La realidad está sobrevalorada
David Medina Portillo
Hace poco leí un tuit de Gregorio Luri —filósofo y pedagogo español, autor de un título sugestivo: La imaginación conservadora (2019)— en el que cita este párrafo de Richard Rorty: “Lo que gente como Kuhn, Derrida y yo creemos es que no tiene sentido preguntarse si realmente hay montañas o si simplemente nos resulta conveniente hablar acerca de las montañas”. Busqué la fuente pero no di con ella. Incluso le escribí a Luri en su cuenta de Twitter pidiéndole ayuda, pero tampoco obtuve respuesta. Lástima. Me habría gustado saber más sobre montañas.
¿Da igual si existen o no porque lo verdaderamente decisivo es si conviene hablar o no de montañas? La pregunta es retórica. Para cualquiera es evidente que lo importante no es la verdad ni la realidad sino la capacidad persuasiva de lo que se cuenta; es más, lo realmente decisivo es el poder para imponer qué se cuenta y qué no. En el primer caso ya es corriente el uso del término posverdad; en el segundo, es más frecuente el abuso por todo y para todo de una narrativa. La izquierda y la derecha posmodernas comparten esa misma convicción sobre la irrelevancia de la verdad y de la realidad. Lejos de tratarse de un tema abstracto destinado a los especialistas (nicho habitual y alegre de cuanta neolengua aparece), la construcción “narrativa” de la verdad y de la realidad igual que los “otros datos” y los alternative facts, son pan de todos los días y atraviesan la discusión pública en los más diversos estratos. Pese a que se trata de un fenómeno omnipresente, no deja de ser inaudito que, por ejemplo, tanto “los otros datos” como los alternative facts sean poderosos guías de la imaginación, la voluntad y la acción de millones de personas, desde el anónimo peatón y las constelaciones de tuitstar a los más esotéricos gurúes de la French Theory en la remasterización de su actual, y muy exitosa, descendencia.
Pese a que se trata de un fenómeno omnipresente, no deja de ser inaudito que, por ejemplo, tanto “los otros datos” como los alternative facts sean poderosos guías de la imaginación, la voluntad y la acción de millones de personas, desde el anónimo peatón y las constelaciones de tuitstar a los más esotéricos gurúes de la French Theory en la remasterización de su actual, y muy exitosa, descendencia.
A la izquierda y la derecha posmodernas les gusta creer que el uso del lenguaje como arma para manipular la realidad es una prueba positiva e indiscutible del cambio que —según su extremo ideológico— lideran. En el primer caso, la buena conciencia del progresismo está garantizada por el activismo de las buenas causas. A su vez y como su nombre indica, cada una de estas causas se halla determinada por la necesidad histórica de progreso (indisoluble del progreso moral, desde luego). Por su parte, en el otro polo la derecha reaccionaria también sabe ser revolucionaria y se asume antisistémica en la medida en que busca destruir al enemigo común de la izquierda, el establishment liberal. Una es historicista, la otra regresiva. Ambas desdeñan la realidad, la verdad y los hechos.
En un notable y muy recomendable This Is Not Propaganda: Adventures in the War Against Reality (2019), Peter Pomerantsev (hijo de exiliados rusos, en su momento perseguidos por la KGB) realiza una reseña global sobre los recursos y efectos de la guerra de la desinformación en el siglo de la cultura, la economía y la política digitales. Si bien se trata de una exploración extensa, el argumento puede resumirse en una idea básica. Las nuevas formas de la política y las guerras culturales no solo se ocupan de masivas o pequeñas pero reiteradas y selectivas dosis de desinformación, falsificaciones, mentiras, filtraciones y sabotajes cibernéticos; su objetivo final es reinventar la realidad generando alucinaciones colectivas que luego se traducen en acción política. Se trata, según Pomerantsev, de nubes de desinformación creadas para desorientar y socavar nuestro sentido de la verdad. En una de sus colaboraciones para The Atlantic perfila así a estos nuevos alquimistas, a los que define como Prósperos posmodernos: “en la filosofía de los tecnólogos políticos…, la información precede a la esencia”.
Digamos que la diferencia respecto de las anteriores formas radicaría en que durante la Modernidad la acción y la imaginación públicas dependían aún de un criterio de verdad y su respectivo sentido de la realidad con base en los cuales se discriminaba la falsedad o la veracidad de los hechos. “Para los soviéticos —precisa Pomerantsev— la idea de verdad era importante, incluso cuando mentían”. Por el contrario, en los extremos de la polarización política y cultural contemporánea ya nadie intenta convencer a nadie sobre “una versión de los hechos sino dejarlos confundidos, paranoicos y pasivos, viviendo en una realidad virtual manipulable que ya no puede ser mediada o debatida apelando a la ‘verdad’.”
