La Era de la Soledad
George Monbiot
¿Cómo podríamos llamar a nuestra época? Esta no es, sin duda, la Era de la Información: el colapso de la educación popular dejó un vacío cuyo lugar han ocupado el marketing y las teorías conspirativas. Al igual que la Época de Piedra, la Edad de Hierro y la del Espacio, la Era Digital dice mucho de nuestros artefactos pero muy poco sobre la sociedad. En tanto que se trata de un periodo en el que los humanos han ejercido un impacto determinante en la biosfera, ¿acaso el Antropoceno no distingue a esta centuria del anterior siglo XX? ¿Qué cambio social incuestionable marca a nuestra época respecto de las que lo preceden? Para mí es evidente: la nuestra es la Era de la Soledad.
Thomas Hobbes no podía estar más equivocado cuando afirmó que en el estado de naturaleza nos hallábamos ocupados en una guerra “de todos contra todos” previa al momento en que surgió la autoridad que nos sometería al orden. Somos criaturas sociales desde el inicio: abejas mamíferas absolutamente dependientes entre sí. Los homínidos del África oriental no podrían haber sobrevivido una sola noche. En mayor medida que cualquier otra especie, hemos sido formados por nuestro contacto con los demás. Por su parte, la época en la que estamos ingresando y en la que vivimos aislados es diferente a cualquiera que nos anteceda.
Hace unos meses leí que la soledad se ha convertido en una epidemia entre los adultos jóvenes. Ahora me entero de que ésta constituye una gran aflicción entre las personas mayores. Un estudio realizado por Independent Age muestra que, en Inglaterra, la soledad aguda arruina la vida de 700.000 hombres y 1.1 millones de mujeres mayores de 50 años. Y tales cifras continúan aumentando a una velocidad asombrosa.
Es poco probable que el ébola mate a tanta gente como a quienes ataca esta enfermedad. El aislamiento social es una fuerte causa de muerte prematura, idéntica a fumar 15 cigarrillos al día; asimismo, aquella investigación sugiere que la soledad es dos veces más letal que la obesidad. La demencia, la presión arterial alta, el alcoholismo y los accidentes tanto como la depresión, la paranoia, la ansiedad y el suicidio son más frecuentes en cuando se rompen los vínculos humanos. No podemos hacerles frente solos.
En efecto, las fábricas han cerrado, la gente viaja en coche en lugar de autobús, utiliza YouTube en vez de ir al cine. Pero estos cambios no explican por sí solos la velocidad de nuestro colapso social. Estos cambios estructurales han ido acompañados de una ideología que niega la vida, que obliga y celebra nuestro aislamiento social. La guerra de todos contra todos –en otras palabras, la competencia y el individualismo– es la religión de nuestro tiempo, justificada por una mitología de llaneros solitarios y autónomos, personas con iniciativa, hombres y mujeres hechos a sí mismos. Para la más social de las criaturas –aquella que no puede prosperar sin amor– no existe la sociedad, sólo el individualismo heroico: lo que cuenta es ganar. El resto es daño colateral.
Los niños británicos ya no aspiran a ser conductores de trenes o enfermeras. Más de una quinta parte dicen que “sólo quieren ser ricos”: la riqueza y la fama son las únicas ambiciones del 40% de los encuestados. En junio de 2014 un reporte gubernamental reveló que Gran Bretaña es la capital de la soledad en Europa. Somos menos propensos que otros europeos para tener amigos íntimos o conocer a nuestros vecinos. ¿Y a quién puede sorprenderle cuando por todos lados nos instan a luchar como perros callejeros por un bote de basura?
Incluso hemos modificado nuestro lenguaje para reflejar este cambio. Nuestro insulto más hiriente es “perdedor”. Ya no hablamos de personas. Ahora los llamamos individuos. Tan aguda es esta alienación, tan diseminado el término se ha vuelto que incluso las organizaciones de beneficencia que combaten la soledad lo utilizan para describir a entidades bípedas conocidas anteriormente como seres humanos. Apenas podemos completar una frase fuera de lo individual. Personalmente hablando (para distinguirme del maniquí de ventrílocuo), prefiero amigos íntimos a la variedad impersonal y, asimismo, pertenencias personales a aquellas que no son mías. Aunque esto sea solamente mi prioridad personal, de otra manera conocida como mi preferencia.
