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Un país agonizante

Un país agonizante

Josué Gutiérrez González

Rafael Pérez Gay,
El corazón es un gitano,
Planeta, México, 2010.

 

La ciudad de México, el país entero, agoniza. Éste es quizá el gran corolario que se desprende de un libro como El corazón es un gitano, una recopilación de crónicas sobre el desgaste de la realidad urbana que deja al lector con la sensación de un final terrible e inminente. A diferencia de otros textos del mismo género, las crónicas de Rafael Pérez Gay (México D.F., 1957) no constituyen en modo alguno una exploración de los espacios marginales: en este libro, el lector no es llevado de la mano hacia los posibles círculos del infierno capitalino, aquí no hay imágenes de la miseria incomprensible, ni de la criminalidad en estampida y tampoco se proporciona la más mínima revelación sobre los entretelones de la corrupción desbordada. En cambio, la descomposición de la ciudad se narra a partir de la conciencia de clase media que descubre, en los más simples incidentes de lo cotidiano, una alteración implacable del orden cuyo único desenlace posible es el desastre.

Al igual que en una gran parte de su obra, Pérez Gay enfoca su libro desde unas coordenadas geográficas muy específicas: la colonia Condesa, esa zona de la ciudad de México que en los últimos veinte años se ha convertido en el segundo foco del consumo cultural después de Coyoacán. Sin embargo, la mirada de estas crónicas no comparte el entusiasmo con que otros sectores han reaccionado a lo que algunos llaman el “boom” de la Condesa. En oposición a aquellos que ven con optimismo la transformación del viejo vecindario residencial que funciona como una versión actualizada de la mítica zona rosa, los textos incluidos en El corazón es un gitano se centran en las marcas incuestionables de la decadencia disfrazada de modernización.

Detrás de estas reflexiones se dibuja una subjetividad secuestrada en su propio hogar, un miembro de la clase media que ve, unas veces con desesperación y otras con humor, cómo la vieja Condesa se desmantela ante la falta de agua, los cortes de energía eléctrica, la llegada de una nueva clase de vecinos, el permanente estado de remodelación-adaptación de antiguas casas que se van convirtiendo en restaurantes y bares. Las imágenes de tal estado de sitio son abundantes, por ejemplo, algunas veces vemos al cronista metamorfoseado en el protagonista de la película de zombis I Am Legend (Francis Lawrence, 2007) y en otras ocasiones lo descubrimos víctima de una demencial invasión de cucarachas o sometido a interminables y desventajosas negociaciones con plomeros, recolectores de basura, lava coches, vendedores, es decir, esos otros habitantes de la ciudad a los que no se les había permitido vivir en la Condesa y que ahora parecen llegar sin permiso a perturbar la paz de los que leen y escriben.

Ante semejante situación de desamparo, no es raro que en la sección final del libro titulada “Se ven fantasmas”, el autor opte por conjurar las imágenes de un presente catastrófico y dirija su atención hacía el pasado, detalle que revela la fascinación de Pérez Gay por la crónica modernista de Manuel Gutiérrez Nájera, cuya obra editó hace unos años. Contrario a lo que pudiera pensarse, estas crónicas de la memoria no implican realmente el abandono del tono apocalíptico, sólo lo encauzan y lo interpretan. De esta forma, al esbozar la difícil historia del alumbrado público en México desde mediados del siglo XIX, el cronista insiste en recontar el fracaso de la ardua lucha de la ciudad en contra de las tinieblas y lo interpreta como una confirmación de sus temores acerca de la derrota definitiva de las luces y el orden. A esta misma sección pertenecen también algunas postales familiares, historias donde la fatalidad adquiere un tono intimista y revelador para abordar la infidelidad del padre, la permanente inestabilidad financiera de la familia y la desaparición paulatina de toda una generación. Es gracias a la honestidad de estos últimos relatos de la enfermedad y la muerte que el libro logra sortear la amargura y el desencanto que privan en las secciones anteriores, como si al dibujar su propia imagen, la voz del autor consiguiera vislumbrar por un momento que el origen de la depresión radica en las frustraciones de una familia de clase media que no pudo cumplir con sus expectativas.

Al igual que en el caso de otros escritores de su generación, este libro de Rafael Pérez Gay nos recuerda que para un cronista escribir desde el centro implica forzosamente perder la movilidad y abandonarse a la desolación.


Posted: April 25, 2012 at 9:12 pm

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