Kafka en la Habana Vieja
Carlos Espinosa Domínguez
El Período Especial en Tiempos de Paz ha proporcionado material temático a un considerable número de obras literarias y cinematográficas, de autores y artistas tanto cubanos como extranjeros. El común denominador de la mayoría de esos libros y filmes es el interés por dejar testimonio de la realidad de la isla tras la caída del Muro de Berlín, la desmembración de la antigua Unión Soviética y el desmoronamiento del otrora llamado campo socialista.
Los cortes de electricidad, el surgimiento del fenómeno de las jineteras, las dificultades y estrecheces materiales que padecen los cubanos, constituyen motivos recurrentes sobre los cuales se incide en esas obras. El tratamiento que predomina es marcadamente realista, como si los autores estuvieran preocupados por dejar un registro lo más cercano posible a la realidad. Entiéndase esto como la simple constatación de un hecho, y no necesariamente como un juicio que lleva implícito valoraciones cualitativas. Si lo señalo es más bien para destacar la presencia de un grupo de filmes y textos narrativos que se apartan de esa estética normativa para abordar esas mismas temáticas a partir del absurdo, el humor kafkiano, el surrealismo, el grotesco. Significativamente, muchas de esas obras fueron creadas por escritores y cineastas que residen o residían en la isla, lo cual nos lleva a interrogarnos sobre las razones que explican ese tratamiento de la realidad.
Nancy Alonso (La Habana, 1949) sugiere la que podría ser una de las posibles respuestas en su libro de cuentos Cerrado por reparación. Lo hace a través de una cita de Oscar Wilde que pone al inicio del mismo: “El mundo se ha reído siempre de sus propias tragedias como único medio de soportarlas”. Es decir, en su caso el humor y el absurdo son recursos literarios que promueven una carcajada que actúa a manera de exorcismo y de elemento subversivo. Puestos en la situación de tener que enfrentar la pesadilla que significa el día a día en la Cuba de hoy, lo más inteligente es reírse de esos problemas, poner buena cara al mal tiempo, como recomienda el refrán popular. Y eso es lo que lleva a la práctica Nancy Alonso en las once narraciones.
“César”, uno de los cuentos, comienza así: “Era la época en que todos criábamos o cultivábamos algo. Cayéndose el Muro de Berlín e inundándose esta isla de jaulas, canales y cercas fue la misma cosa. Mientras los europeos derrumbaban barreras, acá las levantábamos. Cuestión de subsistencia”. (12) De ese modo, Alonso nos ubica en el tiempo y el espacio donde se ambientan sus recreaciones de la existencia cotidiana de los cubanos. En principio, casi todas se refieren a personajes sencillos y a actos, en apariencia, también sencillos: hacer una llamada desde un teléfono público, llegar puntualmente al trabajo, reparar una gotera que ha empezado a caer en la cocina, conseguir leche para desayunar, hacer las gestiones para que arreglen un bache en la calle, usar el baño en la casa de una prima. El problema viene cuando esas situaciones tan intrascendentes y nimias ocurren en un país donde el surrealismo tiene su reino natural y en el que la escasez y las necesidades materiales de la población se han ido acercando cada vez más a las de las naciones más empobrecidas de América Latina.
En todos los cuentos, Alonso parte, como se advierte, de situaciones comunes y cotidianas. No duda incluso en incorporar elementos costumbristas, recurso habitual en la literatura cubana desde sus inicios. Esas situaciones, sin embargo, adquieren otro rumbo cuando en ellas se introduce el humor. Sus gradaciones y matices varían de un cuento a otro, de acuerdo al carácter de las historias. Asume un tono más suave en “Yo te voy a explicar” y “César”. Se torna más amargo en “La prueba”. Deriva hacia el absurdo en “Historia de un bache” y al humor negro en “Nunca se acaba”. Por último, en narraciones como “Motín a bordo” y “Una visita informal” se vuelve decididamente paródico y sarcástico.
