La importancia de saber ir desnudo
Cecilia Eudave
Me encanta cuando se forjan azarosas o efímeras alianzas en torno al acto de escribir, o de representar la realidad, fuera del estado de confort de los géneros que se transitan diariamente. Me emociona que miembros de distintas tribus literarias encuentren en ciertos territorios de la ficción, los que frecuentan poco, un espacio propicio para ir más ligeros, ser más lúdicos y frescos. Lugar donde la palabra se vuelve transparente e inequívoca aún en la alegoría que la convoca. Así, con una timidez que termina en arrojo y valentía, este sector de autores abandona su hogar literario, se alista con apenas unas cuantas hojas y algunas lapiceras, para visitar otros bosques, otros mares, otras ciudades, otras realidades. Se alientan, quizá, recordando el cuento donde un rey, o una reina, van desnudos en medio de una multitud y solo lo nota un niño. Lo señala con tanta seguridad que los que los creían vestidos se quedan con los ropajes imaginarios en la boca y se los tragan hasta atragantarse. Es probable que estos creadores, de varias naturalezas genéricas, estén conscientes que se visten —o les visten—, confeccionan, o disfrazan con suntuosos trajes para engalanar su obra, ya sea por los diseñadores de las letras literarias, o por un séquito de mercaderes de la ficción. Lo cual me lleva a preguntarme si es cierto que en la literatura la formalidad va muy vestida, o la irreverencia a veces muy expuesta; queda claro, eso sí, que ni una de las dos está desnuda.
¿A cuál territorio se escapan los autores si quieren escribir libremente? ¿dónde la palabra va a su aire sin importar la moda o sus disfraces? Hablo, y hablaré en esta columna, de la región más transparente de la literatura: la infantil. Me apasionan los cuentos para niños, no solo por la capacidad de volver concreto el mundo de lo abstracto para que los pequeños de todas las edades puedan aprehender conceptos o emociones que no son corpóreas: el miedo, el estrés, la culpa, la pérdida, la envidia, entre otras. Las historias «para infantes» no tienen como único fin un didactismo conservador o irreverente por formato o regla, por diseño o conveniencia. Más allá de ello, sanan no solo a sus lectores sino a quienes los escriben; por eso, el efecto en el lector es más poderoso, porque los visibilizamos como a los niños o las niñas que fueron, y que ahora como escritores trascienden o redimen sus vulnerabilidades, sus defectos, sus rencores, aquellos temores, traumas y desencantos íntimos o secretos que pueden ser iguales a los nuestros.
Daré algunos ejemplos que me permitieron conocer, a partir de sus textos para niños, otros ángulos de sus creadores —y no solo el rostro literario con filtro, de frente y en primerísimo plano. Inicio con el cuento «El niño estrella» de Oscar Wilde, uno de sus textos menos conocidos, que no solo nos deleita con un lenguaje magnífico y una historia entrañable, sin que apela a ese lado oscuro que todos poseemos. Evidencia cómo la vanidad extrema deriva en soberbia, cómo esa necesidad de vivir del halago se vuelve a la postre una belleza impostada, si se es incapaz de reconocer a quien más te ama, y tener misericordia por los demás. No quiero hacer spoiler pues, aunque la ventura o desventura desfiguren al niño más bello y lo lancen en la búsqueda de su redención, lo importante aquí es el viaje que realiza el pequeño protagonista para recuperase en una integridad que va más allá de la apariencia. El final de la historia no podría ser de otro modo: es seco, desconcertante, irónico, y profético, si pensamos que Wilde en esta narración breve ya intuía que acabaría en la cárcel, solo, sin la gracia de otros años, enfermo y diferente. En el cuento, el niño es consciente de que «su corazón estaba afligido porque sabía lo que le esperaba» (Wilde).
Cuando descubrí que el único cuento infantil que escribió Fernando Pessoa no se publicó en vida y que, para muchos de sus críticos, está inacabado debido a su final abrupto, no paré de buscarlo hasta conseguirlo. Me refiero a «El elfo y la princesa». Un relato bellísimo con una sencillez visual y metafórica atenuada: «Érase una vez un elfo (que es un hada macho) que estaba enamorado de una princesa que no existía» (Pessoa); así inicia esta historia conmovedora que nos muestra el otro lado del gran poeta y escritor portugués. Este elfo pareciera un desdoblamiento del delicado, tímido, y escurridizo escritor, que habla del amor como algo que se desea, pero que el «estar enamorado de una princesa que no existe, o incluso de una señora del mismo país, es algo muy incómodo. Las personas que no existen no tienen conversación, ni familiaridad, ni nada» (Pessoa). Y a pesar de ello, sale en su búsqueda con la confianza y la constancia de quien, aún en la certeza de lo inexistente, espera encontrar. No quiero develar el final, porque es tan abierto que no importa si es inconcluso; de hecho, creo que nos ofrece un guiño para sopesar y comprender todo el trayecto de un elfo que, entre encuentros y desencuentros, mantiene la ilusión amorosa de lo que no es, aunque en realidad existe mientras se añora o se imagina.
