Lolita en el Caribe
Jaime Perales Contreras
Un hombre de noventa años desea celebrar su cumpleaños con una adolescente virgen de catorce. Como se observa, el filme de Memorias de mis putas tristes (2011), del danés Henning Carlsen, basado en la obra del escritor colombiano Gabriel García Márquez, encendió la mecha de ser Lolita pura. La película ha provocado polémica, como ocurrió hace cincuenta y siete años, cuando Olympia Press, la supuesta editorial de libros pornográficos, publicó en Francia, la famosa novela sobre la nymphette de Vladimir Nabokov. O, como se dio hace cincuenta, cuando el cineasta Stanley Kubrick, se atrevió a adaptar la obra del escritor ruso, haciendo varios cambios para eludir objeciones de los censores cinematográficos.
Filmada en Campeche, México, y coproducida por México, España, Dinamarca y Estados Unidos, durante su rodaje, organizaciones civiles de los derechos de las mujeres, acusaron a los productores de la película, y al propio García Márquez, de promover la trata de menores y el comercio sexual. Asimismo, la novela del narrador colombiano recibió una acusación similar, unos años antes, cuando la edición persa, publicada en 2007, fue prohibida en Irán, debido a que el Ministerio de Cultura recibió quejas del ala conservadora del país, quienes afirmaban que promovía la prostitución. La nouvelle de 5,000 ejemplares, aunque se vendió como pan caliente, a las tres semanas de su publicación, no volvió a ser reeditada en Irán.
A pesar de esta censura, el filme es hermoso, bien hecho, y, sobre todo, conserva la mayoría de los elementos descritos en la novela. Esto es un logro en sí, ya que varias de las adaptaciones fílmicas sobre las ficciones del autor de Cien años de soledad, no han tenido el mismo éxito que su narrativa literaria.
La gestación de la historia de Memorias de mis putas tristes, data de un artículo titulado El avión de la bella durmiente, que se publicó en 1982, el año en que García Márquez recibió el Premio Nóbel de literatura. El célebre texto describe la impresión que recibió el autor de una mujer que fue su vecina de asiento en un viaje de avión de París a Nueva York. Según narra la nota, su hermosa musa, tal vez asiática, tal vez latinoamericana, durmió durante todo el trayecto de siete horas de vuelo, sin prestar la menor atención a su célebre admirador. La fijación de García Márquez sobre la anónima jovencita del artículo, fue tan profunda que lo inspiró a volver a relatar la historia, esta vez a manera de ficción, en el libro Doce cuentos peregrinos y a transformar la anécdota en la ya citada Memorias de mis putas tristes.
Memorias de mis putas tristes tiene la influencia de La casa de las bellas durmientes, del también Premio Nóbel de literatura, el japonés Yasunari Kawabata. La obra de Kawabata narra la historia de una mansión en los suburbios de Kyoto, donde los ancianos pagaban sumas enormes para contemplar a las mujeres más bellas de la ciudad, quienes yacían desnudas y narcotizadas en la cama. Los ancianos no podían ni despertar, ni tocar a las damas, ya no se diga tener sexo con ellas. Simplemente las jóvenes eran un feliz objeto de contemplación. El voyeurismo literario y senil descrito por Kawabata fue aprovechado por el autor colombiano y por la adaptación fílmica, que, a diferencia de la novela, hay un sabor adicional de Por el camino de Swann, de Marcel Proust.
Entre los actores del filme, se encuentra el mexicano Esteban Echevarría, quien protagonizó al asesino pordiosero en Amores perros (2000), de Alejandro González Iñàrritu. Asimismo, Olivia Molina, hija de la actriz española Angela Molina, que, por cierto, también apareció en la película, encarnó a la frágil Delgadina, la jovencita empleada de una fábrica de botones, quien la pobreza la obliga a convertirse en una prostituta. Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina, fue interpretada por la actriz norteamericana Geraldine Chaplin, la cual había encarnado en su carrera fílmica anteriormente a La viuda de Montiel (1978), dirigida por el cineasta chileno Miguel Littín, personaje conocido del mundo de Gabriel García Márquez.
Si se debe formular alguna defensa moral de Memorias de mis putas tristes, aunque el arte probablemente no la necesite, es que el protagonista, como afirma la película, buscó sexo y encontró amor. Y, aunque el filme tiene varias escenas fuertes, es difícil pensar que todavía en pleno siglo XXI se puedan encontrar grupos que censuren a una obra literaria o visual.
Como se sabe, la conocida cita de Oscar Wilde, que aparece en el prefacio al Retrato de Dorian Grey, afirma que un libro no es, en modo alguno, moral o inmoral, está bien o mal escrito, y esto, para Wilde, lo era todo. En el caso de Memorias de mis putas tristes, el filme está bien realizado y esto nos dice prácticamente todo.
Posted: October 18, 2012 at 5:28 pm
excelente comentario literario-cinematográfico y agregaría histórico de Jaime Perales. Coincido con su cita de Oscar Wilde