Además del humor, son igualmente importantes las estrategias y mecanismos literarios que emplea Alonso. Un buen ejemplo de ello es el juego metaficcional mediante el cual estructura la breve narración titulada “Una excursión”. En él se describen los preparativos de un joven que va a realizar una excursión. Para no olvidarse de nada, la noche anterior redacta una lista con las cosas que deberá llevar. El listado incluye ropa (camiseta, bermudas, zapatos cómodos, gorra, espejuelos oscuros), alimentos (dos panes con tomate, un termo con limonada, una botella con agua), medicinas y productos para la higiene (desodorante, pañuelos, aspirinas, diazepán, pastillas para la úlcera, curitas), así como cigarros, fósforos, un libro de Milan Kundera, dos periódicos, un juego de cartas, una revista con crucigramas, un walkman, un mapa de La Habana, una banquetita plegable y el manuscrito de un cuento suyo sin terminar. En el penúltimo párrafo es cuando viene a revelarse el objetivo de la excursión: el joven va a salir en busca de un teléfono público que funcione para poder hablar con Felicia antes de la una de la tarde. En las tres últimas líneas se revela además el doble uso que puede llegar a tener la imprescindible soga, mencionada al inicio del cuento: “Esta vez sí se ahorcaría si no lograba comunicar a tiempo. Y esa podría ser la solución final del cuento sin terminar”. (11)
El absurdo es, sin embargo, el recurso que predomina en el libro. En “César” y “Yo te voy a explicar”, sus respectivas narradoras en primera persona se ven llevadas al difícil trance de explicar situaciones para ellas cotidianas, pero inverosímiles para otros. En “César”, ante la escasez de alimentos y la proliferación de sucedáneos para sustituirlos una familia decide criar un cerdo en su apartamento, ubicado en el quinto piso de un edificio. Pero como señala Alberto Garrandés, la convivencia da al traste con sus planes y hace que la comunicación le gane la partida al hambre. Cuando ya el animal alcanza el tamaño suficiente para sacrificarlo, todos se han encariñado con él. Los comentarios maledicentes y la necesidad de que el cerdo se criara en mejores condiciones, los llevan a permutar el apartamento por otro en una planta baja. De ese modo, César tiene acceso al terreno del fondo, aunque eso implica que en el cambio tenga que perder una habitación. Pero ninguno de ellos protesta ni lo lamenta, pues como expresa al final el padre, para ellos “este puerco es como si fuera un miembro más da la familia” (20).
Un poco más fácil lo tiene la narradora de “Yo te voy a explicar”, quien recibe en su casa la visita de un primo suyo que se fue de niño para los Estados Unidos y ha regresado a Cuba por primera vez. Su problema consiste en hacerle entender cuestiones para él incomprensibles, como que “pongan el agua”, en qué consiste un “ladrón de agua” o que, después de varios años de luchar inútilmente por solucionar el goteo de la llave del lavamanos, su esposo y ella habían descubierto que “la mejor zapatilla del mundo era la tapita de un pomo de penicilina” (88). Como ha comentado Marithelma Costa, ambos cuentos giran en torno al binomio explicación (el cómo y el porqué viven así) versus la comprensión deseada del otro, el vecindario en el caso de “César” y el primo de Miami, en el de “Yo te voy a explicar”.
En “Historia de un bache”, el non-sense, como acertadamente ha comentado Alberto Garrandés, “se rinde a una metamorfosis y es encauzado mediante el tránsito del absurdo (vecino aquí de lo total) a una especie de lirismo de resistencia” (388). En ese cuento se narran los avatares de una mujer que un día casi se cae en un hueco, entonces pequeño, en una calle habanera. Luego de ir a quejarse ante el delegado del Poder Popular de su circunscripción, comienza a enviar cartas a distintos funcionarios e instancias, todo un via crucis burocrático que deja al del José K de Kafka en un juego de niños.