Uno de los trágicos resultados de la soledad es que la gente acude a sus televisores para obtener consuelo: las dos quintas partes de las personas mayores confiesan que la TV es su principal compañía. Tal automedicación agrava la enfermedad. Investigaciones realizadas por economistas de la Universidad de Milán sugieren que la televisión alienta la aspiración competitiva. Reafirma fuertemente la paradoja ingresos-felicidad; es decir el hecho de que, en cuanto los ingresos nacionales suben, la felicidad no se incrementa con ellos.
La ambición que aumenta con la renta se asegura de que el punto de llegada de una satisfacción sostenida se aleje de nosotros. Los investigadores encontraron también que quienes veían mucha televisión obtenían menos satisfacción de un determinado nivel de ingresos que quienes la ven poco. La TV acelera nuestra caminadora hedónica, lo que nos obliga a esforzarnos todavía más para mantener el mismo nivel de satisfacción. Para ver por qué es así sólo hay que pensar en las subastas wall-to-wall en televisión durante el día, Dragon’s Den, Apprentice y las múltiples formas de la ambición profesional que el medio celebra, su obsesión generalizada con la fama y la riqueza y la sensación omnipresente de que la vida está en algún lugar distinto de donde uno se encuentre.
Entonces, ¿cuál es el punto? ¿Qué ganamos en esta guerra de todos contra todos? La ambición impulsa el crecimiento pero éste ya no nos hace ricos. Cifras publicadas recientemente muestran que mientras los ingresos de los directores de empresa han aumentado en más de una quinta parte, los salarios de la mano de obra en su conjunto han caído en términos reales durante el año pasado. Los jefes ganan –o toman– 120 veces más que el trabajador promedio de tiempo completo. (En 2000 fue 47 veces). E incluso si la ambición nos hizo más ricos ello no nos haría más felices ya que la satisfacción derivada de un incremento de los ingresos se vería socavada por los impactos aspiracionales de la competencia.
Un top del 1% posee el 48% de la riqueza global pero incluso ellos no son felices. Una encuesta realizada por la Universidad de Boston entre las personas con un patrimonio neto promedio de $78m muestra que también son presa de la ansiedad, la insatisfacción y la soledad. Muchos dijeron sentirse financieramente inestables: para arribar a terreno seguro creían necesario un promedio de 25% más de dinero. (¿Y si lo conseguían? Necesitarían sin duda otro 25%). Uno de los encuestados confesó que no se sentiría seguro sino hasta tener $ 1bn en el banco.
Para todo esto hemos destrozado el mundo natural y degradado nuestras condiciones de vida, hemos entregado nuestras libertades y perspectivas de alegría a un obsesivo, desintegrador y triste hedonismo en el cual, habiendo consumido todo lo demás, comenzamos a alimentarlo de nosotros mismos. Para ello hemos destruido la esencia de humanidad: nuestra interdependencia.
Sí, hay paliativos, inteligentes y encantadores esquemas como Men in Sheds y Walking Football desarrollados por instituciones de beneficencia para las personas mayores aisladas. Pero si vamos a romper este ciclo para reconectarlo una vez más debemos confrontar el sistema que devora el mundo y al que nos hemos visto obligados.
Las condiciones pre-sociales de Hobbes eran un mito. Sin embargo, estamos entrando en una condición post-social que nuestros antepasados habrían creído imposible. Nuestras vidas son cada vez desagradables, brutales y largas.
Traducción de DMP de la versión original en el periódico The Guardian
George Monbiot (1963) es el autor de The Age of Consent: A Manifesto for a New World Order y Captive State: The Corporate Takeover of Britain, así como de la investigación Poisoned Arrows, Amazon Watershed and No Man’s Land. Su título más reciente es Feral: Searching for Enchantment on the Frontiers of Rewilding (The University of Chicago Press, 2104). Es columnista semanal de The Guardian. Si twitter es @GeorgeMonbiot
Posted: May 10, 2015 at 9:13 pm