Hitchens contra los héroes
Emiliano Javier Polo Anaya
Distrust compassion; prefer dignity for yourself and others
Christopher Hitchens
El profesor de la Universidad de Oxford, Anthony Smith, solía repetir a sus alumnos que en oratoria había un principio básico: nunca hablar en un escenario antes, después o con Christopher Hitchens.1
Admirar a Christopher Hitchens es casi una contradicción. Para sus lectores puede ser confuso admirar al principal enemigo de la veneración y la reverencia. Los temas recurrentes en sus ensayos son el desprecio y la advertencia sobre el culto a la personalidad, la fe, la búsqueda de ídolos y las certezas. A diez años de su muerte, su legado es un elogio a la duda, un llamado a la desconfianza, un rechazo a las utopías y las grandes narrativas.
Los temas recurrentes en sus ensayos son el desprecio y la advertencia sobre el culto a la personalidad, la fe, la búsqueda de ídolos y las certezas. A diez años de su muerte, su legado es un elogio a la duda, un llamado a la desconfianza, un rechazo a las utopías y las grandes narrativas.
Desde joven cuestionó al poder, especialmente bajo cualquier sospecha de connivencia con la religión. Para él, la tradición, la costumbre y lo divino nunca otorgaban legitimidad per se, todo lo contrario, eran motivos de reserva y suspicacia. Por esa razón, no emigró a Estados Unidos sin antes denunciar lo que llamó el fetiche favorito de Inglaterra: la monarquía, los “humanos nunca deben adorar a otros seres humanos, pero en caso de tener que hacerlo, es recomendable que los adorados no ocupen ninguna posición de poder político”.2
Como toda regla con su excepción, su reserva hacia los ídolos tuvo la suya: George Orwell. Una admiración que surgió de lo que Hitchens consideró una simple coincidencia biográfica. Su familia, como la de aquél, fueron producto del último suspiro del Imperio Británico. Familias de clase media, pero con un anhelo persistente de diferenciarse de la clase trabajadora; oportunidad que ambas encontraron en la Marina Real Británica. Tanto Hitchens como Orwell, siempre manifestaron cierto asombro frente a la enorme lealtad de sus padres a un sistema corrupto que nunca los había enriquecido.
Por encima de todos los aforismos de Orwell, Hitchens siempre enfatizó que la clave para comprender al autor se encontraba en una oración de su ensayo Por qué escribo: “Sabía que tenía una facilidad con las palabras y el poder de enfrentar hechos desagradables”. No la habilidad, el gusto o la disposición de enfrentar, sino el poder.3 Para Hitchens, este poder le permitió convertirse en el único intelectual en acertar frente a las “tres grandes preguntas” que configuraron el problema intelectual del siglo XX: el colonialismo, el fascismo y el estalinismo.4 Por ejemplo, respecto al colonialismo, Orwell fue de los primeros en denunciar la “conspiración del silencio” sobre las finanzas del Imperio Británico: el tráfico del opio, “el pequeño secreto sucio” del sistema.5 Para Hitchens, existen dos definiciones del término orwelliano: la primera como sinónimo de tiránico o represivo y, en segundo lugar, –pero más importante aún- como reconocimiento de la condición humana que resiste dicha represión. 6
Sin embargo, parte de este poder residía no sólo en su denuncia, sino en la imputación siempre en minoría. Gran parte de los intelectuales de los años ‘30 y ‘40 se comprometieron o fueron cómplices respecto a una o más de estas tres “estructuras de inhumanidad”.7 Por ejemplo, en aquel entonces, un porcentaje importante del bando progresista aún pensaba que la colectivización comunista había beneficiado a los campesinos soviéticos o, en contraste con la mayoría de la sociedad inglesa, a Orwell nunca le sorprendió el cinismo de Stalin para engañar y cambiar de bandos –le quedó muy claro cuando éste abolió el himno socialista La Internacional para no provocar a sus nuevos aliados en Washington y Londres.8
Aunado a la defensa de las posturas en minoría. El mérito de ambos escritores no radica únicamente en lo que escribieron, sino en cuándo lo escribieron. Solían advertir sobre los abusos del poder antes que la mayoría de los intelectuales de su generación, quienes acostumbraban esconder su cobardía bajo el disfraz de la cautela y la moderación.9 Dos ejemplos. El término Guerra Fría fue acuñado por Orwell desde 1945 en su ensayo You and the Atomic Bomb y fue de los primeros en predecir que la alianza entre Occidente y el bloque Comunista no sobreviviría a la caída del nazismo.10 Por su parte, Hitchens, quizá inconscientemente, cubrió uno de los grandes vacíos que habían dejado los trabajos de Orwell: su silencio frente al surgimiento de Estados Unidos como la nueva gran potencia. En todo caso, también fue prematuro en su denuncia contra el segmento de la izquierda estadounidense que pretendió invertir la culpa y responsabilizar al imperialismo norteamericano por los ataques terroristas del 11 de septiembre.
