Nadie
Maximiliano Sauza Durán
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Cuanto más centrado estoy en mí, tanto
más enamorado me siento de los mitos.
Aristóteles
Ni Ícaro ni Faetón,
mi vida no fue una osadía,
no reté la voluntad del fulgurante Helios,
no me fulminaron los rayos del desprecio
ni me aniquilaron las ondas
de un mar que lleve mi nombre y sea mi tumba.
Ni Jasón ni Perseo,
no decapité a la Gorgona
ni llevé a mi negra nave por buen curso
a lo largo de las volubles ondas tempestuosas.
No me sedujo el Laberinto y su dédalo de espejos.
Ningún monstruo ha sido un reto
pues la vida misma es ya monstruosa,
y nada me ha aterrado más que el presente incierto.
Ni Helena ni Penélope,
mi belleza no fue la causa
de una guerra de una década,
la muerte de millares,
la extinción de mil prosapias,
ni el motivo de una hermosa leyenda milenaria.
No tejí ningún manto,
esperando la vuelta de mi esposo,
soportando el acoso de los pretendientes
(contados por decenas),
ni fui el plato de segunda mesa
de ningún basileo de tercera.
Mis dones y atributos
a nadie le resultaron fascinantes.
Ni Protesilao ni Pándaro,
no:
no seré recordado por ser el primer mirmidón
muerto en las playas de Troya;
tampoco la ojizarca Atenea infundió en mí un nefasto sueño:
el de disparar la primera flecha
que rompiera el único acuerdo
de paz entre griegos y troyanos.
Ni Eneas ni Odiseo,
mi vida no fue un viaje,
no fue una llegada, una huida,
un retorno, una pérdida.
No fundé ninguna nueva raza
al huir de la ciudad sitiada;
tampoco retorné al hogar de antaño
al cercar el ajeno.
Mi vida no fue ningún riesgo.
(Un ancla atorada en un delfín.)
Mi vida no pasó en los trirremes,
no navegué en el Argos,
ni dos veces vencedor atravesé el Aqueronte,
jamás enfrenté a los cíclopes, lotófagos, ni lestrigones,
no excité la cólera de Poseidón,
las ninfas no me sedujeron con vino ni viandas
y las sirenas se fingieron mudas
cuando me vieron pasar.
Mi vida fue quietud,
un souvenir de falsos argonautas.
Mi vida ha sido sólo estancos.
He aburrido a las tentaciones.
Las Moiras han olvidado el ovillo de mis días:
Se les perdió en un cajón en un buró en una casa
—y ninguna Furia ha ido en su búsqueda.
Ni Heracles ni Aquiles,
ningún trabajo mío es digno de mención
—por muy forzoso que hubiera sido.
Ninguna muralla yace bajo mis pies,
en ninguna batalla fui aclamado,
jamás vinieron a rogar mi presencia
para darle al bando elegido la victoria.
«Sin ti no ganaremos», nunca nadie me dijo.
Ni tampoco mi cólera
mereció ser el canto
de ninguna Musa.
Ni Áyax ni Teucro,
mi voz no es grandilocuente,
nadie me llama el Arquero
y no hay epíteto
que sea lo suficientemente poco
para adornar esta existencia.
Ni Femio ni Demódoco,
nunca me han dicho canta, aedo,
nuestras hazañas en la Guerra de Troya,
cuéntanos cómo sitiamos los muros de Ilión,
cuántas penurias soportamos,
cuántos de nosotros cerramos los ojos a la negra muerte,
cuántas viudas sembramos en la tierra
y cuántos retoños dejamos huérfanos,
desparramados a lo largo y ancho del vinoso ponto.
No, nadie acudió a mi lira
para que contara su historia
a cambio de una copa de negro vino
y un trozo de carne asada.
Ninguna viuda desolada
me imploró por noticias de su esposo
—de su nombre sus logros sus viajes su deceso.
Nadie me pidió exaltar ninguna hazaña.
Nadie me pidió consuelo.
Ni Néstor ni Patroclo,
no fui portador de ninguna mala noticia
y de ningún héroe invencible
fui el bienamado favorito.
Jamás robé la armadura del Pelida
ni me confundieron con el guerrero
que arrebató a los teucros el triunfo.
Ningún hombre ni corcel lloró
mi aniquilamiento. A mis exequias
no acudieron ni mis cenizas.
El de los pies ligeros no sonrió
al vengar mi muerte.
El domador de caballos no se compadeció
de haber enterrado su filo en mi pecho.
Ante mi cadáver, joven, tibio aún,
nadie colocó dos óbolos en mis ojos
—y el Barquero no me pidió la cuota requerida.
Ni Héctor ni Paris,
nunca fui el príncipe valiente
ni el hijo pródigo.
Jamás volví a casa a despedirme
de mi hijo y de mi hermosa esposa
—mi niño no tuvo que llorar de espanto
al mirarme ataviado con el casco empenachado
y las lustrosas grebas.
Nunca fui objeto de profecía alguna.
(«Córtale el cuello en cuanto nazca».
«Ese niño será la ruina de tu patria».
«No dejes que venga con esa mujer a casa».
Fueron palabras que ningún profeta, augur ni pitonisa
dijo dirigiéndose a mi padre.)
Ni Príamo ni Agamenón,
no tuve que besarle las manos
al asesino de mis hijos,
no desoí el mal agüero —pues no lo hubo;
nunca lamenté la muerte ni el infortunio
que engendré como un retoño mío.
No fui el caudillo de hombres,
ni la avaricia envenenó mi pecho;
nunca supe qué sacrificio significó la traición
—yo mismo tuve que confabular
y desenmascararme en el acto.
Ni Hécuba ni Clitemnestra,
no lloré la caída de mi palacio de altos techos,
ni planeé la ruina de mi casta.
No presencié la extinción
de mi progenie,
ni he reparado en su aniquilación.
Yo soy el último vástago
de una sangre encharcada.
Ni Diomedes ni Mentes,
mis consejos no fueron atendidos,
no fui el disfraz humano de la ojizarca diosa,
mis sesos no salpicaron la tierra,
no fui pasto de los perros,
ni buitres hambrientos ni mujeres dolidas
rondaron mi túmulo;
tampoco robé los egregios caballos
y ninguna deidad abogó por mi causa.
Ningún venablo atravesó mi hombro,
ni esquivé los certeros dardos.
Afrodita no me elevó del combate,
Atenea no influyó ningún funesto sueño
en los ojos de mi enemigo,
y Hera no sedujo al que amontona las nubes
para distraerlo y salvarme la vida.
La indiferencia olímpica
es mi signo y mi sino.
La tragedia me es ajena.
Ni Telémaco ni Orestes,
nunca le alcé la voz a mi madre
ni vengué a mi padre.
Jamás esperé ningún retorno.
El significado de la ansiedad
me está vedado.
Mi prosapia no está contaminada
y mi ascendencia no me resulta conflictiva.
La vida es bastante simple
en el seno de una familia
común y corriente
—pero de eso los griegos saben muy poco.
No:
Mi existencia no representó
ni la defensa de mi pueblo
ni su ruina total.
Mi vida no cabe en los mitos:
no merece tanta indulgencia.
Maximiliano Sauza Durán es arqueólogo y maestro en Literatura Mexicana, ambos títulos obtenidos por la Universidad Veracruzana. Autor de Los dioses que huyeron (Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo 2020, UV).
Posted: March 10, 2024 at 5:56 pm
Hermoso poema, felicitaciones al autor.
¡Muchísimas gracias!