Essay
Instrucciones
COLUMN/COLUMNA

Instrucciones

Cecilia Eudave

Quizá para algunos mi gusto por los manuales de uso resulte extraño o excéntrico, incluso una pérdida de tiempo cuando este se podría dispensar en lecturas de trascendencia. La mayoría de la gente no les presta atención, o los consideran instrumentos que solo intentan orientarnos sobre cómo interactuar de manera asertiva con los objetos, con las circunstancias, con las personas. Otros, por el contrario, argumentan hasta el delirio que cualquier instructivo o manual es un acto para homogeneizarnos e incluirnos en las filas de los individuos automatizados, alienados. Hasta hay teorías que hablan de conspiración en las instrucciones de uso. Ya sean ignorados, o sobredimensionados, me atraen en todas sus variables. Me seduce la posibilidad de comprender, o desmontar, las estrategias con las que logran de forma sintética, abstracta y esquemática, conducir y reglamentar nuestra interacción con la realidad y sus sistemas de pensamiento. El objeto, modelo, o fin del instructivo es lo de menos, me interesa cómo direccionan hacia un fin, hacia una meta concreta: la de armar, mirar o interrelacionarnos con el mundo de acuerdo con sus objetivos. Sí, con el tiempo —y con miles de instructivos en mi cabeza, hasta para ponerse una vacuna— me he convencido de que las instrucciones y sus derivados son mediadores entre nosotros y un mundo exterior representado, son prótesis mentales que nos apoyan a vivir o sobrevivir en tierra.

Pero ¿existen diferencias entre instrucciones, instructivos, manuales, diccionarios, esquemas y quimeras de estos? Aquí tendríamos que jugar un poco con la idea de la instrucción, y asumir que los instructivos y/o manuales, desde mi perspectiva, no son solo signos, es decir, un representante arbitrario, convencional, y por lo tanto determinado por la sociedad que lo genera; sino que a su vez son un símbolo que es un significante, ciertamente, pero “motivado” a ir más allá hasta tocar lo simbólico. Creo que cualquier instrucción dice más de lo que aparenta, prefigura en nosotros una forma de pensar, de proceder ante lo diferente, sea animado o inanimado. De alguna manera, las instrucciones son los más efectivos obreros de la estandarización de pensamiento —no es que no podamos pensar, solo que lo hacemos bajo sus parámetros de elección o sujeción—; ellos, y el terrible corrector de palabras de los dispositivos electrónicos, que dan por hecho que todos escribimos del mismo modo y nos expresamos de la misma manera (¿acaso acierta?). En fin, distingo dos tipos diferentes de instrucciones. La primera es la del signo, y mencionaré solo algunas de sus categorías: instructivos para hacer funcionar aparatos electrodomésticos, maquinarias complejas o sencillas, los hay para armar, construir; le siguen los dedicados al aprendizaje en todas sus variables (para mejorar la letra, para memorizar más rápido, para la lectura, etc.); sumemos también las reglas de los juegos de mesa o deportivos con sus manuales de jugadas. La segunda división comprendería los manuales o instrucciones de uso “motivados” que nos arrojan al universo de lo simbólico, estos no solo asientan las bases de su funcionamiento sino que a su vez implican a quienes los generaron. En otras palabras, nos entregan sistemas de pensamiento sociales que se filtran de manera no consciente en nuestro discurso y forma de actuar. Al ser mis favoritas las “motivadas”, el lector de esta columna me permitirá explayarme en ejemplos.

Inicio con El arte de ponerse corbata de Mr. Émeli, Barón de l`Émpesè, publicado originalmente en 1832. En él encontraremos los distintos modos de llevar la corbata al cuello en dieciocho lecciones. Una belleza, no solo porque podemos descubrir cómo atarla correctamente sino porque la forma de hacerlo dice algo de quien lo porta, nos desvela un código propio y lanza un tipo de mensaje particular. Así, una prenda de vestir se convierte en un discurso provocador o irritante, pues puede advertir o suavizar. Qué pasa si no se viste con la corbata de baile en una noche de fiesta y se opta, en cambio, por anudarla estilo calavera o a la criminal. Puede alguien llevarla a lo perezoso, a lo diplomático, a la fidelidad, a la caracol; o destacar nacionalidades o predilección por ciertas maneras extranjeras: a la rusa, a la italiana, a la oriental, a la americana.

Son abundantes este tipo de textos y su recuperación histórica porque abordan los contextos sociopolíticos y culturales a través de la instrucción. Si usted ya se está interesando en cómo acceder a ese doble discurso de las instrucciones de uso, la editorial Maxtor, dedicada solo y exclusivamente a editar manuales, será su paraíso. No es una invención para hacer más inusual esta columna, si duda de la existencia de esta casa editorial haga una pausa a esta lectura, búsquela en su teléfono y compruebe cuan poco sabe sobre el tema. Entre las ediciones facsimilares más sobresalientes encontrará el Manual del perfecto estafador, el Manual del cortejo, el Manual de inquisidores (de España y Portugal, únicamente), el Manual de la moda elegante, el Manual del panadero perezoso, entre muchos otros de interés general y/o particular.

