La materia escrita
Mónica Lavín
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Hay una frontera entre lo privado y lo público, entre el antes y después de la escritura. La puedo situar como una línea física: el borde del escritorio. Sobre él se inclina mi cuerpo que coloca las manos en el teclado y la vista en la pantalla, se parece a la manera en que los chelistas envuelven el instrumento pero no es tan carnal. De alguna manera quisiera que así fuera, una postura más orgánica, más suelta, rítmica y alocada. Pero la ergonomía de la computadora impone la rigidez del torso y los hombros, me recuerda esas clases de mecanografía que tuvo mi generación donde había que adiestrarse en no mirar el teclado. Eso ayuda para que el cuello no se venza y luego pague la factura. Cuándo miro hacia abajo pienso en los pollos desplumados que cuelgan en las pollerías. Y me alerto.
Pero esa frontera física de la escritura privada es mucho más que la barrera física del escritorio que sostiene la computadora o la libreta. El momento de escritura es quizás lo más mío. Las palabras y yo entendiéndonos. Es una burbuja de intimidad. Cuerpo adentro drago vocablos y el sentido de lo que quiero narrar, cuerpo afuera lo voy colocando en el mapa gráfico de la cuartilla. Lo que imagino y lo que quiero plasmar acaba en una superficie. Escribo para un rectángulo. Su forma me ordena y me ciñe, me ordeña también. La libreta es rectangular pero es más permisiva, cabe el desorden, como mi propia letra manuscrita que luego descifro con dificultad. Ahí se valen las notas al margen, las flechas, pequeños esquemas, saltos de renglón. Puedo escoger el color de la tinta, empezar por el medio, doblar las hojas o escribir desde el final de la libreta hacia adelante. Es un objeto multidimensional y me da libertad. Me recupera el juego de escribir. Es también un mapa del acomodo de las ideas o de la biografía de los personajes, o de lo que necesito saber, o da cuenta del momento en que me siento escribir y cómo me siento. (Me tengo prohibido incluir las listas que avituallan y resuelven la vida doméstica, o las cuentas por pagar.) Es un trozo de escritura tierna, como brote de alguna planta antes de florecer. Como el tulipán tropical que veo por mi ventana: un capullo verde y cerrado que en unos días abrirá descarado ostentando los olanes amarillos de su corola.
Mientras escribo este texto reconozco su fragilidad. Intento iluminar algunas ideas y emociones que descubro mientras escribo. Intento atrapar ese gozo único del pacto a solas con la escritura. El diálogo es con un pozo de palabras y con otros escritores, como si mientras escribiera rozara esos otros cuerpos que se inclinan sobre el escritorio. Esa intimidad nos iguala. No hay nada externo que me perturbe más que mi propia torpeza o acierto. Es el recogimiento que produce una tarde de otoño gris plata y fresca, en el silencio que me pertenece aunque lo llene del ruido de las palabras que se añadirán al mundo: tal vez para otros, o como inquilinas resignadas a su condición de megabytes. Sin embargo, el momento íntimo de la escritura, mapear un momento, un gesto, una sensación, un proceder, un temor, un hallazgo anda en busca del afuera. Escribo para romper el cerco de la intimidad. No quiero sólo las palabras para mí ni un mapa de circunstancias para sentarme en él. No escribo soliloquio aunque si lo hago. Escribo para lanzar dardos al aire, aullidos de compañía lectora. Busco complicidades. Y sin embargo el momento que más me hace escritora es el que no tiene noción del otro. El que no sabe ni prefigura un interés lector. Ese que es sólo la ilusión de realidad hecha de signos. Un algo que crece a merced de una voluntad y de un capricho y de una necesidad de nombrar y encontrar caminos. De imaginar. A esa materia escrita -que sólo es mía en su blandura y su maleabilidad, que puedo recorrer saboreándola o sometiéndola a la cadencia de las palabras en su intención de llevar a buen puerto lo invisible- la celo como una madre a sus críos. Tiene que estar lista para caminar, para que la deje salir a que se tropiece, a que sea ninguneada, a que alguien la ame y tal vez de la vida por ella, como yo la doy mientras me vierto de a poco sobre la blancura de lo que no existe para construir una respiración paralela. Un edificio donde vivir a ratos para comprender, arrogante propósito, los balbuceos y los gestos con que arropamos nuestra condición. Soy una frente a la intimidad que trabo con el texto, soy otra mientras lo acompaño para que aletee por el mundo. No se que pasaría si un día derribo mi escritorio y el texto aletea a sus anchas y yo me vierto hacia afuera íntima.
*Foto de Jan Kahánek en Unsplash
*Foto de autora: Rodulfo Gea | CNL-INBA
Mónica Lavín (México, 1955) Es autora de más de 30 libros y pertenece al SNCA desde 2003. Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1996. Premio del Club de Periodistas 1997 por el programa radiofónico de divulgación de la ciencia “Muy Interesante”. Premio Nacional Narrativa Colima para obra publicada 2001 por Café cortado. En 2010, recibió el Premio Governor General de Canadá por la promoción de la literatura canadiense en México y en 2011 obtuvo el Premio Nacional Malinalli por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez de Tabasco. Su Twitter es @mlavinm
(Crédito de la imagen PlanetaEditores)
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Posted: October 22, 2023 at 6:40 pm