La historia es lo que cuenta
Iltze Bautista
Cuando entré a la universidad frecuentemente pensaba en la que sería yo diez años después (más o menos la que soy ahora). Me imaginaba como una mujer fuerte, con la década casi resuelta, un trabajo estable, espacios para escribir y leer, un cuarto propio, una pareja, dos gatos, lo que socialmente llaman una “vida plena”. La realidad ha sido abrumadoramente diferente: constantes cambios de empleo, un departamento compartido donde no permiten mascotas, lecturas casi exclusivamente de periódicos o libros relacionados con el trabajo en turno y cero momentos de escritura propia (he redactado discursos para mis jefas, comunicados para espacios culturales, organizaciones y colectivos, textos míos con otras firmas). Esta es la primera vez en muchos años que me siento frente a la computadora a escribir algo un poco más personal. Sé que las reseñas no son los grandes textos (siendo así, mi editora seguramente se preguntó por qué tardé tanto en escribirla), pero para mí es el primer paso de muchos en un proceso de rehabilitación.
Me alejé de esta pasión secreta por un noviazgo lleno de violencia donde mi pareja poeta pasó años decidiendo por mí; él me decía cómo vestirme, qué podía o no hacer, cuáles eran mis capacidades e incluso decidía sobre mis gustos. Una de las cosas que naturalmente me estaba negada era la escritura. “Tú no sabes escribir, tú eres la novia de un escritor”, decía. Y yo no sólo le creí, sino que lo repetí en otros amigos y amantes que reiteraban, con gestos más suaves, la misma sentencia, porque muchas de nosotras, igual que las personajes de Lucia Berlin, repetimos que es fantástico ser nosotras mismas, que llevamos una vida plena, pero seguimos deseándolo, reconozcámoslo. El romance.
Lucia Berlin nació en Alaska en 1936, su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por los contrastes e inestabilidades propios del siglo XX. Sus relatos se enmarcan en mudanzas recurrentes donde la única constante es la pesadez de los mandatos sociales sobre las mujeres de cualquier año en cualquier país.
Una noche en el paraíso, es un recorrido cronológico por la vida de diversas mujeres que no son lo que se espera que sean, niñas encantadoras que cruzan fronteras idiomáticas, sociales e ideológicas, adolescentes heridas que pierden la virginidad junto al río, mujeres deseantes con parejas ausentes, esposas que se sienten obligadas a amar, madres deprimidas, viajeras ansiosas por el contacto humano, sus romances nunca llegan al final feliz, pero tampoco están solas, se acompañan entre sí. Las historias que integran el segundo volumen de relatos póstumos de la escritora estadounidense rompen con el estereotipo de lo femenino y nos muestran los matices que surgen cuando los cánones sociales se quiebran ante la realidad. Berlin retrata, con un peculiar sentido del humor, lo apabullante de ser parte de un género al que le han dicho hasta el cansancio cómo debe comportarse.
La fluidez de su narración hace sentir los cuentos como capítulos de una novela con múltiples niveles interpretativos, donde los personajes se repiten, con distintos nombres y edades, en todos los relatos.
Los primeros cuentos nos acercan a dos temas presentes en el resto del libro: la complicidad entre mujeres y la incapacidad que tienen los hombres adultos para comunicarse. El tercer relato, Andando. Un romance gótico, muestra el tabú de la entrada al mundo del sexo y el deseo en la pubertad. La protagonista tiene 14 años cuando siente por primera vez una gran atracción hacia un hombre mucho mayor que ella, quien, tras un accidente en un tílburi, la posee en un paisaje solitario, entre el miedo y la incertidumbre. La imposibilidad de compartirlo con alguien cercano, la llevan a momentos de empatía con una adolescente de una clase social distinta pero con las mismas dudas: ¿Estoy mancillada? ¿Por un momento tan breve y confuso? ¿La gente lo sabrá al mirarme? ¿Estoy enamorada? ¿He perdido la honra?
A partir de ese momento todo parece destinado a torcerse, sin importar si las cosas suceden en Okland, París o Jalisco. Si bien, los personajes viajan desde niñas, es en Itinerario donde éstos se vuelven un espacio de revelaciones. En el viaje de Chile a Nuevo México, descubre distintos puntos de vista sobre su padre, su familia y ella misma. En Lead Street, Albuqurque, pone sobre la mesa la tragicomedia de los amores jóvenes, esos donde una no sabe bien a qué se está metiendo, ni por qué, amores violentos plagados de silencios e hipocresía. La presencia de estos compañeros inexpresivos, con amantes furtivas y esposas que limpian mientras ellos hacen la sobremesa, estará presente en todos los relatos de la adultez de Maria/Maya/Luisa/Cassandra/Claire/Maggie… Extraños alter ego de Berlin que hablan de ella y sus entrecruces con las otras.
La narración de sus venturas y desventuras están llenas de un término que ha hecho mucho eco entre las generaciones jóvenes: la sororidad, la cual se asoma del primero al último cuento. Las (ex)mujeres, desmonta el mito de la rivalidad entre nosotras, al reunir a dos ex esposas del mismo hombre que se emborrachan y ríen, mientras hablan de ellas, él, sus historias y el futuro.
El relato que da nombre al libro expone un Puerto Vallarta de estrellas de cine conquistadas por locales, mujeres juzgadas por los hombres que las ven beber e irse con quien quieran, una bahía de oleaje tranquilo, luces brillantes, machos y un par de hombres tímidos, que contrasta con la Barca de la ilusión, donde en medio de un terreno apartado de todo, las drogas encuentran al esposo heroinómano que arruina su año limpio y presencia, sin notarlo, la muerte de su traficante.
Los últimos cuentos nos recuerdan la finitud de la vida, ya sea limpiando la casa de una amiga asesinada por su pareja, en un paseo por el Louvre o nadando en una noche de luna nueva. Las pérdidas no son necesariamente dolorosas, algunas son un respiro, como les sucede a las mujeres del relato final quienes se sienten libreadas ahora que sus seres queridos han muerto.
La narrativa de Lucia Berlin resulta entrañable por su ritmo ágil, su humor ácido y la familiaridad de sus historias disfuncionales. Saber que tuvo cuatro hijos, tres matrimonios, años de alcoholismo e innumerable viajes, convierte el libro en una conversación íntima donde las líneas anecdóticas y ficcionales se funden y desdibujan. Leer a una mujer capaz de contarse a sí misma sin revictimizarse, aceptando sus claroscuros con naturalidad, fue la mejor manera de reencontrarme con la escritura (si es que mi editora no se arrepiente de haberme invitado) y aceptar que el pasado es solo una historia entre muchas otras.
Iltze Bautista Castillo. Gestora cultural, feminista, defensora de derechos humanos y libertad de expresión. Actualmente forma parte de la organización LasVanders, donde acompaña procesos migratorios de mujeres y niñas a través de las prácticas narrativas y la interculturalidad. Escribir es su sueño de infancia.
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Posted: July 25, 2019 at 9:29 pm