Durante el tiempo que duran sus infructuosas gestiones, el hueco va creciendo y cambiando de apodos. La protagonista va a parar finalmente a un hospital, a consecuencia del infarto que le provoca la lectura de una comunicación en la cual le informan que, mientras lleguen de China los tubos necesarios para la reparación del bache, se procederá a clausurar la acometida del agua y que “su bache será incorporado al mapa de baches crónicos, publicado periódicamente en la revista Viales, del Ministerio de Transporte, con el objetivo de alertar a los choferes y evitar lamentables accidentes (55-56).”
Es en el desenlace cuando el cuento se hace más singular, al incorporar el lirismo de resistencia al que se refiere Garrandés. Al salir del hospital, la protagonista descubre que en el interior del bache, que ha alcanzado ya dimensiones de furnia, ha empezado a crecer un flamboyán. A partir de entonces, pasa a cuidarlo y regarlo los días alternos, y con ayuda de los niños del barrio coloca una cerca y siembra otras plantas. Si no logró que repararan el bache, por lo menos ahora podrá tener el pequeño jardín con el que siempre soñó. Se cumple así lo expresado en otra de las citas que Alonso sitúa al principio del libro: “La solución del problema cambia la naturaleza del problema”.
El gran sedimento de tristeza que suele haber detrás de todo absurdo se cumple admirablemente en “La prueba” y “Nunca se acaba”. En el primero de esos cuentos, el más breve de todo el libro, una mujer a la que definitivamente no le gusta fumar se somete durante dos meses a un régimen similar al de una fumadora empedernida -“una caja de cigarrillos se esfumaba entre sus manos en menos de veinticuatro horas” (28). Lo hace con el propósito de impedir que su úlcera estomacal cicatrice, ya que así le renovarán la dieta alimenticia que le garantizará otro año de desayunos con leche.
En “Nunca se acaba”, una pareja de ancianos debe hacer frente a un problema que inicialmente tuvo la apariencia de una mancha en el techo de la cocina. Con el primer aguacero de mayo, la mancha se convierte en una gotera que demuestra ser resistente a todos los intentos de reparación. Un albañil les recomienda una solución que según él será eficaz, cambiar todas las tejas del techo o levantar las que ahora tiene y aplicar un impermeabilizante, pero como de inmediato agrega, “ese tipo de trabajo cuesta mucho dinero, aparte de que los materiales no aparecen ni en los centros espirituales” (63). El matrimonio decide entonces permutar la casa, pero el cambio que les propone una familia es tan descabellado, que al final desisten. Optan entonces por resolver el dilema de la gotera de un modo más rápido y sencillo: cuando entren en la cocina usarán cascos y capas de agua cuando esté lloviendo. Al igual que la protagonista de “La prueba”, también ellos inventan dispositivos para la sobrevivencia.
Ese mundo sin razón, que no se rige por leyes lógicas, está también en el cuento que da título al libro. El absurdo parece ser la pauta a partir de la cual realiza su trabajo el director de una oficina del Poder Popular donde se reciben y tramitan las quejas de los ciudadanos. Para dar solución a la impuntualidad de los empleados, “un mal difícil de vencer y con el cual no había tenido más remedio que coexistir” (90), dispone que se recibiría al público entre las diez de la mañana y las tres de la tarde, con un receso de doce a una para almorzar. De esa manera y aunque la jornada laboral seguía siendo de ocho a cinco, no se afectaba la quintaesencia del trabajo del departamento, esto es, atender a la población.
Asimismo al cabo de un año de haber iniciado su mandato, el director siente que sus esfuerzos han sido premiados con alentadores resultados. De acuerdo a las estadísticas, el promedio para tramitar las demandas disminuyó de quince a ocho días, e igual mejoría se nota en el índice de error de dichas tramitaciones, que de un cuarenta por ciento había bajado a un treinta. Y en cuanto al índice de reincidencia de los demandantes, “lo interpretó como una expresión de confianza de la población que acudía más de una vez al departamento buscando que los ayudaran a aliviar sus malestares” (91). Son esos datos, resumidos en tablas y gráficos, los que tiene preparados para mostrar a la inspección cuya visita está esperando.
