Fantasía doble: Lennon+Yoko = Fluxus
Miriam Mabel Martínez
¿Qué hubiera sido de John Lennon sin Yoko Ono? Dudo que él hubiera permanecido en los Beatles. Algunos podrán pensar lo contrario y jugar con una larga lista de hubieras que incluye su mudanza a Nueva York y las historias individuales de Paul, Ringo y George. John sin Yoko no habría compuesto su último y genial álbum, Double Fantasy, ni habría crecido intelectualmente. La vanguardista artista japonesa, practicante del movimiento Fluxus, le abrió la puerta a una dimensión, hasta ese momento, desconocida.
Está claro que antes de su relación, la curiosidad de Lennon ya apuntaba hacia otras rutas que lo alejaban del Cuarteto de Liverpool. Las separaciones no son malas: a unos los obliga a reinventarse, otros se liberan, otros se hunden para renacer… No importa cómo, la meta –el destino– siempre es el redescubrimiento. Ya en el último disco de los Beatles, Abbey Road, está la melancolía, la euforia, la tristeza, el placer, el dolor que implica saber que el final está cerca. Esa explosión es la que impacta, la misma que a los fanáticos les lastima e impide ver que Yoko no fue una razón, sólo una consecuencia.
Mientras Lennon (Liverpool, 1940-NYC, 1980) se convertía en uno de los cuatro objetos del deseo de las adolescentes de todo el orbe y la música que componían los Beatles transformaba la cotidianidad pop empoderando a una naciente “edad”: la adolescencia, Yoko Ono (Tokio, 1933) se casaba por segunda vez e, inspirada por George Maciunas, fundador de Fluxus, creaba obra provocativa con el objetivo de expandir las propuestas de este grupo e iniciaba un movimiento que, como un rizoma, conectaba a las artes visuales con la literatura y la música bajo la consigna de crear y promover la interdisciplinariedad explorando medios, materiales, técnicas y formas de distintos campos. Su propuesta vanguardista rompía con la ruta propuesta por lo que hasta entonces se consideraba la vanguardia. Fluxus no pretendían una renovación lingüística, para ellos los lenguajes plásticos y visuales habían dejado de ser el fin para asumirse simplemente un medio de transmisión del arte. Un arte que, sin etiquetas ni distinciones, se asumía total; desintegrando, de esta forma, las frontera entre géneros. Ya no más definiciones cuadradas de escultura, pintura, grabado, dibujo… Ellos empiezan a enviar por correo obra, a crear esculturas vivientes…, a dibujar con música…
John protagonizaba la beatlemanía, enloquecía a jovencitas, cantaba Please me, please me y vivía Hard days nights, se hacía, como él mismo lo dijera, “más famoso que Cristo”, mientras que Yoko descubría la magia de John Cage y, hechizada por el neodadaismo de este músico y acompañada de otros alumnos, como Allan Kaprow y Dick Higgins, la artista nipona decide establecerse en Nueva York para seguir experimentando. En ese momento Yoko estaba aprendiendo lo que John descubriría después y el place to be era NYC, la capital del imperio, como había sido Roma en la antigüedad. Ahí estaba pasando todo… hasta la beatlemanía.
En 1964, los Beatles aterrizaban en Estados Unidos, su actuación en el show de Ed Sullivan fue vista por más de 74 millones de personas, apenas en dos semanas habían vendido 2.6 millones de copias de I want to hold your hand. En ese mismo año la aristócrata artista inauguraba, con su performance Cut Piece, el hoy masificado arte conceptual; provocaba a la audiencia invitándola a subir al escenario, donde ella se encontraba sentada en cuclillas, para cortar su ropa. Un video de su representación en el Carnegie Hall de NYC, en 1965, se exhibe en la muestra Tierra de esperanza, que se presenta hasta el 29 de mayo en el Museo de la Memoria y Tolerancia, en la Ciudad de México. Lo tremendo de esta pieza es observar cómo la inhibición inicial del público desaparece rápidamente, pero después del primer corte nadie puede parar hasta dejar a la artista desnuda.
Otra variación de dicha pieza fue vista por John Lennon en abril de 1967, en el hoy mítico evento organizado por el periódico de la contracultura: The International Times. El plato fuerte de este concierto-happening-fiesta-alucinación llamado The 14 Hour Technicolor Dream, fue la entonces psicodélica e hiper avant-garde banda Pink Floyd, cuya música acompañaba al performance de Yoko ejecutado por una modelo. Y por ahí también andaba John, con sus clásicos lentes redondos acompañado de su amigo el galerista John Dunbar; sin embargo, lo que esperaba el músico era un evento menos intelectual (¡aunque sí con la misma cantidad de LSD!), menos interdisciplinario y más orgiástico. Como se puede ver en los documentales Tonite let’s all make love in London y London 66-67, de Peter Whitehead (que puedes encontrar en YouTube) en el swinging London underground se estaban gestando muchos artistas y también grandes ideas, las cuales no entendía en ese momento John, a quien se le ve paseando tratando de comprender lo que sucedía. Y estaban pasando muchas cosas allí; entre otras, la que sería la última participación de Syd Barret con Pink Floyd, pero eso lo sabríamos después.
¿Se habrán reconocido John y Yoko en esa orgía intelectual-visual? ¿Habría supuesto Lennon que aquel performance había sido ideado por la misma artista que conoció unos meses antes en la galería Indica de su amigo Dunbar? Quizá no se toparon (¿o sí?, podríamos preguntarle al actor Michael Caine que estuvo ahí), pero lo que vivió John ahí –sumado al LSD y a su búsqueda espiritual con el Maharishi– lo iba alejando del sonido “beatle” para acercarlo a una sonoridad más reflexiva.
