La vida no es una balada pop
Anadeli Bencomo
• Fernanda Melchor,
Aquí no es Miami,
Almadía/Producciones el Salario del Miedo, 2013
• Fernanda Melchor,
Falsa liebre,
Almadía, 2013
Hay que decirlo sin tapujos: el 2013 no fue un año venturoso para la narrativa mexicana. Copioso en nuevos títulos, sin duda; generoso en buenos textos, no precisamente. El lector tiene la sensación de que estamos ante un bache en cuanto a calidad literaria se refiere. Obviamente que no todo es pérdida y uno se alegra de encontrarse con prometedores debuts como el protagonizado por Fernanda Melchor (1982) quien en el 2013 publicó su libro de crónicas Aquí no es Miami y una novela, Falsa liebre. Ambos textos se fundan sobre el relato de lo violento en el ambiente veracruzano, encargándose de explorar diferentes registros narrativos.
Aquí no es Miami reúne 13 crónicas jarochas entre las que sobresalen a mi juicio la pieza que abre el volumen “El ovni, la playa y los muertos”, “La rubia que todos querían” y “Veracruz se escribe con Z”. Melchor afirmaba en una entrevista que la nota roja contiene las grandes historias pero que generalmente falla al contarlas, condición que la propia autora trató de superar con el proyecto de un blog colectivo –Olas de sangre– donde se publicaron algunos fragmentos de los textos recogidos en su libro junto a crónicas de otros periodistas de su generación que se tomaban en serio la tarea de armarle buenas historias a los alarmantes titulares de la nota roja. En sus crónicas la autora trata de conjurar las limitaciones de cierto periodismo amarillista al escribir muy buenas páginas sobre personajes o sucesos de su región natal. Pero más que los personajes (que encontrarán su hora protagónica en Falsa liebre), lo que salta al primer plano en los textos de Melchor es su poderoso modo de percibir la realidad, sacando provecho de la perspectiva narrativa. Por ejemplo, en el “El ovni, la playa y los muertos” el relato se sustenta sobre las memorias de infancia y las avionetas cargadas de drogas se figuran a los ojos de la narradora de nueve años como amenazantes objetos voladores extraterrestres. En esa mirada pueril, Melchor pone en marcha una narrativa del asombro que se naturaliza y que se agradece luego de las cientos de narcocrónicas asentadas en el recurso del efectismo y la denuncia. En “Veracruz se escribe con Z” la voz narradora gana a la periodística creando un singular texto que nos transmite las pulsiones anímicas de ese México disfórico aquejado de miedos y traumas colectivos. Un México que se deja retratar desde todos los ángulos por la cámara morbosa y omnipresente de los medios, pero que se ofrece con mayor reticencia al poderde la palabra capaz de articular, aunque sea de manera oblicua, la historia atisbada detrás de esas instantáneas fulminantes. Por eso nos dice Melchor en el prólogo de su libro que “las historias nacen en el lenguaje y en él alcanzan su sentido más profundo, el que se le escapa a las grabadoras y a las cámaras, el que se halla enmarañado en las voces y los gestos de la tribu”.
“La rubia que todos querían”, aunque es una crónica muy buena resulta menos sorprendente pues se apega a las fórmulas narrativas popularizadas en América Latina por los talleres del Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una prosa que se lee con gusto, pero que corre el riesgo de volverse ejemplo de un estilo genérico que impera en muchas de las buenas piezas del periodismo narrativo de las nuevas generaciones. No hay duda de que los años de formación profesional de los cronistas actuales están rindiendo su fruto, pero igualmente la formalización del oficio (el mejor del mundo en palabras de García Márquez) ha acarreado consigo el riesgo de propagar un estilo generalizado que enmascara las particularidades estilísticas y expresivas individuales. Si uno se dedica a leer las crónicas publicadas, por ejemplo, en revistas como Gatopardo o Proceso (por nombrar dos revistas de vocaciones diferentes y diferenciables), termina por recibir la impresión de encontrarse ante manufacturadoras de ciertos discursos periodísticos que desdibujan las particularidades atribuibles a una pluma. El lector puede distinguir fácilmente un texto de perfil Gatopardo pero se vuelve más complicado pasar de esta primera identificación genérica al reconocimiento de una autoría particular. Es por ello y frente a estas coordenadas actuales de la crónica periodístico-literaria, que los textos de Melchor reunidos en Aquí no es Miami se vuelven recomendables por partida doble: son novedosos porque son particulares o viceversa. En otras palabras, los textos de Melchor tienen en su mayoría factura propia y se presentan como un conjunto con un perfil discernible que atribuyo más a un asunto de perspectiva y técnica narrativas que a uno de originalidad temática. También es reconocible en sus textos el resabio de la memoria y los recuerdos personales, elementos clave dentro del género pero algo inusual en la narración de una cronista joven como Melchor.
El logro narrativo de esta autora, ese hacerse de una voz distinguible en sus escritos, se vio reforzado por la publicación de su primera novela, Falsa liebre. Aunque esta novela acusa algunas de las particularidades de una ficción primeriza, su efecto general es bastante contundente. Al igual que las historias recogidas en Aquí no es Miami, esta novela está ambientada en Veracruz y podría haberse subtitulado remedando el libro de crónicas: Falsa liebre. Esto no es Miami Vice. El tema de la novela se circunscribe a la violencia, a una juventud entrampada y a la prostitución juvenil. Los cuatro personajes protagónicos, Andrik, Zahir, Vinicio y Pachi, son individuos con escasas perspectivas de felicidad y asfixiados por un ambiente de miseria, de alcohol y drogas como vías de respiro. El contexto social degradado que conforma los distintos escenarios de la novela frisa en ese tipo de sordidez que es tributaria de la estética de cineastas como Harmony Korine (Gummo, 1997), una influencia determinante en Melchor.
La novela no fluye desde las primeras páginas pero va decántandose mejor a partir del segundo apartado de la primera parte. La novela está dividida en dos secciones que contienen cada una 4 apartados dedicados a los personajes centrales. Las relaciones entre ellos se distribuyen en parejas. Por un lado, Andrik y Zahir, especie de hermanastros criados por una abusiva mujer y, por otro, Vinicio y Pachi, jóvenes amigos que se reúnen en el cuarto de un Vinicio convaleciente. Cada uno de estos dúos representa un tipo particular de fraternidad, aunque esta filiación no logra traducirse en una salvación para ellos, a quienes vemos sucumbir al final de la historia. Estas fraternidades que se quieren imaginar como lazos auténticos son una válvula de escape para cada uno de los sujetos poco convencidos de sus circunstancias de vida, una posibilidad aunque sea remota se acercarse a esas baladas pop de los noventa que fulguran como música de fondo para estas historias de hartazgo, desilusión y rabia. Un coctel que sin duda no se deja bailar fácilmente.
Posted: September 5, 2014 at 10:29 pm