Essay
Nacho Toscano
COLUMN/COLUMNA

Nacho Toscano

Francisco Hinojosa

Me duele mucho la muerte de mi querido amigo Nacho Toscano: casi cuarenta años de conocernos, de trabajar, de abrazarnos, de bailar en las mismas fiestas, de beber y comer, de festejar y de tener muchos encuentros a lo largo de todo ese tiempo.

Lo conocí cuando me invitó a colaborar en la UAM Iztapalapa, gracias a la intermediación de Juan Villoro, que ya estaba a cargo de las actividades culturales de la institución. Nacho era el Coordinador de Extensión Universitaria y me proponía estar al frente de un área llamada Publicaciones, Diseño y Reproducción. Eran los principios de los ochentas. Muy pronto armamos un consejo editorial que propondría títulos y colecciones (Correspondencia y Correo Menor): el propio Juan, José Luis Rivas, Adolfo Castañón, Evodio Escalante, Jaime Moreno Villarreal y no recuerdo quién más. Nacho aceptó sin chistar la propuesta y le tocó gestionar las partes más complicadas: los recursos y el posible distanciamiento de quienes creían, desde Rectoría General, que eran los únicos con capacidad de publicar. Tenía un don inmejorable para hacerlo: muy pronto le vendió la idea al entonces rector de la Unidad, el doctor Rosado, con quien compartía su melomanía, y empezaron a salir los primeros títulos, entre los cuales estaban, además de algunos de los del propio consejo, Gonzalo Rojas, Federico Campbell, José Kozer, Daniel Sada y Elvira García, entre otros más.

Él salió de la UAM un par de años después para aceptar un cargo en la Ópera de Bellas Artes, antes de que yo renunciara para irme a trabajar a Tabasco. Era su sueño: dedicarse a ser lo que era como gestor cultural en uno de los ámbitos que más amaba: la música. Antes de dejar Iztapalapa, organizó conciertos, fue el animador de una revista que sigue existiendo cuarenta años después, Pauta, dirigida por su gran amigo Mario Lavista, y ayudó a la creación de un grupo de cámara de la propia universidad: Da Capo.

Su ir y venir a través de distintas instituciones culturales, que veían en él una gran fortuna como funcionario y entusiasta promotor, aterrizó en un proyecto personal: Instrumenta, que llevó a cabo a lo largo de trece años en Oaxaca (aunque creo, la memoria me falla y Google no me ayuda, se inició en Puebla). A pesar de que tenía un enfoque fundamentalmente académico, también consideraba la atención a la población oaxaqueña. El gran teatro Macedonio Alcalá se llenaba con la más diversas audiencias que acudían a presenciar a qué sonaba la ciudad en esos días, además de las bandas de las calendas y la Guelaguetza. Algo estaba pasando allí. Y eso tenía un nombre: Nacho Toscano. Su intuición, su idea de la música, su capacidad de convocatoria, su exigencia, su don de saber leer a la sociedad. Valga añadir que, con el concurso de algunas instituciones federales y estatales, la Fundación Alfredo Harp Helú le brindó un cobijo sin el cual su proyecto no hubiera sido posible.

Además de otros lugares, solíamos encontrarnos en el Bar Jardín del centro de Oaxaca. Sabía más o menos a qué hora buscarlo y en qué parte del bar le gustaba sentarse: siempre fueron momentos para rememorar, para conversar acerca de nuestros amigos en común y para hablar de nuestros proyectos en puerta. Un par de cerveza y otro de mezcal blanco de La Vega, a falta de una mejor oferta en el lugar, eran la mejor compañía para nuestras conversaciones.

La última vez que lo vi (fines de octubre del 2019) me lo encontré en la terraza del hotel donde solemos hospedarnos mi esposa y yo en Oaxaca. Estaba un coche esperándome para ir a una actividad dentro de la FILO y apenas tuve oportunidad de darle un abrazo. No pude platicar con él como solía hacerlo cada que nos encontrábamos. Estaba con alguien y bebía, eso supongo, un whiskey. Me sorprendió ver sus ojos: tenían un color amarillo intenso. Hubiera querido quedarme a platicar con él, pero me esperaba un carro y quizás estorbaba en una plática privada. Supe entonces que su situación era de la mayor gravedad y que, sin embargo, la llevaba con la mejor entereza. Ya había tenido antes complicaciones de salud de las que apenas le gustaba hablar: lo importante estaba en otra parte.

Más allá de ese disfrute que nos unía a mí y a muchos amigos compartidos, nos dejó una buena enseñanza de vida: su enorme capacidad de trabajo no se reñía con la algarabía y con la amistad como prueba de disfrutar lo que nos deparaba el día a día.

Te extrañaré, mi querido Nacho, y cada vez que esté frente a un mezcal en el Bar Jardín, brindaré por ti.

 

Francisco Hinojosa es poeta, narrador y editor. Es autor y antologador de más de cincuenta libros y columnista de Literal. Su twitter es @panchohinojosah

 

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Posted: January 12, 2020 at 8:09 pm

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