone a los estudiantes encontrar un equilibrio interior a la hora de usar sus ojos al mirar el mundo, controlar cómo y qué piensan, ser conscientes al elegir a qué le prestan atención y elegir cómo le dan sentido a lo que pasa a su alrededor y a ellos mismos. Es válido tener unas u otras creencias o asimilar las experiencias de una u otra forma, pero estas deberían ser el resultado de una decisión consciente, capaz de mirar más allá de lo que damos por sentado en nuestro interior.

El día tras día y los otros

Otra historia. Ocho horas de trabajo estresante, un trancón para ir al supermercado porque la nevera esta vacía; un almacén abarrotado de gente, luz y música de fondo deprimente; la mayoría de cajas cerradas a pesar de la hora pico; filas interminables con ancianos lentos; más trancón para volver a casa. La reacción más fácil, lo que la mayoría hacemos o hemos hecho porque estamos programados para ello, es amargarnos durante todo el tiempo que dura esta experiencia, culpar y odiar a los otros porque yo soy el centro del universo y sólo mi cansancio y frustración son relevantes.

La vida real, la que está llena de “aburrimiento, rutina y pequeñas frustraciones del día a día” puede ser una vida muy oscura para quienes por su incapacidad de “aprender a pensar” terminan inevitablemente perdidos dentro de sí mismos, aislados. En vez de usar la palabra “infelicidad”, Wallace emplea un concepto mucho más poderoso y tétrico: “estar muerto en vida”.

Pero para el escritor es en esta y otras tantas rutinas exasperantes del día a día en las que la capacidad de elegir cómo pensar adquiere un sentido práctico. Se puede elegir pensar que el resto de personas también están pasando un mal rato, tanto o peor que nosotros y que sus vidas pueden ser más dolorosas que las nuestras, no para alegrarnos de la desgracia ajena sino para entender que lo que creemos es el fin del universo, ese universo en el que nosotros somos el centro, no está ni cerca de serlo.

Para Wallace, quien fue diagnosticado con depresión cuando era un estudiante de pregrado y se suicidó a los cuarenta y seis años, nuestros comportamientos, ambiciones, formas de ver y darle sentido a la vida tienen que ver con una “verdadera educación, que no pasa por la nota ni los títulos y sí, en gran medida, por la simple conciencia de algo que es tan real y tan esencial, y que está tan oculto delante de nuestras narices y por todas partes que nos vemos obligados a recordarnos a nosotros mismos una y otra vez: “Esto es agua”.

*Imagen de Steve Rhodes

efrain-villanueva-e1490244918909-150x150Efraín Villanueva. Escritor barranquillero, renunció a su carrera en IT para dedicarse a escribir. Tiene un título en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá (2013) y es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa (2016). Sus trabajos han aparecido en español y en inglés en publicaciones como Granta en Español, Revista Arcadia, El Heraldo, Pacifista, Vice Colombia, Roads and Kingdoms, Little Village Magazine, Iowa Literaria y Tertulia Alternativa. Actualmente reside en Alemania. Twitter: @Efra_Villanueva.

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Posted: April 27, 2017 at 11:20 pm

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