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Desde las entrañas de Kurt Hollander
COLUMN/COLUMNA

Desde las entrañas de Kurt Hollander

Tanya Huntington

Desde las entrañas: Ensayos autobiográficos de dos ciudades, NYC/CDMX
Kurt Hollander
Ed. Turner, 2022
259 pp.

 

Como explicó el autor en la presentación reciente de su libro aquí en la Ciudad de México, “Desde las entrañas” es un intertexto de José Martí, que describió a Nueva York como las entrañas del monstruo en las cuales había vivido en su última carta, dirigida a su amigo mexicano Manuel Mercado.

En un principio, podría pensarse que el título de esta colección de ensayos de Kurt Hollander hace un guiño al periodismo gonzo, esa subvariante de la crónica acuñada por Hunter S. Thompson que hace énfasis en la primera persona subjetiva, los excesos, cierto pesimismo (la autocrítica o la crítica social) y que se caracteriza por el uso del sarcasmo, el humor, la exageración y lo profano. Y sí. Lo gonzo incluso nos permite perdonarle cierta falta de higiene en ocasiones, porque aquí se trata de lo crudo, no de limpiar, fijar y dar esplendor. Pero quizás lo que no se esperaría entonces es la cantidad de investigación que mete Hollander en cada tema, reconociendo que asuntos tan rudos como el narcomuseo o el kung fu también son dignos de una mirada exhaustiva, la cual hace perdonar alguna que otra equivocación de los diversos traductores de estos ensayos al español (como por ejemplo, el hecho de identificar al célebre coreógrafo y bailarín Merce Cunningham como mujer.)

Y aunque el título lo delata, confieso que tampoco esperaba yo el enfoque en, literalmente, las entrañas de Kurt Hollander, que empiezan a dar lata en cierto punto de su vida, como augurio de una buena racha que se acaba. (Según una gran frase en la página 173, “Por su influencia invisible, podemos considerar a los parásitos como nuestro inconsciente biológico”.) A menos, claro, que lo escatológico les provoque un asco que impide la lectura, por allí encontrarán algunas de las mejores tramas de esta antología, junto con las que el autor dedica al gran depositario de las entrañas de toda la ciudad, es decir, el sistema de desagüe del D. F., también conocido en su momento como el DeFeCal.

En lo personal, no esperaba que Desde las entrañas me provocara tanta nostalgia. Aunque quizás eso sea producto del hecho de que, entre tantos millones de humanos que habitan el planeta, yo pertenezco al mismo subgénero de Hollander, el de los de gringos desencantados que vinimos a vivir a esta capital antes de que llegara el TLC a cambiarlo todo. Llegamos en plena transición política, para atestiguar esta transformación veloz que se ha dado en llamar “gentrificación”.

Además de reflejar una inteligencia y una dedicación que nos imparten cátedra sobre temas que otros autores extranjeros no considerarían como dignos de estudio, un libro como Desde las entrañas califica como un autorretrato de los buenos –con lo cual quiero decir despiadado, sin PhotoShop. Cero “engaño colorido” aquí. Antes de leerlo, les hubiera dicho que conocía a Hollander tangencialmente. Ahora, siento que lo conozco íntimamente. Tenemos mucho en común: me tocó el declive del movimiento contracultural del cual él formaba parte, somos multidisciplinarios, nos casamos y nos divorciamos en México. Nos hemos movido en círculos muy parecidos, que a veces son los mismos: soy amiga de su exmujer Rocío; Hollander tradujo un libro de cuentos de mi esposo Francisco al inglés para City Lights antes de que nos casáramos. A ambos nos pusieron apodos chilangos: él es el Flaco, yo soy la Güera. Nuestros hijos van (o fueron) a la misma escuela. Y creo que los dos hemos querido ensayar una manera de ser en México que no es lo que típicamente se espera de gente de, digamos, nuestro origen –ni como los autores desmadrosos de la generación beat (a quienes desprecia, según me acuerdo haber leído en una entrevista que dio hace ya muchos años), ni como esos yuppies gentrificadores que están llegando ahora en masa y que ignoran las grandezas de las colonias populares de esta ciudad.