Hitchens no sólo manifestó su desconfianza ante a los ídolos. Las masas, modas, grupos, y facciones siempre fueron categorías sospechosas. Constantemente vio con enorme recelo, incluso paranoia, el uso de ciertas palabras, en particular, un pronombre, el uso del nosotros (we, en inglés). Y advirtió, “Desconfía de todos aquellos que utilizan el término `nosotros’ sin tu permiso. Es una forma de reclutamiento subrepticio […] Siempre pregunta quién es el ´nosotros´”.11
Como siempre desconfió del poder y del consenso, desarrolló el talento -y el hábito- de denunciar a personajes que la sociedad ya había calificado como impolutos, incluso inmaculados. Advirtió que existía una tendencia equivocada en todas las sociedades, pero principalmente en las relaciones de poder: el error de entender y explicar el éxito (sobre todo político) a partir y como consecuencia de la virtud, la genialidad o la honestidad. En todo caso, la relación era contingente y los triunfos también eran resultado de los defectos, la deshonestidad y la charlatanería. En otras palabras, que en política y en religión hay defectos muy útiles.
Respecto a los promotores de la religión siempre siguió la máxima de Orwell, “[…] todos los santos deben ser declarados culpables hasta que se demuestre su inocencia”.12 Y un nuevo batallón de enemigos surgió con sus ataques a la Madre Teresa de Calcuta al dedicar un libro completo a denunciarla como un fraude, la líder de un culto, un “elfo albanés fanático”, una defensora del sufrimiento, “no era amiga de los pobres. Era amiga de la pobreza”.13
En 1988 Hitchens fue arrestado en Praga por asistir a un mitin en apoyo a Václav Havel con motivo de la ratificación de la Carta 77 sobre el respecto a los derechos humanos. Su sorpresa durante su breve interacción con la policía fue el tedio y la monotonía. La aburrición bajo la que podía funcionar la burocracia, “el totalitarismo es un cliché”,14 sostuvo. Los detenidos ya sentían poco miedo o angustia. Los guardias mostraban una aburrición casi enfermiza por su trabajo, “el totalitarismo estaba muriendo a bostezos”; gradualmente, la tiranía se transformaba en un insulto, en “el largo y profundo insulto de ser constantemente molestado por gente aburrida y mediocre”.15
Para Hitchens, el totalitarismo invariablemente insiste en la siguiente fórmula: “un pasado lúgubre, un constante conflicto en el presente y un futuro radiante”.16 Además de tergiversar uno de los principios básicos del estado de derecho -lo no prohibido se entiende permitido- por el principio totalitario: todo aquello que no sea absolutamente obligatorio está absolutamente prohibido.
Se ha dicho que murió antes de tiempo (lo imagino contestando whatever that means…), que su ausencia dejó demasiadas dudas. Pero creo que, de ser así, estaría orgulloso. De dejar más dudas que respuestas. De legar herramientas para entender, formas de pensar. Su muerte esconde una paradoja. La tentación de regresar a él para buscar respuestas frente al populismo, el acecho de Donald Trump, el acenso de China, el fracaso en Afganistán, o el atropello a la libertad de expresión en las universidades no nos lleva muy lejos porque olvidamos su consejo más importante: pensar por nosotros mismos.
La mejor forma de recordarlo es de la manera en la que él recordó a Orwell. Por su “compromiso con el lenguaje como cómplice de la verdad”, porque lo importante “no es qué pensamos, sino cómo pensamos”.17 Después de Hitchens el poder deslumbra menos, el tedio de la demagogia aburre un poco más rápido y la nimiedad de los grandes egos también puede funcionar como inspiración para cuentos sobre animales.
“Be even more suspicious […] of all those who employ the term “we” or “us” without your permission. This is another form of surreptitious conscription, designed to suggest that “we” are all agreed on “our” interests and identity. Populist authoritarians try to slip it past you […]”. Christopher Hitchens.
- Foto de Hitchens: José Ramírez / CC BY 3.0
Notas
- Douglas Murray, “‘The type of person who makes the world work’: remembering Anthony Smith”, The Spectator.
- Christopher Hitchens, “The Monarchy: A critique of Britain’s Favorite Fetish”.
- George Orwell, “Why I Write”. (“I knew I had a facility with words and a power of facing unpleasant facts”).
- Christopher Hitchens, “Why Orwell Matters”, p. 5.
- Ibid. p. 6. (“[T]he dirty little secret of the whole enlightened British establishment, both political and cultural”).
- Christopher Hitchens, “Why Orwell Matters”, p. 5.
- Ibid. p. 5. (“Most of the intellectual class were fatally compromised by accommodation with one or other of these man-made structures of inhumanity, and some by more than one”).
- Christopher Hitchens, “On Animal Farm” en “Arguably”, p. 231.
- Christopher Hitchens, “Lightness at Midnight. Stalinism without irony”, The Atlantic. (“He also believed the worst about Stalin’s system, and much earlier than most “enlightened” people, precisely because he found its public language so crude and brutal”).
- Christopher Hitchens, “On Animal Farm” en “Arguably”, p. 233.
- Christopher Hitchens, “Letters to a Young Contrarian, p. 103.
- Christopher Hitchens, “Why Orwell Matters”, p. 3.
- Christopher Hitchens, “Mommie Dearest”, Slate.
- Christopher Hitchens, “Hitch-22. Memorias”, p. 396.
- Ibid. p. 395.
- Christopher Hitchens, “Why Orwell Matters”, p. 74.
- Christopher Hitchens, “Why Orwell Matters”, p. 211. “But what he illustrates, by his commitment to language as the partner of truth, is that views do not really count; that it matters not what you think, but how you think; and that politics are relatively unimportant, while principles have a way of enduring, as do the few irreducible individuals who maintain allegiance to them”.
Emiliano Javier Polo Anaya. Investigador en Control Risks. Maestría en Derechos Humanos y Garantías en el ITAM. Twitter: @EmPoloA
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Posted: December 16, 2021 at 7:20 pm