La vida endeble
Ana Clavel
–Con esas piernas no podrías ser escritora
–le dijo Hemingway apenas conocerla.
–No escribo con las piernas –contestó ella.
Apenas avista uno el título La vida endeble del multipremiado escritor Mauricio Carrera y ya la mente vuela a La vida breve, la novela de Onetti de 1950, con sus desmesuras metaliterarias, donde los personajes se desdoblan en otros, abarcando al propio autor, perdido entre las páginas de una novela que es todo menos breve. También resuenan ecos de la legendaria revista Vuelta y su sección firmada por varios redactores: “La vida (a)leve”, con su doble juego implícito en el sugerente uso del paréntesis, como si la aparente levedad de la vida escondiera su condición de zarpa y espina: aleve, traidora, desleal… Otro título de estirpe semejante: La vida es larga y además no importa (1979), novela de cierta abulia existencial de José Joaquín Blanco que hace referencia a una frase del poeta Antonio Machado.
Pero la vida también puede ser deleitable cuando se disfruta en una novela certeramente urdida y con la riqueza de una mirada que sabe entramar la complejidad de sus personajes y dotarlos de profundidad y ligereza a la vez, máxime cuando estos son figuras reconocibles en la literatura, el periodismo y las artes. Tres ejes se entrelazan en La vida endeble, merecedora del Premio Amado Nervo de Novela Breve 2018 y publicada recientemente por Ediciones del Lirio: el primero, un Alfonso Reyes en el ocaso de su vida, que refugia en una Cuernavaca solariega de los años cincuenta “su vocación de sátiro, ese otro ángulo del escritor, el pizpireto, su flagrante inclinación a no dejar de ser un viejo rabo verde”. El segundo, conformado por creadores que participaron en la Guerra Civil española: los periodistas y escritores Martha Gellhorn y Ernest Hemingway, y los fotógrafos Gerta Taro y Robert Capa, cuyos amoríos, complicidades y conflictos dimensionan el carácter de estas mujeres enormes frente al machismo y mezquindades de sus pares, por más que hayan sido ellos los laureados y exitosos. El tercer eje: el hijo del médico Arturo Díaz Vigil, personaje incidental en Bajo el volcán, la novela canónica de Malcolm Lowry. Médico como su padre, la presencia de Arturo Díaz Vigil-Joven, entrelaza y anuda los aparentemente lejanos mundos de estas figuras afamadas y les da un cariz más cotidiano e íntimo, que sin duda apreciarán los especialistas en la obra alfonsina y lowriana, como también todos aquellos que prefieren vislumbrar, en los nombres ya míticos, a los hombres y mujeres de carne y sesos, tal vez no como fueron pero sí como pudieron haber sido.
“Literatura referencial”
Por si todo esto fuera poco, La vida endeble es asimismo una vuelta de tuerca metaliteraria: la idea de que la literatura no sólo es reflejo de la vida, sino que la vida parece empecinada en escribirse como una novela. Como si los autores y personajes que admiramos, lo mismo que sus aventuras y peripecias, mantuvieran una existencia literaria más allá de los libros que escribieron o les dieron aparente origen.
Este recurso, usado por nuestro autor en volúmenes anteriores como Las hermanas Marx y La derrota de los días, es denominado por el propio Carrera como “literatura referencial”. En el prólogo a su libro de cuentos Infidelidad formulaba: “La literatura referencial se nutre de la realidad para reinventarla. Juega con la siempre esquiva verdad y con la inquieta verosimilitud literaria para crear otros ámbitos de la realidad y la ficción. Es un homenaje … La literatura referencial está anclada a acontecimientos reales, pero siempre al servicio del asombro de la creación y la imaginación … La literatura referencial, a final de cuentas, es una forma de la escritura y de la admiración”. Y qué manera más excelsa de admirar y rendir homenaje a los personajes históricos y literarios que deambulan, aman y se obsesionan en La vida endeble: volverlos próximos, hacerlos encarnar una historia entreverada de guiños, sinsabores y dosis de fugaz felicidad.