No quiero decir con eso que seamos idénticos, desde luego –mis padres se mudaron de provincia a las afueras de Washington, DC, lo cual no es lo mismo que Nueva York– aunque sí me identifico con ese amor feroz por un ambiente urbano peligroso y arrabalizado, pero a la vez fecundo para la cultura. En los años 80, mientras su personaje autobiográfico “Skinny” se iba a dar una vuelta a Coney Island, yo vivía muy cerca de Summit Hills, el mercado del crack más grande de la región en Silver Spring –¡un lugar que ahora es considerado “upscale”!– y en la preparatoria, cantaba en una banda punk llamada Tarakhan. Igual que él, buscaba siempre estar a contracorriente. Me encantaba la cultura de zines subterráneas como la que fundó Kurt, The Portable Lower East Side.

En cambio, no me fue tan bien como a Kurt acá en la Ciudad de México en los años 90. No me hallaba. Me fue imposible terminar un posgrado en la UNAM debido a las huelgas, la contaminación me impedía la mayor parte del tiempo ver el edificio de enfrente del conjunto donde vivía en el Eje 10 Sur, y en donde hubo dos intentos de suicido por la crisis económica de los 90 (uno de ellos, exitoso.) Me dio un infarto cerebral, lo cual es tan divertido como suena. Daba clases de inglés en Interlingua y hacía traducciones de boletines de prensa para una firma de relaciones públicas: el horror, el horror. En cuanto a dinero, me alcanzaba para calificar como clase media, pero apenas. Quizás me faltó el arrojo (o el apoyo financiero) necesario para cofundar una gran revista, como Poliéster, o de rescatar un gran antro, como el Barracuda. O de estudiar artes marciales. Mientras leí el ensayo sobre el éxito que tuvo su Billares Américo en la Condesa,[1] no pude sino recordar aquella vez cuando yo llevé a mi en aquel entonces esposo a un billar en Coyoacán para enseñarle cómo jugar, y sin dirigirme a mí, los señores de allí adentro le informaron muy serios que no se admitían mujeres. Seguramente no vi aquel letrero tradicional que menciona Hollander como motivo por el cual decidió abrir un billar para ambos sexos, el que rezaba “No se admiten perros, uniformados ni mujeres”. (p. 16) En cambio, curiosamente, cuando a Hollander le empezó a ir mal es cuando a mí me empezó a ir, digamos, no tan mal.

Dictaminó Cavafis que nunca encontraremos una ciudad “mejor que ésta”. Quizás tener autobiografías en dos ciudades es, de alguna manera, intentar to have your cake and eat it, too. Ser el perro de las dos tortas, sin perder ninguna, digamos. Lo cierto es que aunque el camino que hemos elegido tanto Kurt Hollander como yo no es el más fácil, sí es uno que nos ha permitido algo así como tener dos identidades o dos vidas en una. Aunque lo escindido puede ser problemático, puede que nos dé a los autores algo en que refugiarnos cada vez que nos hastiamos de una de nuestras ciudades de origen, o de nosotros mismos.

[1] Cuando se mencionó durante la presentación de este libro que locales como Billares Américo o Barracuda podrían considerarse emblemáticos justamente de la gentrificación de la colonia Condesa en los años 90, Hollander señaló, creo que con razón, que él había comprado y renovado esos establecimientos justamente para conservar su perfil tradicional como “terceros lugares”, y así evitar que se convirtieran en, por ejemplo, condominios de lujo.

 

 

Huntington is the author of Martín Luis Guzmán: Entre el águila y la serpienteA Dozen Sonnets for Different Lovers,  and Return. Her most recent book is Solastalgia (Almadía / UAA, 2018). She is Managing Editor of Literal. Her Twitter is @Tanya Huntington

 

 

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Posted: November 6, 2022 at 9:42 pm

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