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High Life, de Claire Denis

High Life, de Claire Denis

Naief Yehya

En lo que va del siglo XXI las aventuras espaciales fílmicas se han convertido en un lugar común. La épica de ciencia ficción vive un momento de particular efervescencia y relativamente poca esencia gracias a la maquinaria vertiginosa (y probablemente no sostenible) de empresas como Netflix. Para nadie es una revelación que la oferta de cine de especulación se ha disparado y ha saturado el mercado al punto en que resulta difícil identificar propuestas relevantes de entre la masa de refritos, productos derivados así como irritantes compuestos de plagios, citas e innecesarios homenajes. Estas oleadas de cintas desesperadas por capturar el Zeitgeist pueden hacernos perder de vista obras singulares como High Life, de Claire Denis, una propuesta inquietante, cargada de angustia y visualmente sorprendente que recupera lo mejor de la tradición de las odiseas espaciales, que es su capacidad para la introspección, para presentar un recuento pesimista de desencanto que tiene resonancia con la actualidad.

En una nave espacial desierta, decrépita y ruinosa, Monte (Robert Pattinson) trata de consolar a una bebé, Willow (Scarlett Lindsay/Jessie Ross), mientras repara una celda en el exterior de la nave. Intenta mantenerla entretenida en su corralito improvisado hablándole a través de un monitor y mostrándole viejas películas de vaqueros e indios —esa remota épica de conquista de un mundo salvaje que es el reflejo y antecedente de la exploración del cosmos. Para mantener la cordura en la soledad Monte habla sin cesar con Willow, le explica el tabú de no consumir las propias excrecencias, le suplica que no lo vuelva loco con su llanto, le cose una muñeca y mantiene sus transmisiones regulares a la tierra. La relación evoca a la comandante Ripley y a la niña Newt, en Aliens (Cameron, 1986), sin embargo aquí la amenaza no son depredadores extraterrestres sino las autoridades que lanzaron al espacio una nave repleta de convictos asegurando que estaban llevando a cabo un experimento, cuando en realidad los estaban usando de conejillos de indias. El inicio de High Life es una bella e inquietante bitácora de la simple cotidianidad de la soledad compartida de un padre que trata de alimentar, proteger y educar a su hija, a bordo de una nave con apariencia institucional de hospital o cárcel. Mientras todos los sistemas fallan regularmente lo que se mantiene estable es un invernadero con vegetación exuberante, como un símbolo de la fertilidad y la pulsión vital.

High Life, que Denis coescribió con Jean-Pol Fargeau y Geoff Cox, no es propiamente una ópera espacial coherente sino un recuento emocional, brutal y desarticulado de un grupo de personas a las que se les ofrece la oportunidad de “reciclarse” socialmente tan sólo para ser abandonados y desechados. Inicialmente la autora Zadie Smith estuvo involucrada en el proyecto pero las diferencias con la directora provocaron una ruptura tal que no se le menciona en los créditos. Los pasajeros de esta misión eran presos jóvenes en cadena perpetua o en espera de ser ejecutados a los que se les propuso redimirse participando en un programa para tratar de revertir la inminente extinción de la especie humana. El objetivo se antoja simbólico: acercarse a la boca de un agujero negro para recolectar energía. Sin embargo, hay una base científica: el proceso de Penrose, que propone que se pueden obtener enormes cantidades de energía de un agujero negro en rotación. Así mismo, la nave es más parecida a un sarcófago o  a un basurero o a un buzón o a un contenedor de carga (como en los que a menudo viajan los inmigrantes ilegales), que a cualquier nave espacial de ficción cinematográfica. Los indeseables son así literalmente lanzados a un hoyo sin fondo. No hay aquí ecos de heroísmo, de glamur, este es un sacrificio ignorado.

Monte es el único superviviente de la tripulación de la nave enigmáticamente llamada 7, a quienes vemos entre flash backs convivir, tolerarse, traicionarse, atacarse y matarse. De esta manera descubrimos el origen de Willow y de la serie de eventos y catástrofes que culminaron con que Monte y su hija terminaran solos. La nave espacial es un reflejo de las embarcaciones colonizadoras europeas, pero también del Arca de Noé, de la historia bíblica de la creación y el tabú que representa repoblar un trágico Jardín del Edén flotante con sólo dos habitantes. Hay ecos evidentes a Solaris (Tarkovsky, 1972) y a 2001 Odisea del espacio (Kubrick, 1968), y destaca una estética retrofuturista que se ve enfatizada por los sintetizadores de la pista sonora, de Stuart Staples (de Tindersticks). 

Al romper el orden temporal del relato, Denis va construyendo la historia a través de emociones confusas, de estímulos contradictorios, de un ir y venir que presenta breves destellos de la vida en la tierra (filmados en 16 mm para enfatizar la crudeza del crimen que condena a Monte), de narrativas circulares que diseccionan las relaciones de dominio, la tensión sexual y el control que se lleva a cabo a bordo. Pero también describe un universo despojado de marcos de referencia en el que las jerarquías, los valores y las relaciones son ambiguas y se van disolviendo. La gente aparece y desaparece como fantasmas, como si el tiempo no avanzara, sino que fluyera de manera discontinua y caprichosa, intercalando memorias, desordenando el orden causal, ofreciendo la falsa esperanza de una segunda oportunidad. Pero sobre todo al invertir el orden de los sucesos Denis da un golpe a las expectativas del espectador, con lo que lo mantiene en desequilibrio. El viaje a 99% de la velocidad de la luz crea, como lo describe el off el propio Monte: “La sensación de retroceder a pesar de que avanzamos, alejándonos de lo que se está acercando”.