“El secreto del mundo es la ternura”
Así con Alfonso Reyes, conocido como el “mexicano universal”, convertido por la vejez y una isquemia miocárdica sólo en un paciente local, que ve a las mujeres que pasan por las calles de Cuernavaca, como antes Tablada a las de Nueva York, tan cerca de sus ojos, tan lejos de su vida. Tanta hambre de libros y letras como de los sentidos y de la vida carnal para terminar con una ambiciosa “gula de la nada”, la muerte, que termina por devorarlo todo. Pero antes la amistad que se teje entre el Reyes sexagenario y el treintañero doctor Vigil Joven. Transformado en confidente y celestino, acompañará con consejos, imaginación y versos al Galeno de Cuernavaca en sus andanzas de soltero irredento y sibarita de placeres. Más todavía cuando la próxima cacería da señales de ser no sólo apetecible sino también codiciable: la mismísima Martha Gellhorn, gringa elegante, periodista, corresponsal de guerra, entre cuyas medallas está la de haber sobrevivido a un matrimonio con el laureado, pero no menos machín, escritor Ernest Hemingway. Pero así como asistimos al desarrollo de un personaje entero que lamenta, en el declive de su vida y su virilidad, sus victorias amorosas y la muerte de Kikí de Montparnasse, musa y modelo de tantos artistas de vanguardia, que lo persiguió desnuda sin que él se percatara… o su hosquedad al enterarse del Nobel conferido a Hemingway —al fin escritor, otra tentación tan cerca de sus ojos, tan lejos ya de su vida—; también avizoramos la herida indeleble por la muerte del padre, el general Bernardo Reyes durante la Decena Trágica, en una recreación magistral de Mauricio Carrera del momento aciago que marcaría para bien y para mal la existencia de un hombre que batalló como nadie en los campos de la pluma.
A su vez, la trama del coloso de nuestras letras en decadencia, “El Ronquitos” como le llama a Reyes su cardiólogo Ignacio Chávez por una carraspera producto de una amigdalitis infantil mal cuidada, sirve como telón de fondo lo mismo para resaltar la dimensión humana de la Gellhorn y Hemingway, de su antigua amiga Gerda Taro y su pareja Robert Capa —nombre al parecer inventado por la Taro para crear una célebre agencia de fotos, cuyas ganancias y buena parte de fama se quedó André Friedmann, el hombre bajo la leyenda—, que la del propio doctor Vigil Joven, personaje literario creado a partir de otro en la novela de Lowry.
No es que en los hechos Martha Gellhorn haya vivido en la Cuernavaca de mediados de siglo pasado, pero su espíritu viajero lo hace posible y en la imaginación de Carrera se vuelve el motivo para entramar su estancia en México con la del joven médico que de niño, cuando su padre trataba al cónsul británico Geoffrey Firmin, supo de su alcoholismo y amó a sus mujeres con la fantasía primero de un infante y después con la calentura de un adolescente. En especial a Ivonne y Janine Lowry —antecedente de la larga lista de extranjeras como la propia Gellhorn con quienes se relacionará en su vida adulta—, de quien el cónsul tomaría el apellido para firmar con el pseudónimo de “Malcolm Lowry” un libro de poemas y una novela sobre sus infortunios y desventuras en México, llamada precisamente en un juego de espejos y alteridades, Bajo el volcán. “La gran novela borracha”, como la califica el joven Vigil, de la que su padre fue personaje y testigo presencial, como él mismo de pequeño, cuando aún no sabía que formaba parte de una tradición signada por la “ebriedad literaria”, no sólo a causa del alcohol, sino debido a la embriaguez por la vida… y la muerte.
“¡Contra la muerte!”
“El secreto del mundo es la ternura”, revelará Vigil el Viejo a su vástago en una carta postrera que contendrá las claves amorosas para subsistir a los jirones en que la vida nos deja desnudos y vulnerables. Un médico que surge en una novela de un escritor inglés avecindado en México, se convierte a su vez en el progenitor de otro médico que hurga en el corazón de un escritor universal aquejado de arritmias y vejez. Es así como vida y arte se entretejen. Literatura referencial cruzada de balas y citas, soplos al corazón y latidos en el tiempo libresco. Parece sugerirlo la propia Martha Gellhorn cuando, a pesar de forjarse una trayectoria de reconocidos logros periodísticos, la gente insistía en señalarla únicamente como la exesposa del Nobel: “¿Por qué debería ser yo una nota a pie de página en la vida de otra persona?” Sus pasiones, su ansia de libertad e independencia se volverán aquí materia literaria protagónica más allá de los límites que la existencia y el azar le impusieron en la vida tridimensional. Por eso, en la dimensión de la página, ahí donde reportaba las guerras que había presenciado en Europa, América o Asia, o las otras más personales con hombres a quienes les estorbaba su fuerza indomable, escribió –o pudo escribir: “Estamos perdiendo la batalla, siempre estamos perdiendo la batalla. Hay que luchar, de todas formas…”
Luchar de todas formas, habitar los sueños propios. A pesar de las canalladas o los sinsentidos. La vida endeble es reafirmación perenne de la vida, escritura gozosa y brindis celebratorio como el que el cónsul de la novela de Mauricio Carrera, protagonista también de la novela de Lowry, esgrime con mezcal en mano: “¡Contra la muerte!” No ya la vida endeble, sino la vida poderosa de la imaginación literaria, capaz de desdibujar los límites de lo real y la ficción, y hacernos sentir felices y eternos aunque sólo sea el tiempo que dura la lectura. ¡Salud!
Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007). Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99
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Posted: September 23, 2019 at 10:22 pm