La forma del silencio
Santiago Hernández Zarauz
En uno de sus ensayos más celebrados —La significación del silencio— el filósofo mexicano Luis Villoro (1922-2014) realiza una serie de profundas reflexiones sobre la presencia del silencio en el universo del sonido.
Más allá de ser leído como una ausencia, Villoro se sumerge en la noción de silencio como territorio en el que pueden suceder otras posibilidades y experiencias. Dejando de lado el debate sobre si es posible alcanzar un nivel total de silencio, “la significación del silencio” funge como una suerte de eco al imaginario que provocó la pieza “4 33” de John Cage.
En el año de 1952, Cage presentó una pieza que trastocó de manera muy interesante los límites claros de la teoría y la interpretación musical. La famosa obra silenciosa de Cage se desarrolla en tres movimientos en los cuales los interpretes no emiten sonido alguno con los instrumentos. Es el silencio el que comienza envolver y tomar posesión del espacio para demostrar, en primer lugar, que efectivamente es imposible. El piano se mantiene impoluto pero el sonido hace su aparición.
En otra de las lecturas que puede arrojar “4 33” se dibuja una metáfora peculiar. Al no haber un sonido emitido por los instrumentos y presentarse un espacio para la quietud, el que escucha se convierte en interprete y el interprete en escucha, entrando así en una atmósfera en donde el ruido, imperceptible hasta ese momento, cobra el protagonismo de las notas en la partitura. Es en esa membrana sonora, en ese pianissimo, que se manifiesta la imposibilidad del silencio; donde aparece el metrónomo del corazón como un timbal en el fondo de la orquesta.
Parece que vivimos una época atiborrada de ruido. No pocos advierten la dificultad de poder centrar la atención en alguna actividad determinada considerando los muchos instrumentos que tenemos a nuestro alrededor para voltear hacia otro lado, apenas se presente un mínimo centelleo de ruido. Una vibración, una notificación, una alarma…
¿Qué importancia puede tener el silencio en nuestro presente?
En el año 2014, la banda norteamericana Vulfpeck, sacó en la plataforma Spotify un disco que se titulaba Sleepify. El álbum no contenía sonido alguno. Todos los tracks del mismo no eran más que pistas de silencio que el grupo subió a la plataforma de streaming para crear un exitoso aparato de publicidad y financiamiento con las regalías del disco. ¿Puede entonces el silencio tener un valor económico?
El juego que planteó Vulfpeck cumplió a la perfección su cometido y la banda logró recaudar $20,000 dólares que usaron para realizar una gira en la que los fans no tuvieron que pagar nada para entrar a los conciertos.
Por medio de YouTube, Jack Stratton —líder multi/instrumentista de la banda— pidió a sus seguidores que pusieran en loop el disco mientras dormían y, de esa manera, estarían pagando su entrada y la banda también sabría, literalmente, donde dormían sus seguidores para definir las sedes donde se presentarían. Después de haber engañado a uno de los monstruos más grandes de la industria musical, como Spotify, después de haber vencido al algoritmo, el disco fue vetado de la plataforma.
Si atendemos a una ecuación performativa, podríamos pensar la música en un triángulo en el que conviven el tiempo, el espacio y la presencia. Incluso en la notación musical el silencio tiene una simbología para saber cuánto dura su intervención en la partitura. Sin embargo, la intención de alcanzarlo produce un efecto de búsqueda utópica donde se manifiesta un estado interesante de la conciencia y el pensamiento.
Su importancia, en ese sentido, no está en conocer si se puede llegar a ese lugar; el silencio absoluto. Sino atender a ese camino como un territorio distinto en el que la lectura sensoperceptiva del mundo nos puede ayudar a entender mejor, como lo demostró Vulfpeck, de qué manera abordarlo.
En una maravillosa edición de A6, Verónica Gerber trazó una radiografía de pausas que acompañan el ensayo de Luis Villoro. Escribe en un párrafo inicial del libro:
cada una de sus comas, puntos y coma, dos puntos, puntos y seguido, puntos y aparte son la pauta para imaginar el mecanismo del silencio, ese lenguaje negativo que se construye de manera invisible en todo el texto. O como Villoro lo describe, “la materia en la que la letra se traza, el tiempo vacío en que fluyen los fonemas:
Hoy, orillados a estar en nuestra casa por el momento que atraviesa el mundo, el silencio cobra una importancia distinta. Parece que se vuelve mucho más palpable la deriva que nos lleva a experimentar su territorio. El cúmulo de horas que estamos dentro de las paredes de nuestro hogar plantean un escenario que nos aleja de la rutina que teníamos y en donde el silencio puede llegar a envolvernos.
La radiografía que propone Gerber, más allá de ser una partitura, se siente como una cartografía que invita al lector a sumergirse en La significación del silencio.
Quizá y para ello, sea mejor idea dejar de escribir y callar(se).
Santiago Hernández Zarauz es editor en Minerva Editorial. Egresado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y actualmente es alumno del programa de maestría, SUR: Escuela de Profesiones artísticas del Círculo de Bellas Artes y la Universidad Carlos III de Madrid. Ha publicado en espacios como en el diario Milenio, Ibero 90.9, las revistas Nexos y Tierra Adentro.
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Posted: April 13, 2020 at 8:51 pm