Aunque High Life puede parecer una anomalía en la obra de una cineasta como Denis (su primer filme en inglés, “porque ese es el idioma que se habla en el espacio”), los protagonistas de esta cinta son seres marginales que se encuentran en situaciones límite y viven los impulsos y consecuencias de la tensión sexual, lo cual recuerda los temas que ha explorado en varias de sus cintas, desde la fantástica Beau Travail (1999), hasta en Chocolat (1988) y White Material (2009), la primera como una adaptación libre de Billy Budd en la legión extranjera y las otras como la paulatina disolución del orden colonial en África. A pesar de que los viajeros son criminales condenados en la nave no hay una estructura muy clara de poder, y la máxima autoridad es la doctora caída en desgracia Dibs (Juliette Binoche), quien se encarga de tratar las heridas y cuidar la salud de todos, pero su principal obsesión es la reproducción a través de inseminación artificial. El filme se desarrolla en un periodo de alrededor de veinte años, mientras que en la tierra deben de haber pasado siglos por lo que nada de lo que los viajeros dejaron seguirá ahí. Dado que la vida de los ex convictos no alcanzará para que lleguen a su destino y regresen, se espera que tengan hijos y formen una comunidad. Sin embargo, el sexo parece vetado. Por las noches los tripulantes son atados a sus camas. En vez de contacto humano Dibs se encarga del Fuck Box, un dispositivo para producir orgasmos, que consiste en lo que parece una silla de ginecólogo con un amenazante dildo mecánico móvil. Este aparato supuestamente facilita la inseminación y despoja al acto sexual de intimidad. Dibs recolecta semen de los pasajeros, a los que paga con narcóticos, y trata de inseminar a las pasajeras. Más que un experimento, el método de Dibs es una manipulación egoísta de los sujetos y un sistema para satisfacer sus propias fantasías y deseos eróticos. A la única persona que se nos muestra gozando ese aparato es a la propia doctora. Monte rechaza las propuestas, ofrecimientos y avances sexuales de la doctora Dibs, tampoco toma las drogas que le ofrece ni visita la cámara masturbatoria porque se niega a la posibilidad de procrear. “Como todos he usado la caja pero con el paso del tiempo he elegido la abstinencia sobre la indulgencia”, dice Monte.

Todos a bordo de la nave 7 cargan culpas y remordimientos, de hecho Dibs presume ser la peor criminal a bordo ya que mató a sus hijos y esposo, y más tarde fracasó en su intento de suicidio, lo cual le dejó una aparatosa cicatriz en el bajo vientre y una “vagina plástica”. Cada quien lleva su condena como puede, alguno tratando de violar a sus compañeras, otros en la humildad y el silencio. Un hombre que dejó a su familia en la tierra, Tcherny (André Benjamín, mejor conocido como André 3000 del grupo Outkast), se encarga de la vegetación en el invernadero, con una actitud resignada y casi monástica que recuerda al personaje de Freeman Lowell (Bruce Dern) en la cinta Silent Running (dirigida por el legendario artista de los efectos especiales Douglas Trumbull, 1971), la cual tenía un claro mensaje ecologista. Aquí en cambio la tragedia planetaria es percibida a través de la desesperanza de cada uno de los pasajeros que van resignándose a una vida sin privacidad ni independencia ni el mínimo respeto a la voluntad. Dibs pone drogas en el agua de los pasajeros y decide violar a Monte para obtener su semen con el cual impregna a Boyse (Mia Goth) mientras duerme. Este abuso es el origen de Willow, la única persona que no debe su presencia en ese lugar a un crimen y que no conoce el significado de la crueldad.

Denis ha logrado hacer poesía erótica en la pantalla, ha creado una colección de imágenes imborrables que van de lo estimulante a lo grotesco. Emplea desenfadadamente una sexualidad intensa y frenética, así como violencia estremecedora, pero sobre todo lo que da contundencia a la cinta son las secreciones, la imborrable presencia de los fluidos vitales, semen, sangre, leche materna, que quedan impregnados en el medio hermético de la nave y hacen imposible el olvido de lo sucedido. Hay una auténtica celebración de la suciedad, de la ausencia de la asepsia que usualmente se asocia con un viaje espacial. Resulta fascinante la manera en que Denis explora la anatomía de sus personajes, recorre las curvas corporales, juega con la luz, los reflejos, los efecto y las sombras sobre la piel. Este es obviamente un filme claustrofóbico, donde la cámara se encuentra siempre a pocos centímetros del objetivo. La cineasta hace de cada movimiento, de cada músculo y fluido orgánico una provocación a los sentidos. De esta manera el cuerpo de Monte es como un lienzo que la cámara recorre una y otra vez, para descifrar cómo la piel se vincula con la ternura, el deseo, el placer y la indiferencia. Llama la atención que en esta ocasión Denis, no ha usado a su directora de fotografía de cabecera, Agnès Godard, sino a Yorick Le Saux (colaborador habitual de Olivier Assayas), quizá al considerarlo más adecuado para registrar la fealdad y la decadencia. High Life es una abrupta propuesta acerca del poder de la vida, su infatigable voluntad de preservarse, de expandirse para ocuparlo todo a pesar de su incomprensible fragilidad y de la imposibilidad de controlarla. Así mismo, es la visión de un mundo sin reglas morales en donde el dilema del incesto flota como una incesante amenaza.

 

naief-yehya-150x150Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya

 

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Posted: August 6, 2019 at 9:16 pm

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