Essay
Las huellas de los «piececitos» de Mistral
COLUMN/COLUMNA

Las huellas de los «piececitos» de Mistral

Michelle Roche Rodríguez

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Permítame comenzar con una cita de Gabriela Mistral:

«Piececitos de niño,

azulosos de frío,

¡Cómo os ven y no os cubren,

Dios mío!

 

¡Piececitos heridos

por los guijarros todos,

ultrajados de nieves

y lodos! …»

 

¿Conoce el poema? ¿Cómo interpreta usted los versos? ¿A qué se refiere la ganadora del Premio Nobel de Literatura del año 1945?

Lina Meruane me recita esos mismos versos de memoria durante la entrevista que tuvimos el mes pasado y que ponto se publicará en la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Llena de indignación, me cuenta que cuando ella estudiaba en la escuela, durante la dictadura chilena, el poema se leía como el de «una pobre mujer que no había podido tener hijos», en lugar de interpretarse como una obra social sobre la pobreza, vista a través de la imagen especifica de los niños abandonados.

Revisó «Piececitos» y otros poemas para una antología de la obra lírica de Mistral publicada por Editorial Lumen en 2018, con el título Las renegadas. «En mi lectura se encendieron las voces de tantas mujeres que hablaban por la Mistral, mujeres que, como ella, se habían apartado del recorrido que les señala su tiempo», escribe en el prólogo a ese libro: «Mujeres que, siguiendo el oscuro mandato de la poeta —“una en mí maté… ¡vosotras también matadla!”—, habían aniquilado la que en ellas era sumisa y sedentaria». Meruane reivindica en el texto la imagen de esta autora no como madre ni como mujer tradicional de su época, sino como una intelectual de hecho y derecho, una a la que las autoras contemporáneas, con o sin hijos, podemos señalar como antecedente. Entonces, ¿por qué si Mistral no solo desafiaba sino que invitaba a las demás a desafiar los modelos de mujer de su época se empeñaron en convertirla en la madre frustrada que nunca fue?

El tema «femenino».

«Piececitos» apareció originalmente en Ternura, poemario que escribió como reacción a la «poesía escolar» que se producía hacia 1924; esto amarró las tempranas lecturas del libro a la escuela primaria y al género de la literatura infantil, impidiendo que los críticos lo tomaran en serio —¡como si la literatura infantil no fuera seria, por favor! —. Una década después se reeditó la obra con el subtítulo «Canciones de niños» y el texto «Colofón con cara de excusa», en el cual Mistral presenta sus ideas sobre el texto. Allí señala que los poemas están dirigidos a las madres, de aquí puede venir la interpretación crítica a la que aludía Meruane.

Usted dirá que la autora de Sangre en el ojo y yo estamos exagerando la lectura entre líneas. Pero aquí lo importante es la pregunta que palpita en la indignación de mi entrevistada: ¿Si este mismo poema, dirigido también a las madres, lo hubiera escrito un hombre (soltero y sin hijos), alguien lo habría interpretado como un lamento por la paternidad imposible?

Lo dudo. Cuando era asunto tratado por un escritor, la maternidad era algo serio; como serio era el «eterno femenino», ese mecanismo discusivo, denunciado por mujeres de todas las generaciones, a través del cual los hombres nos convierten en el polo principal de la poesía y las obras de arte. «Inspiradora, juez y público del escritor, [la mujer] se convierte en émulo suyo», escribe Simone de Beauvoir sobre el tema en El segundo sexo: «con frecuencia es ella quien hace prevalecer un mundo de sensibilidad, una ética que alimenta los corazones masculinos». Los críticos de aquella época —o de esta, temo señalar— no habrían tenido dificultades en interpretar al poema de un hombre más allá de las circunstancias individuales de quien lo escribió y, quizá, al leer los siguientes versos comprenderían la visión heroica que de la pobreza se quería dar a través de sus representantes más inocentes:

«…Sed, puesto que marcháis

por los caminos rectos,

heroicos como sois

perfectos.

 

Piececitos de niño,

dos joyitas sufrientes,

¡cómo pasan sin veros

las gentes!»

 

La interpretación de «Piececitos» como el trabajo de una mujer que debió convertirse en símbolo de la maternidad para la cultura chilena porque no podía tener sus propios hijos conviene a los defensores de cierta corriente de pensamiento según la cual las mujeres están biológicamente predeterminadas a tener hijos y deben centrar allí su labor social, grupo más popular hace una centuria, pero todavía vivito y coleando. El condicionamiento cultural de las mujeres hacia la maternidad representa un problema para las escritoras porque podría vincularse al mito promovido por ciertos críticos literarios de que nosotras solo podemos escribir sobre temas «femeninos». Esa es una razón por la cual la obra lírica de Mistral se leyó como la de una madre, a pesar de que nunca reivindicó ese papel para ella.

En la columna «Madres: no hay una sola» publicada en el periódico El Mercurio de Chile en 2005 —y compilada en Ensayo general con otros escritos entre los años 1998 y 2021, Meruane se refiere a lo conveniente para algunos de que todavía en el siglo XXI se asuma la maternidad como «vocación femenina». Allí recuerda que el único hijo de Mistral fue adoptado —hijo de su hermano—, que fue «soltera de hombre» y «escribió ardientes cartas de amor usando el pronombre masculino», pero que a pesar de todo eso «ha sido canonizada como la madre sacrificial y sufriente de todos los chilenos». Se trata de un procedimiento crítico asociado a la noción de eterno femenino, a través del cual la supuestamente generalizada vocación de la mujer por la maternidad se utiliza para menospreciar la muy real vocación literaria. Otra manera de barrer bajo la alfombra a las mujeres de palabra del pasado. Si esto pasó con una Premio Nobel, ¿qué quedaría para las demás?

 

MISTRAL, Gabriela. Las renegadas. Antología (2018) Editorial Lumen. Selección y prólogo de Lina Meruane.

MISTRAL, Gabriela. Ternura (1924), Editorial Saturnino Callejas.

MERUANE, Lina. Ensayo general (2022), Universidad Diego Portales.

DE BEAUVOIR, Simone (1999) El segundo sexo, DeBolsillo. Traducción de Juan García Fuente.

Foto de Luise and Nic en Unsplash

Michelle Roche Rodríguez (Caracas, 1979) es narradora, crítica literaria y periodista. Ha publicado Álbum de familia: Conversaciones sobre identidad y cultura en Venezuela (2013), Madre mía que estás en el mito (2016),  la colección de cuentos Gente decente (2017, Premio de Narrativa Francisco Ayala) y Malasangre (2020). Colabora con varias revistas literarias españolas y medios culturales venezolanos. Trabajó en el diario El Nacional, fue profesora en la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello y fundó Colofón Revista Literaria en 2014. Reside en Madrid desde 2015. Su página web es www.michellerocherodriguez.com.

Fotografía © Emilio Kabchi.

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Posted: August 31, 2023 at 11:25 pm

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