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La luz de las linternas de Catalina González Restrepo

La luz de las linternas de Catalina González Restrepo

Carlo Acevedo

Dos veces extranjeros (Pre-Textos, 2019) es la tercera colección de poemas de la escritora Catalina González Restrepo. Entre esta última publicación y las dos anteriores, Afán de fuga (Editorial Universidad de Antioquia, 2002) y La última batalla (Pre-Textos, 2010), la autora recorre dos décadas de escritura poética. Ello es sumamente develador, pues da a comprender que su oficio, la escritura, se teje con amplios períodos de silencio. La propia autora ha asegurado que sus poemas surgen de forma esporádica y fragmentaria, quizás cinco en todo un año, y casi siempre en momentos de vértigo, en algún viaje, en medio del tránsito.

Y la palabra tránsito, además de ser parte fundamental del proceso poético de la colombiana, describe, en buena medida, el proceso de lectura de su más reciente libro. Dos veces extranjeros, en tan solo 52 páginas, logra abrir y cerrar cuatro secciones distintas. Cada una  puede comprenderse como un rincón, una estancia de la experiencia íntima de la poeta, que no es más que la experiencia íntima y, en ocasiones oscura, de todos. Por ello, la escritora trasciende lo inmediatamente doloroso y desgarrador de la imagen del mendigo que duerme “plácidamente en la calle/con las manos sobre el sexo” para sospechar que allí, en ese gesto y escenario tristemente tópico del entorno urbano, se refleja buena parte de lo que es la condición humana: “sueño, deseo, inocencia perdida” (pg. 15).

Cada una de las secciones del libro, cada una de las estancias, a las que el lector o lectora tiene el privilegio de ingresar fugazmente, se construye con las debidas dosis de luz y de sombra. Los poemas (usando arbitrariamente una expresión del epígrafe del conjunto) podrían entenderse como pequeñas linternas. Las linternas, bien se sabe, proveen una luz cálida, aunque también limitada. Además del furor de la luz, el propio contorno y lo que la precede (la oscuridad) también nos hablan de esas cicatrices, amenazas, refugios y sanaciones que conforman la intimidad compleja e inevitablemente real de Catalina González.

En cuanto a la claridad propia los poemas, también es importante resaltar la voz de la autora. Dos veces extranjeros no es un libro del que deban esperarse metáforas ingeniosas ni adjetivos sobresalientes. Las acrobacias poco parecen importarle a la poeta. En cambio, es la palabra transparente, menuda, la que realmente escribe, una tras otra, las páginas. La vocación de la palabra en esta colección es la vocación de la palabra fundamental: comunicar, establecer puentes con la otredad, ya sea esta expresada por una consciencia externa (el lector, la lectora) o por alguna voz interna. Y no podría ser de otra manera. Si se espera que los poemas sean linternas, su luz, la palabra debe ser parte de aquel brillo, de aquella claridad.

Sin embargo, hay, entre aquello que logra divisarse en las estancias del libro, un rincón de la experiencia que le abre espacio a la ambigüedad, a la confusión, al desconcierto: el mundo onírico. La poeta se entrega, una y otra vez, a aquellos mensajes abiertos, incluso confusos, que con recurrencia emite el inconsciente. La palabra, cuando es debido, se amolda a esta realidad abierta, confusa, ambigua, perturbadora, inquietante y, paradójicamente, reveladora.

Pero que la metáfora, como recurso retórico, no tenga mayor presencia en el poemario no quiere decir que este no contenga, entre sus líneas, un alto contenido metafórico. La metáfora, en Dos veces extranjeros, deja de ser palabra para convertirse en experiencia. La propia poeta, ante la grieta en las baldosas que sigue abriéndose indefinidamente en la entrada de su casa, pese a los intentos sucesivos de rellenarla, reconoce que, al final del día, no hay más opción que encontrarle significado al suceso, hallarles sentido a las grietas, “volverlas metáfora” (pg. 51).

Y este, realmente, parece el mayor hallazgo poético del libro. Así, retomando la idea fundamental del tránsito, expandiéndola incluso, la poeta transita por su propia intimidad (la memoria, el pasado, la afectividad, las relaciones personales, el erotismo), de modo que las propias vivencias, configuradas por palabras (poemas), puedan comunicar más allá de sí mismas, establecer conexiones y permitir divagaciones que, en la inmediatez del momento, posiblemente pasen desapercibidos. 

 

 

Carlo Acevedo es graduado del programa del MFA de la Universidad de Iowa y profesor de español. Es colaborador de Literal y autor de diversos artículos. Su Twitter es @Carlo_Acevedo_M

 

 

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Posted: September 17, 2020 at 10:46 pm

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