Hablar por hablar
Angelina Muñiz-Huberman
¿Por qué nos gusta tanto hablar? Desde que nos despertamos no hacemos más que hablar. Hasta en sueños hablamos. Hasta en silencio, por dentro, en nuestro interior. Venga al caso o no. Se trata de oír sonar nuestra voz. Sea agradable o desagradable, entonada o desentonada. A propósito o no. Diciendo lo obvio: “hace frío”, “está lloviendo”, “cayó un rayo”, “se fue la luz”. Mientras más obvio más bienvenido. Hablar por curiosidad, por interrogar, por saber.
El ser humano no siempre habló tanto como hoy. Millones de años hacia atrás cuando aún era el antecedente de lo que es ahora: Lucy, una Australopithecus afarensis solía comunicarse por gruñidos, murmullos o sonidos onomatopéyicos de los cuales nos han quedado restos: guau, miau, quiquiriquí, pío, muu. Curiosamente, ahora que estamos en la etapa cibernética y en el auge de las historietas nos enlazamos con la prehistoria y surgen nuevas onomatopeyas: bang, paf, crac, tic tac, glu glu, pum. A veces no hay avances sino retrocesos.
El lenguaje de los bebés nos retrotrae a los orígenes. Los órganos de la fonación necesitan madurar para una pronunciación adecuada. Una vez listos podemos usarlos para hablar en los diferentes idiomas y hasta podemos aprender nuevas pronunciaciones. Con tal de hablar, lo que sea.
Según un artículo de The New York Times International Weekly del 13 de agosto de 2022 el lenguaje de bebé es universal y el tono en que los padres modifican intuitivamente el modo de hablarle es un tono especial. Asimismo, las canciones de cuna tienen características diferentes a las canciones de adultos. Y algo muy interesante, ese cambio de tono se emplea también al hablarle a las mascotas.
Gracias a un complejo mecanismo del cuerpo hablamos. Según los libros de anatomía y de fonética es el resultado de la combinación de varios órganos: de la respiración, de la fonación y de la articulación: pulmones, bronquios, tráquea, laringe, cuerdas vocales, paladar, lengua, labios, glotis. Además, los sonidos pueden ser sordos o sonoros. Y nada lograríamos si no fuera por el hemisferio izquierdo de la corteza cerebral.
Así que no deberíamos de considerarlo una actividad tan trivial.
Con tanto involucramiento.
Y, sin embargo, lo es.
Además, hablar no viene solo. Se acompaña de ademanes. Por si no se entiende lo que se dice las manos lo expresan a la manera de un dibujo. Y suben o bajan, se abren o cierran los dedos, el índice señala o se ondea, la palma se extiende o se encoge, el brazo se alarga o se achica. Los músculos faciales no se están quietos. En fin, no dejamos de movernos.
Hay también el lenguaje por señas o la exageración en persona: la cara no para de hacer gestos, los ojos desorbitados o entornados, los hombros suben y bajan. Todo músculo al máximo. Los huesos parecen descoyuntados como títeres estrafalarios. La expresión en el abismo. La vista extraviada. Los dedos dislocados. No sonarán las palabras, pero el silencio se da gusto y el público callado adquiere su oportunidad. No habla, pero ve al máximo.
Así que hablar se pasa a otros órganos y se dice hablar con los ojos que, curiosamente, no emiten sonido. Entonces, toma la palabra la imaginación, que tampoco emite sonidos. Y, tal vez, ésta sea un habla más abarcadora. La del silencio de nuevo. Porque, a veces, no decir nada o no responder a una pregunta está diciendo mucho más que todo un discurso. No contestar puede ser un medio de defensa o un mensaje lleno de cualquier intención: odio, desprecio, conmiseración, desconcierto, sorpresa. Y lo más sencillo: ignorancia. Y lo más contundente: “no te digo nada”, que podría ser lo más sabio. Lo más adecuado.
Otro órgano que suplanta a los del habla es el corazón. Decir con el corazón es sinónimo de sinceridad, de solidaridad, de devoción. Pobre corazón, se le atribuyen tantas circunstancias. Menos mal que todas son simbólicas.
El habla no siempre es necesaria. No lo era, por ejemplo, para el cine mudo. Con exagerar los gestos y algún que otro letrero escrito era suficiente. Así el cuerpo todo hablaba y con un poco de música de fondo se acentuaban los matices de la situación a representar. Pero, y esto sí es un gran pero, para el teatro es indispensable hablar. Se habla por hablar porque sin hablar no tendría sentido. Aunque también existe el teatro para sordomudos y la gesticulación se acompaña del movimiento por el escenario.
El teatro hablado es sumamente repetitivo. Cada nueva función se dice lo mismo. Las palabras se fijan como ejercicio de la memoria. Aunque hay que advertir que, a veces, el actor se vale de un sinónimo y cambia una palabra por otra, como en un concierto de piano una nota por otra. Lo mejor, en esos casos, es no hacerlo notorio y seguir adelante como si nada.
Otro problema es los sinónimos. Existen para ampliar el habla o para dudar cuál elegir en el proceso de comunicación. Detenerse en medio de una frase para buscar el adecuado. Momento en el cual, el oyente suele auxiliar al parlante y proponerle algún vocablo. El caso es no quedarse callado.
Para hablar por hablar y no saber de qué hablar tómese un diccionario y empiécese a leerlo en orden. Lo leído en voz alta no tendrá sentido: “aarónico, aaronita, aba, ababa, ababillarse, ababol, abacá, abacal, abacalero” y así sucesivamente. Pero, en cambio, se ocupará el tiempo del habla.
He aquí esta situación: el tiempo que se emplea en hablar. Las reuniones en las que sólo se habla y habla, horas y horas. Las clases, las conferencias, los congresos y, desde luego, los discursos políticos. Frente al poco hablar, con el cartero, el repartidor, el cajero, el mesero. Sólo lo indispensable. A no ser que sean conocidos de años y empiece el hablar por hablar. “Llegó la carta”, “aquí está el paquete”, “éste es el comprobante”, “éste es el menú”. De nuevo lo obvio, pero necesario. Y al azar, porque no sabemos con qué palabra y tono vamos a empezar.
También la modulación cuenta.
Afectiva, odiosa, despreciativa, amorosa,
tierna, temerosa, indiferente, enojada,
contundente,
totalizadora.
Hablar da para un estudio sicológico. Por algo el sicoanálisis es hablado. Todo tipo de pregunta a la espera de la respuesta, cómodamente, desde un diván. Se dice que hablar para curarse: ¿curarse de qué?
Y ya que estamos en el subconsciente, surge el lapsus linguae.
Claro está, por tanto hablar.
Hablar por hablar
bla, bla, bla
y
escribir por escribir
sustituto del hablar.
Angelina Muñiz Huberman es autora de más de 50 libros. Ha ganado el Premio Xavier Villaurrutia , el Premio Sor Juana Inés de la Cruz el Premio José Fuentes Mares, Magda Donato, Woman of Valor Award, Manuel Levinsky, Universidad Nacional de México, Protagonista de la Literatura Mexicana, Orden de Isabel la Católica, Premio Nacional de Lingüística y Literatura 2018, entre otros.
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Posted: April 17, 2023 at 7:24 pm