El tercer cuento corresponde a una gran dama, misteriosa y escurridiza, que deja una parte de sí en cada uno de los personajes que confecciona: me refiero a Virginia Woolf y su cuento «La viuda y el loro». Relato que escribió para sus sobrinos, quienes lo ilustraron, nos presenta a una anciana que revela cuan nobles son los animales, cuánta dignidad, valentía y lealtad poseen, frente a la mezquindad humana, cruel y egoísta. Cada vez que termino un texto de Woolf pienso que sus personajes despiertan de un estado larvario, se activan con nuestra lectura demostrándonos que son ellos tan vivaces mientras nosotros, que nos creemos reales, somos tan acartonados, tan exánimes.
Termino con la historia de «Cómo el número 7 se volvió loco», un texto para niños poco conocido, casi una rareza en la escritura del escritor irlandés creador de Drácula, Bram Stoker. Quedé tan sorprendida de leerle un relato tan luminoso, que me pregunté ¿cuáles fueron los motivos que llevaron a redactar este relato, con un cuervo cojo como el Señor Grajo, un cementerio de mascotas, un niño llamado Tristón, melancólico, solitario pésimo para las matemáticas; con un profesor de escuela que en el aula cuenta un cuento sobre un doctor llamado Alfabeto que cura las letras mal escritas, y a los números los encierra en establos porque sino multiplicarían sin parar; y que, por si fuera poco, tiene una narración que gira en torno a la historia del 7 que se volvió loco, porque es el número más maltratado e incomprendido de las matemáticas? No hay nada de terror en él (salvo que aborrezcas la aritmética), pero sí mucho de fantástico, de surreal, de onírico, de extraño. Stoker mantiene su gusto consignar en sus obras a personajes frágiles, agobiados por la tristeza, la enfermedad y la diferenciación. Recordemos que este famoso creador de vampiros pasó sus primeros siete años enfermo y recluido en su casa, donde su madre le contaba historias para hacerlo sentir acompañado. No diré más de este relato que les sorprenderá con su ingenio y humor.
Basten estas menciones para demostrar que la buena literatura infantil, en todas sus etapas y tiempos, no se escribe para imponer un destino unidireccional, o una verdad única e inequívoca, sino que nos brinda la oportunidad de descubrir lo extraordinario en lo más ordinario de nuestra existencia y aceptar nuestras más desconcertantes pasiones y sentimientos. De este modo comprobamos que, si la realidad que habitamos nos resulta aburrida o plana se debe a cómo la miramos o la transitamos. Debemos agradecer que, en un mundo literario cada vez más enfocado en ataviar la literatura, se mantenga un espacio desarropado —poco se habla de los grandes escritores para niños que nos han formado a todos—, porque ahí, en ese magnífico territorio de la imaginación, la importancia de saber ir desnudo va más allá de llevar o no la ropa puesta.
Cecilia Eudave (Guadalajara, México). Narradora y ensayista. Algunos de sus libros son: Registro de Imposibles (cuentos, 2000, 2006, 2014), Bestiaria vida (novela, 2008, 2018), con la cual ganó el premio de novela Juan García Ponce, En primera persona (cuentos, 2014), Aislados (novela, 2015), Microcolapsos (minificción, 2017, 2019), Al final del miedo (cuentos, 2021) y El verano de la serpiente (novela, 2022). Escribe también cuentos infantiles con títulos como Papá Oso (2010) y Bobot (2018), y novela para jóvenes. Ha sido traducida a varios idiomas, participado en diversas antologías y revistas tanto en su país como en el extranjero. Es profesora–investigadora de la Universidad de Guadalajara. En el 2016 se le otorgó la Cátedra América Latina en Toulouse, Francia y en el 2018 fue invitada de honor de la Cátedra Dolores Castro por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Su Twitter es @CeciliaEudave
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.
Posted: February 27, 2023 at 6:58 pm