Antes de continuar haré un pequeño paréntesis para hablar de la instrucción en el plano religioso, que recurre a manuales matizados como El catecismo de la Iglesia católica, que conjuga muy bien lo pragmático del signo con lo polisémico de lo simbólico; a veces alcanza lo literario como en el caso de El catecismo de S. Tomás de Aquino o El catequismo de la oración, según Santa Teresa de Jesús. Uno más, en el top parade de las instrucciones, Los diez mandamientos de Dios, del nunca superado Viejo Testamento. Son esquemáticos, prácticos, breves, contundentes, generales, poco ambiguos por determinantes. A pesar de sus miles de años de vigencia, se encuentran ciertas fugas que no contempló o contemplaron los que generaron la instrucción, labrada en piedra, y se pueden notar algunas fallas. Fallas que si aplicamos los salvadores tecnicismos absuelven a las mujeres —para variar—, y nos podemos amparar contra el IX mandamiento, pues en caso de desear al hombre de nuestra prójima no cometemos pecado, mas si codiciamos su esclavo o su esclava, su buey, su burro o su casa, derecho al infierno. Pero revisando las nuevas versiones de este decálogo milenario, encuentro que se ha modificado el mencionado IX mandamiento significativamente. Ahora reza: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”, quizá porque no tienen otra opción que reconocer que el género femenino sí tiene libido, y muy activo. De paso, reformularon también el VI: de “No cometerás adulterio” a “No cometerás actos impuros”, dejando claro que cualquier acto de esa naturaleza es motivo de condena. Pero si casi todo es impuro en este mundo, hasta el agua.

Prosigo. Falta una pequeña nota sobre los diccionarios, excelentes instructivos de cómo significar, entender y usar las palabras en contexto o sin él. Este último es el más socorrido en el género humano. Es importante no tomar sus definiciones tan a pecho, o al pie de la letra; es necesario aplicar nuestro criterio, aunque no siempre funcione, porque existen necias erratas culturales o colonialistas, como en el prestigioso Larousse ilustrado (versiones posteriores al 2000, no he verificado las nuevas ediciones). En él México no es considerado parte de Norteamérica porque quizás sería políticamente incorrecto; tampoco Centroamérica, porque se cometería un grave error geográfico. Por tal motivo (motivo que no entiendo), México figura como México, así nomás, es una isla atorada entre el norte y el centro de América en el imaginario colectivo de los países primermundistas.

Sin embargo, las instrucciones “motivadas” más entrañables y apasionantes son las literarias. Ya sean evidentes o disfrazadas me llevan al límite del juego entre un pensamiento simbólico en oposición al pensamiento racional. Me revelan la presencia de algo más que unas directrices para cohabitar con la torpeza de este mundo. Son la puesta en escena de nuestra condición humana, perdida o anclada en instructivos, confundiendo la voluntad de existir con la libertad de existir. Así, La vida instrucciones de uso, del genial escritor francés Georges Perec, es una novela rompecabezas que obliga al lector a ir armando los trazos existenciales y sociales de sus personajes. Sin ser tan estrictos, la literatura lo permite, incluyo a Mark Twain, quien nos muestra de manera práctica cómo hacerte millonario sin gastar en El billete de 1,000,000 de libras, y vivir para disfrutarlo; mientras que en Manual de civismo para señoritas, de Pierre Louÿs, se nos ofrece el otro lado de la educación sentimental para las jovencitas de su época. El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, sistemático, desconcertante e irreverente, define a todos los diccionarios —menos el suyo— como “perverso artificio literario que paraliza el crecimiento de una lengua, además de quitarle soltura y elasticidad”. Una delicia es el cuento “El idioma analítico de John Wilkins”, de Jorge Luis Borges, basado en el trabajo de John Wilkins quien instrumentó un sistema para un lenguaje universal. Julio Cortázar también ha demostrado ser amante de estas formas de leer el mundo, las usa reiterativamente; como muestra, “Instrucciones para subir una escalera”. Sin extenderme más, la lista podría ser enorme, quiero mencionar El arte de dudar, del mexicano Oscar de la Borbolla, un libro filosófico que sirve de guía para las cavilaciones cotidianas no exento de la ironía tan propia de su creador; o Jorge Ibargüengotia con su magnífico y divertido libro Instrucciones para vivir en México. Incluso yo, y prometí no hacerlo, me he dejado llevar por la tentación de escribir sobre el tema, y en mi última novela, El verano de la serpiente (Alfaguara 2022), uno de los personajes principales se dedica a redactar manuales. Aquí concluyo, sino terminaré haciendo un tratado sobre la “Instrucción”, que seguro existe. Solo quise hacer notar que estamos invadidos por las instrucciones, hay instructivos por doquier, ya sean evidentes o bajo camuflaje. Instrucciones discretas y efectivas que hacen mella entre nosotros, “sujetos sociales”, siempre a la defensiva, asegurando que no estamos “sujetos” a normas, a reglas, a fórmulas, o a maneras conductuales, aunque de pronto nos sintamos atraídos por los manuales para ser felices, o para liberarnos del deber de serlo.

 

Cecilia Eudave (Guadalajara, México). Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son: Registro de Imposibles (cuentos, 2000, 2006, 2014),  Bestiaria vida (novela, 2008, 2018), con la cual ganó el premio de novela Juan García Ponce, En primera persona (cuentos, 2014), Aislados (novela, 2015), Microcolapsos (minificción, 2017, 2019), Al final del miedo (cuentos, 2021) y El verano de la serpiente (novela, 2022). Escribe también cuentos infantiles con títulos como Papá Oso (2010) y Bobot (2018), y novela para jóvenes. Ha sido traducida a varios idiomas, participado en diversas antologías y revistas tanto en su país como en el extranjero. Es profesora–investigadora de la Universidad de Guadalajara. En el 2016 se le otorgó la Cátedra América Latina en Toulouse, Francia y en el 2018 fue invitada de honor de la Cátedra Dolores Castro por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su Twitter es @CeciliaEudave

 

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Posted: February 9, 2022 at 11:06 pm

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