Essay
Las ciudades invisibles y Natalia Ginzburg
COLUMN/COLUMNA

Las ciudades invisibles y Natalia Ginzburg

Socorro Venegas

La historia de un libro es también el itinerario intelectual y emocional de sus editores, de sus luchas por mantener en pie un catálogo.

Hace poco llegó a mis manos la edición argentina de Ciudades invisibles, de Italo Calvino, publicada en 1984 por Minotauro (editorial asociada con EDHASA). La primera edición italiana vio la luz en 1972 en la mítica casa editorial de Giulio Einaudi quien, a instancias de su amigo Leone Ginzburg, emprendió la aventura de hacer libros en el corazón de la Italia fascista. Era 1933.

Einaudi fue una editorial acosada, sus miembros fueron perseguidos, encarcelados, asesinados. Ese fue el destino de Leone; un destino bellamente escrito por la gran Natalia Ginzburg. En la nómina impresionante de colaboradores de Einaudi pocas veces aparece ella, una de las más constantes y leales trabajadoras de la editorial (en sus datos biográficos se la menciona sencillamente como “redactora”). Sobre el oficio de escribir dice en su libro Las pequeñas virtudes:

Los días y los asuntos de nuestra vida, los días y los asuntos de la vida de los demás a los que asistimos, lecturas e imágenes y pensamientos y conversaciones lo alimentan y crece en nuestro interior. Es un oficio que se nutre también de cosas horribles, se come lo mejor y lo peor de nuestra vida (…)

Pienso que esto mismo puede describir el oficio de quien ha elegido crear colecciones, abrir esas conversaciones necesarias, a veces complejas, cuidarlas, preservar su belleza difícil: la labor de un editor. Natalia Ginzburg sabía lo que era el arte de hacer libros, porque los escribió y los publicó en Einaudi, pero también porque vio a sus mejores amigos y a su propio marido apostar la vida para defender la libertad de publicar a León Trotski, Norberto Bobbio o Antonio Gramsci. Leone tradujo en la cárcel Guerra y paz, de León Tolstói, y desde allá le enviaba a Einaudi sus avances.

Cuando Natalia quiso casarse con Leone, uno de los argumentos para que su padre diera el consentimiento vino de su madre, quien dijo que, aunque trabajaba en una editorial “muy pequeña y pobre, estaba llena de energías que presagiaban un futuro prometedor”, según lo cuenta Natalia en Léxico familiar.

Y así fue. Otro editor que formó parte de aquella cofradía mítica en Einaudi fue Cesare Pavese. Él consiguió luego que Italo Calvino ingresara al departamento de publicidad. Editores que también fueron autores: Calvino escribiría el prólogo de la novela Y eso fue lo que pasó de Natalia, donde la describe así: “Natalia Ginzburg es la última mujer sobre la faz de la tierra…” Años más tarde se publicó en Einaudi Ciudades invisibles, el libro en el que Calvino evoca los viajes del gran explorador veneciano Marco Polo, donde el autor lo configura como personaje literario junto al gran Kublai Khan al que va a revelarle las ciudades de su imperio, todas con nombre de mujer, todas relatos fantásticos; murmullos de sirenas para nosotros, hoy, en nuestros confinamientos.

El libro de Calvino fue traducido al español por Aurora Bernárdez. No sé si lo descubrió junto a Julio Cortázar, su pareja, si lo leyeron juntos. Es delicioso mirar que al cosmos trazado por Calvino se accede por cualquier lado y se llega siempre a una ciudad portentosa, mientras que a su tiempo Cortázar también propondrá más de una vía de acceso al mundo y las arterias de Rayuela.

Las crisis editoriales alcanzaron a Minotauro, la filial argentina de la editorial responsable de mi edición de Ciudades invisibles que en 1993 se separó de EDHASA. Minotauro construyó en su tiempo un catálogo extraordinario, donde apostó por la literatura fantástica y la ciencia ficción con una curaduría exquisita que incluyó a Mario Levrero, Angélica Gorodischer, Ursula K. Le Guin, Stanislav Lem, Julio Cortázar, entre otros títulos de autores que quizá se tradujeron a nuestro idioma y circularon en Latinoamérica antes que en España.

Muchos lectores conocen solo la edición más cuidada en español de Ciudades invisibles de Siruela y, cuando quise saber quién había publicado primero el libro, la querida Ofelia Grande me envió esta información: según la base de datos del Ministerio de Cultura español, la primera edición que publicó Siruela de Las ciudades invisibles fue en 1998, ya con la traducción de Aurora Bernárdez. Sin embargo, la primera vez que se publicó en España fue en 1984 por la editorial Minotauro (EDHASA) con la misma traducción.

En este 2021 se cumplen 30 años de la muerte de Natalia Ginzburg en Roma, la misma ciudad donde murió asesinado su marido, Leone Ginzburg. Las ciudades y los muertos; las ciudades y la memoria; las ciudades y el deseo, son algunas de las coordenadas que propone Calvino. Y tal vez fueron también las de ella, escritora fundamental del siglo XX.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019),  las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León.  Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: April 22, 2021 at 9:49 pm

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