En mayor o menor medida, creo que todos hemos experimentado la cada vez más difusa frontera entre los hechos, la verdad, la realidad y sus múltiples —y a la vez efímeras— representaciones. Con ello se vacían prácticas e instituciones cuyo sentido desaparece aceleradamente, de la política de partidos a las formas de hacer política, las clases políticas y la política misma. El significado de izquierda o derecha, liberal o conservador, democracia o gobierno autoritario, libertad de expresión, etc., se evapora a tal grado que todo depende de quién, en qué momento y contexto lo dice. Un mosaico tan escindido difícilmente da lugar a consensos amplios y estables como los concebibles hasta hace poco. Y no es del todo extraño que el desdén y ufano rechazo a una política basada en hechos (los que permitirían un terreno común) se acoja con naturalidad al galimatías de las nubes de información y comience a proyectar una suerte de democracia aumentada consecuente con identidades definidas no por la ideología y la clase, por ejemplo, sino con base en nuestra actividad en redes, presumiblemente una huella digital que dice más de lo que creemos sobre nosotros mismos.
“Toda la política consiste ahora en crear identidades”, le explica un incógnito asesor en comunicación y marketing político mexicano a Peter Pomerantsev, con quien sostuvo una entrevista en el contexto de las elecciones presidenciales de 2018, tras las que resultó ganador Andrés Manuel López Obrador. “El populismo no es una ideología sino una estrategia”, afirma invocando a dos teóricos de la universidad de Essex, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, eminencias del proyecto kirchnerista argentino y lectura de cabecera de Pablo Iglesias, líder de Podemos y actual vicepresidente español.
“Toda la política consiste ahora en crear identidades”, le explica un incógnito asesor en comunicación y marketing político mexicano a Peter Pomerantsev, con quien sostuvo una entrevista en el contexto de las elecciones presidenciales de 2018, tras las que resultó ganador Andrés Manuel López Obrador. Pomerantsev lo describe para sí mismo con breves aunque irónicos trazos (“the spin doctor wore a pinstriped shirt, his hair was slicked back, he looked quite the yuppie”) mientras el otro continúa con su exposición. “El populismo no es una ideología sino una estrategia”, afirma invocando a dos teóricos de la universidad de Essex, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, eminencias del proyecto kirchnerista argentino y lectura de cabecera de Pablo Iglesias, líder de Podemos y actual vicepresidente español. Seguro de que “los viejos conceptos de clase e ideología estaban muertos”, entendía que en una campaña en 2018 debía reunir intereses muy dispares y distantes y organizarlos bajo una nueva noción de “Pueblo”.
La naturaleza de las redes genera identidades a las que ya solo se puede seguir como nichos de interés cada vez más particular, de los más visibles activismos de las minorías y las políticas de género, el medioambientalismo y la inmigración, al consumo local, derecho de los animales, arte contemporáneo, fomento al uso de la bicicleta, veganismo, upcycling, etc. Al final todo posible debate sobre políticas públicas en educación, economía, seguridad, empleo y salud, por ejemplo, será desplazado por el trending topic no del día sino del momento y el ciudadano se verá liquidado por los segmentos de usuarios, la nueva sociedad civil.
Me intriga saber quién fue el interlocutor de Pomerantsev en esa entrevista realizada en la campaña electoral de 2018. En realidad podría ser cualquiera, aunque no alguien a quien el autor de This Is Not Propaganda sí menciona por su nombre: Alberto Escorcia, especialista en activismo digital que documentó las granjas de “peñabots” y se vio obligado a salir de México tras serias amenazas y luego ha sido un esperanzado del “cambio verdadero” que, no obstante, ha denunciado también el acoso a periodistas incómodos en las conferencias mañaneras del actual presidente. Sin embargo, una rápida búsqueda en Google sobre el equipo de tecno activistas detrás de la coordinadora de campaña Tatiana Clouthier ofrece otros dos nombres muy visibles: Juan Pablo Espinosa de los Monteros y Alberto Lujambio. El primero es cercano a Tatiana Clouthier desde su infancia en Sinaloa, como cuenta en entrevista con Reforma; asimismo, viene del movimiento #YoSoy132 habiendo trabajado antes en varias campañas del PRI, según le confiesa a María Scherer: “Los estrategas digitales del PRI fueron los primeros en hacer granjas de bots. Y yo me lo sabía perfecto”. Junto con él, Alberto Lujambio es creador de las iniciativas pro AMLO: Pejenomics, NaturAMLO y Femsplaining, desde donde se pretendería impulsar “un cambio de paradigma que, asegura Espinosa de los Monteros, veremos en las elecciones intermedias: ‘Ya todos le van a dar su lugar al usuario, como lo hicimos nosotros, sin condescendencia’.”
¿Y cómo conciben la opinión de estos “usuarios”?
Para Alberto Lujambio, egresado del ITAM perteneciente al círculo familiar del ex secretario de Educación y ex senador del PAN Alonso Lujambio, la cuestión es mucho más simple de lo que suponemos puesto que, tratándose de participación y opinión política, está convencido de que “se trata de generar reacciones y no de transformar conciencias”… Y así lo suscribe en la presentación de “El blog del chairo”, su columna en Pájaro político.
David Medina Portillo. Ensayista, editor y traductor. Editor-In-Chief de Literal Magazine. Twitter: @davidmportillo
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Posted: August 4, 2020 at 9:24 pm