Alonso reserva ese cuento para cerrar con él el libro, y ello se justifica por la función aglutinadora que desempeña. Retoma así el juego metaficticio que empleó en “La excursión”, con el cual se abre la colección. Ahora, sin embargo, no se trata de un texto narrativo que incluye su propia redacción, sino de un cuento que incorpora las vicisitudes de los personajes que antes desfilaron por el libro. El recurso que utiliza es la ausencia masiva de los empleados del Departamento de Atención a la Población, justo el mismo día cuando se espera la inspección. A través de la secretaria, el director se entera de las justificaciones dadas por los empleados ausentes, “que iban desde la eterna falta de guaguas y de agua, una prueba médica y un accidente en bicicleta por un bache, hasta las gestiones de un viaje al exterior y los preparativos de un bautismo, pasando por la impermeabilidad del techo de una casa y la enfermedad repentina de un puerquito de ceba” (92).
Por otro lado, “Cerrado por reparación” termina significativamente con un detalle que reinicia el interminable círculo de problemas y dificultades que constituye la existencia diaria en La Habana del Período Especial. El hombre que en varias ocasiones ha venido a la oficina a quejarse cada vez que se incumplía el plazo para reabrir el círculo infantil de su barrio, que fue cerrado por reparaciones, viene a ver al director para darle la buena noticia de que por fin el círculo infantil fue reinaugurado. Y en agradecimiento a sus gestiones le trae el cartel que durante todo ese tiempo estuvo colgado en la puerta. Es ese mismo cartel el que el director pone a la entrada de la oficina, una solución que le permite salir decorosamente del atolladero de la visita de la inspección.
Esas pesadillas que viven los personajes de estos cuentos llevarán a los lectores no familiarizados con las dificultades que conlleva la vida diaria en la Cuba de hoy, a aplicarles etiquetas como las de absurdo o surrealismo. Poco tienen que ver, sin embargo, con esas corrientes. A Alonso le sucede lo mismo que a Virgilio Piñera cuando escribió Aire frío: de haberlos escrito al estilo de Ionesco o Beckett le hubieran salido los cuentos más realistas del mundo. Las situaciones de las cuales parte cada una de las narraciones de su libro suceden de modo cotidiano en la isla. Como narradora, Alonso ha tenido, en primer lugar, la inteligencia de captar sus posibilidades literarias. Ha sabido además acentuar convenientemente la nota delirante o kafkiana, le ha dado a las historias un tratamiento más imaginativo y, en resumen, sometió esa materia prima al proceso de reelaboración artística que se espera de toda obra de ficción.
La referencia a Kafka, pese a las notorias diferencias que hay entre sus textos narrativos y los de la autora de Cerrado por reparación, no es tan arbitraria como puede parecer. A su manera, Nancy Alonso también recrea la humillación del ser humano al ser vapuleado por poderes invisibles, por situaciones sin aparente razón de ser. Como Kafka, desea además que nos riamos a carcajadas de la esencia trágica de nuestra existencia. Ajena a cualquier denuncia política y a cualquier retórica de la angustia, sabe convivir con ésta y mantenerla a raya. Y como comentó Claudio Magris sobre el autor de La metamorfosis, muestra cómo la vida y la supervivencia consisten en convivir, acrobática y jocosamente, con aquellos problemas que la amenazan.
Bibliografía citada
Nancy Alonso. Cerrado por reparación. La Habana: Ediciones Unión, 2002; Closed for Repairs, traducción de Anne Fountain, Curbstone Books, Willimantic CT, 2007.
Marithelma Costa. “Cerrado por reparación”. Encuentro de la Cultura Cubana, n. 30/ 31, Otoño-Invierno 2003-2004.
Alberto Garrandés. “Tradiciones cubanas de hoy”. Presunciones. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 2005.
Posted: March 9, 2014 at 1:20 am