La protesta y el vehículo
José Antonio Aguilar Rivera
La carrera política de Gálvez ofrece cierta esperanza. No de que se revele de pronto como una gran estadista, sino de que sus propias limitaciones sean una fortaleza. Parecería haber un sentido común que la distingue, a pesar de su estilo, del populismo destructivo.
Es evidente que el descontento político ha encontrado por fin un vehículo. La ausencia de un medio de conducción ha sido la constante en los cinco años de gobierno lopezobradorista. Se volvió una especie de lugar común que ningún político opositor tenía la altura para enfrentarse al caudillo que encabeza la regresión autoritaria en México. La desazón, sin embargo, ahí está. La alianza opositora pudo capturarla fugazmente en las elecciones intermedias de 2021, especialmente en la ciudad de México. Con todo, antes de que irrumpiera la senadora Xóchitl Gálvez en las precampañas –que supuestamente no son precampañas– muchos opositores se habían resignado ya a perder la presidencia el próximo año. Lo importante era ganar el congreso. El entusiasmo que despertó Gálvez de manera súbita en amplios sectores es una muestra de que el descontento estaba ahí, latente, buscando una salida, como un dique contenido por años.
Como se ha señalado ya, las características personales y la historia de Xóchitl Gálvez, la vuelven atractiva en estas circunstancias políticas. No es una política acartonada que arrastra el peso muerto de su historia como Santiago Creel o Enrique de la Madrid. En su frescura y naturalidad muchos han visto el antídoto al populismo en el poder. Una paradoja es innegable: hoy el caudillismo se enfrenta a su contradicción constitutiva: es inheredable. Eso es precisamente lo que pretende hacer, por lo menos formalmente, López Obrador. Era natural, como bien sabía Porfirio Díaz, que el caudillo no permitiera que nadie con sus mismas cualidades le hiciese sombra y pudiera desafiarlo. Por eso se reunió de los llamados “científicos”, tecnócratas que eran lo opuesto a él y su estilo personal de gobernar. El nuevo caudillo obedece a la misma lógica; por ello ninguno de sus delfines tiene los atributos populistas que lo definen a él de manera irrepetible, por más que quieran impostarlo. El único mérito de las “corcholatas”, de todas, es la sumisión y falta de escrúpulos. Nada de eso es suficiente para ganar elecciones, aún con la unción del líder. Es una casualidad que una política de medio calado, ocurrente y con una historia de éxito personal inusual, estuviera en las filas de la oposición dispuesta a utilizar las armas del régimen en su contra. Que el gobierno, de claro signo autoritario, haya enfilado toda su artillería en su contra da cuenta de la amenaza que percibe a los planes de perpetuarse en el poder.
Es entendible que muchos quieran cerrar filas lo más pronto posible en torno a Xóchitl Gálvez. Es vista como una especie de remedio homeopático para la enfermedad del populismo. El entusiasmo, sin embargo, no debe ofuscar el juicio crítico. Algunos han llegado a la conclusión de que si bien Enrique de la Madrid o Santiago Creel tienen más sustancia en sus propuestas carecen del necesario estilo para hacerlos populares y contendientes viables frente al poder de López Obrador y su maquinaria política resucitada del Antiguo régimen. El objetivo central es desalojar a quienes se empeñan en subvertir la democracia en México. Sin embargo, es necesario preguntarnos ¿cuál sería su capacidad real como gobernante? Los escépticos de Gálvez señalan correctamente sus evidentes limitaciones. Su popularidad emana de quien es, de su identidad y de su historia personal. Antes de los tiempos de la política performativa del populismo eso no alcanzaba para mucho. En el gobierno de Fox fue designada como comisionada de Instituto para los pueblos indígenas, no como secretaria de estado. Aparentemente nadie la tomó en serio para un cargo de ese nivel. Tampoco ha tenido un perfil muy alto como legisladora, impulsando importantes leyes, ni tampoco se hizo de una base política propia, como el morenista Ricardo Monreal. Su voluntad de poder había sido, más bien, modesta. Es evidente que a Xóchitl –como a muchos políticos en la historia– la ha hecho la ocasión. ¿Es esto un problema?
La pregunta central es: ¿qué tipo de político necesita el país en este momento? La primera parte de la respuesta es evidente: uno que pueda ganar elecciones. Alguien que sea atractivo no sólo para quienes se definen en contra de este gobierno sino para quienes inicialmente confiaron y simpatizaron con él. Alguien que pueda concitar el entusiasmo popular. Xóchitl parece tener el potencial para hacerlo, particularmente porque enfrentará a un candidato o candidata oficialista gris y sin ninguno de los atributos personales del caudillo. La segunda cuestión es: si puede ganar ¿tendría los tamaños para gobernar adecuadamente? ¿Podría dejar atrás la desastrosa política performativa de estos años, en la cual el teatro y no la sustancia es lo central? ¿Sería una charlatana carismática como el actual presidente? Evidentemente las respuestas a estas preguntas son tentativas y arriesgadas, pero creo que el pasado proporciona algunas pistas. La carrera política de Gálvez ofrece cierta esperanza. No de que se revele de pronto como una gran estadista, sino de que sus propias limitaciones sean una fortaleza. Parecería haber un sentido común que la distingue, a pesar de su estilo, del populismo destructivo. Claramente su perfil era atractivo para López Obrador; por eso la buscó para integrarse a su gobierno. Sin embargo, la senadora declinó esa oferta y se mantuvo en la oposición. En su carrera y desempeño no ha dado muestras de megalomanía, como AMLO desde 2001. Gálvez parecería ser una mujer capaz de reconocer sus propias limitaciones y no busca remedios milagrosos y retóricos para tapar el sol con un dedo. No ha abrazado la charlatanería ni el mesianismo que hoy es política de gobierno en casi todas las áreas. Es factible pensar que como presidenta buscaría a personas competentes, no lacayos, para implementar políticas públicas. No es una enemiga de la ciencia. Las políticas que ha apoyado son modestas, pero sensatas. Xóchitl Gálvez, de la misma manera, parece estar comprometida con los pilares del régimen en el cual participó desde sus inicios: democracia electoral, árbitro independiente, transparencia, respeto a la división de poderes y organismos autónomos. Encarna una promesa creíble de reconstrucción del desastre que ha creado el gobierno. En la circunstancia actual lo que el país requiere es a alguien con sentido común. Esa persona: ¿es Xóchitl Gálvez?
José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1
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Posted: July 22, 2023 at 6:51 am
Ay, dios mío! ¿Politólogo de l UNAM?