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Maladies egocéntricas

Maladies egocéntricas

Rose Mary Salum

• Lina Meruane,
Sangre en el ojo,
Eterna Cadencia, 2012.

“Una pasión dañosa o alteración en lo moral o espiritual” es una definición de la enfermedad, tan recurrente, como lo es el mito griego de la ceguera. Éste –es del conocimiento común– sugería que cuando la mirada de un ser humano se volcaba a sí mismo se podría adquirir un grado superior de sabiduría. La metáfora obedece a una lógica difícilmente cuestionable: la clausura del acceso visual a la diversión de la realidad obliga al hombre a la revisión interna, al alumbramiento de las zonas sombrías de la personalidad.

Sangre en el ojo, de la chilena Lina Meruane, recién galardonada con el premio Sor Juana Inés de la Cruz, se vale de un derrame ocular para contar a sus lectores el terror experimentado frente a la inminente amenaza de la ceguera. En una situación así, la edulcorada imagen de la sabiduría cimbra toda posición ideal: con la invidencia, más que conocimiento, se gana miedo; una frágil posición de abuso y crueldad. Afirmar que la novela es un thriller médico sería reduccionista y, sin embargo, el lector no puede desprenderse de sus páginas esperando ansiosamente la resolución de la trama. Pero nada se soluciona. Sólo se plantean una serie de elementos literarios que, reunidos dentro de este texto, dan como resultado una afortunada narrativa, una historia donde lo primero que se derrumban son las certezas planteadas tradicionalmente por la literatura. ¿De verdad un enfermo adquiere lucidez a través del sufrimiento? ¿Es cierto que, como pensaba Kant, la enfermedad clausura todo pensamiento noble? ¿El amor es incondicional?

En una novela que parte de un hecho real, la confusión  de los elementos autobiográficos con la ficción se refuerzan a través de un entramado de equivalencias en el que la memoria es el principal catalizador. ¿Es esta novela una realidad-ficcionalizada o una ficción-realizada? Todo texto es una construcción, nos dice la autora, y estos juegos literarios tienen un propósito: entre las páginas de un libro, la identidad real del escritor se vela y se desvela de forma intermitente y la memoria corporal y mental son la única posibilidad de sobrevivencia.

La historia comienza con un suceso que por monstruoso resulta sublime: la protagonista se inclina a buscar su jeringa para inyectarse su acostumbrada dosis de insulina cuando:

…estaba sucediendo. En ese momento. Hacía mucho me lo habían advertido y sin embargo. Quedé paralizada (…) y fue entonces que un fuego artificial atravesó mi cabeza. Pero no era fuego lo que veía sino sangre derramándose dentro de mi ojo. La sangre más estremecedoramente bella que he visto nunca, la más inaudita. La más espantosa.

A partir de los primeros párrafos la intensidad de la emoción mina el entendimiento y el lector queda atrapado en la psicología del personaje, en esa “alteración espiritual” de la que se desprende su egocentrismo, su limitada empatía, su amoralidad, sus múltiples necesidades. La perversa simbiosis que se establece entre el lector, el personaje principal y su amado –el uso de la primera persona es efectivo– busca incorporar conceptos que por paralelos se mantienen intocables: una autora habla sobre un personaje que a su vez es escritora y utiliza un seudónimo que no es otra cosa que el nombre de la autora. Este juego en el que la realidad abraza la ficción y ésta una realidad ficcionada es sólo innovadora cuando se cuenta desde la particularísima pluma de Lina Meruane.


Posted: April 28, 2013 at 4:22 am