En ese 1967 el álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band sorprendía a los beatlemaníaticos, a quienes les quedaba claro con estos sonidos experimentales que los Beatles también podían sonar psicodélicos y que eran capaces de hacer música con un enfoque más crítico. Sin embargo, su fama eclipsaba cualquier intento innovador masificándolo y diluyendo la perspectiva experimental. Más allá de las exploraciones sonoras y del crecimiento musical de los FabFour, quedaba claro que todo lo que tocaran era inmediatamente mediatizado. Estaban encasillados en sus propios personajes pop y salir de esos trajes implicaba no sólo esfuerzo sino empezar desde otro punto. Y John se reinventó a través de la inteligencia y la carrera conceptual de Yoko, quien seguía experimentando distintas herramientas. En ese mismo 1967 estaba imbuida en la filmación de 16 cortometrajes (que había comenzado en 1964 y concluido en 1972), que continuaban la línea Fluxus, la cual sigue practicando. Uno de los más comentados es Bottoms que, como indica su nombre, es una serie de acercamientos a las nalgas de distintas personas al caminar.
¿En qué momento se dio el encuentro definitivo? Existen muchas historias que son parte de la ficción. Poco importa si es verdad que Yoko Ono buscó a McCartney para pedirle una partitura original para el libro Notations, de John Cage, y que Paul se negó surgiéndole preguntar a Lennon; o si éste, al hurgar la obra Celling Painting, Yes Painting de 1966 (por cierto, también parte de la exposición Tierra de Esperanzas), al subir las escaleras interpretara la palabra “sí”, una invitación para entrar a otro mundo, uno más conceptual que le planteaba otro tipo de colaboración y de diálogo con el otro. Sin importar cómo ni cuándo fue el encuentro, ni cuál el detonador, lo cierto es que esa “mierda vanguardista”, como se cuenta que alguna vez dijo Lennon, lo marcó para siempre.
En la obra de Ono está implícito eso que a Lennon le empezaba a hacer falta: una visión crítica de la realidad pero con un sentido positivo. Ese enfoque de reconstrucción es una de las características y atractivos del trabajo –siempre fluido– de la japonesa. Consciente de su historia y tradición, así como de las consecuencias de la guerra, plantea –de acuerdo a la sintaxis fluxiana– el desmoronamiento de las fronteras entre arte y la vida cotidiana. Sus piezas son sencillas a los ojos de muchos simples; y es esta “simpleza” la que desnuda la problemática y la pone frente a nosotros. Nos confronta con hechos tan complejos como la guerra a través, por ejemplo, de la pieza que en diciembre de 1969 hicieron juntos: War is over. If you want. Hechos también sumamente lúdicos y cercanos como Instructions, una serie en crecimiento continuó desde 1953, con instrucciones para experimentar el día a día. Su intención es recuperar esos pequeños espacios y acciones cotidianas que obviamos como reír o escuchar el corazón. John ve en la obra de Ono todo eso que él mismo había perdido.
La crisis de los Beatles es como el efecto de una bomba atómica. Y John encuentra en Yoko, como artista, si no respuestas sí muchas nuevas veredas por las cuales transitar y que, en la más pura tradición de Fluxus, conectan otras disciplinas eliminando los límites entre lo público y lo privado, entre la estética y lo prosaico, entre el objeto artístico y el cotidiano, entre el personaje y el humano. Yoko es la posibilidad de la reconstrucción.
Los divorcios, engaños, separaciones son anécdotas que ensalzan la leyenda. Después de que John Lennon descubre a Yoko Ono acepta saltar a las mares conceptuales del espíritu Fluxus. Ambos suman rebeldías e ideas. Ella lo contagia de sus temas: la libertad de acción y las luchas contra el racismo, la homofobia y el sexismo. Él la sumerge en la música desde una perspectiva menos dadá pero muy efectiva y armónica. Juntos empiezan a crear obras que revaloran lo cotidiano recargando sus visiones y actos de nuevos significados. Más allá de los discos que hacen (Unfinished Music No. 1: Teo Virgins, Unfinished Music No. 2 Life with Lions, Wedding Album, Some Time in New York City, Double Fantasy y Milk and Honey) o la serie Bag One, 14 litografías sobre su luna de miel (se casaron el 20 de marzo de 1969), de sus protestas contra la guerra o de sus vida como padres y activistas, está claro que Yoko le enseñó a John a fluir: lo contagio de una enfermedad vanguardista y conceptual llamada Fluxus, que como dijera el poeta francés Robert Filliou, “es un estado del espíritu, un modo de vida impregnado de una soberbia libertad de pensar, de expresar y de elegir” que rigió la vida John Lennon hasta su asesinato y aún hilvana la obra de Yoko Ono el día de hoy.
Miriam Mabel Martínez (Ciudad de México en 1971) escritora y tejedora. Aprendió a tejer a los siete años; desde entonces, y siguiendo su instinto, ha tejido historias con estambres y también con letras. Entre sus libros están: Cómo destruir Nueva York(colección Sello Bermejo, Dirección General de Publicaciones de Conaculta, 2005); los ebook Crónicas miopes de la Ciudad de México y Apuntes para enfrentar el destino(Editorial Sextil, 2013), Equis (Editorial Progreso, 2015) y El mensaje está en el tejido(Futura libros, 2016).
Posted: May 24, 2016 at 10:30 pm