Poetry
Tres poetas recomiendan:

Tres poetas recomiendan:

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Myriam Moscona

 

He leído tres buenos libros , de tres autores contemporáneos en estas semanas. Uno de ensayos, otro de poesía y una novela. El primero es  El libro de las explicaciones  de Tedi López Mills, un libro muy personal, un poco a caballo entre la reflexión con tintes autobiográficos y las disquisiciones filosóficas ancladas a planteamientos de orden personal. ¡Cuánto se nota cuando un libro es escrito con un respaldo vital, sin imposturas! Su ensayo sobre el nombre propio es muy divertido. Llama la atención cómo al hablar de sí misma es capaz de hablar de los demás. Lo leí en una sentada.

El de poesía es un libro seleccionado y anotado por Hernán Bravo-Varela. Se trata de  El pequeño mecanismo de los acontecimientos del argentino Fabián Casas. En nada se parece al anterior pero ambos comparten un telón de fondo vinculado con la enseñanza de una escritura que se queda en la memoria afectiva días después de haberla leído. Poesía labrada casi en miniaturas, con una fuerza expresiva asombrosa. Incluso me atrevo a decir que es de esos libros que lectores menos habituados a la poesía podrían adoptar sin darse cuenta de la dificultad de su perfecta sencillez. Los dedicados a la madre muerta son memorables.

Y la novela es de Julián Herbert:  Canción de tumba . Un libro devastador, con una dominio de la tensión narrativa extraordinario. También aquí la madre, en un proceso agónico suscita los apuntes de una vida personal casi inverosímil. No se puedes dejar y sin embargo, me costó terminarlo, por algunos pasajes que me resultaron devastadores.

Y como no me aguanto las ganas, tengo que mencionar   La prisionera  de Marcel Proust. En este tomo, su relación con Albertine tamizada por los celos llega a la desesperación. No es con estas palabras pero existe la idea torturante del personaje: “aunque la tenga sentada en mis piernas, ella, con el pensamiento se ha fugado a otra parte”.

Rocío Cerón

Abrir un libro al tiempo que el cuerpo se ve invadido por la serenidad que trae consigo la brisa del mar. El cuerpo descansa de la fiebre y voracidad de las ciudades. Entonces, el relámpago, “Se juntaron en el zaguán a oír/ la tentación del pulso, a esperar que vinieran los otros,/ a ver pasar el tiempo hacia la noche/por vez primera y última. Era/ en plena extrema hora. Soñaron/ con cigüeñas, con la mirada ausente, el sueño necesario.”, Antonio Méndez Rubio (España, 1967), Razón de más, Igitur, 2008. Entonces las páginas que necesitan de lentitud, que buscan un lector que se entregue a sus capas y densidades. Ahí, brilla la oscuridad a pleno sol, “La roca que, conforme baja el caudal en verano, aparece en medio del río como un Nessie de piedra. Ella, movida por la sed, se detiene junto al remanso y, de rodillas, se inclina. Su cara del aire acercándose a su cara del agua.”, Luis Chaves (Costa Rica, 1969), Asfalto. Un road poem, Ediciones Perro Azul, 2009. Y en ese preciso instante, en que las transparencias del aire y la arena han aquietado la pupila, rompe la palabra y afinca bajo la piel, “Piedras negras los filos de los ojos./ Torres para ver./ Y los bordes de los dedos enredados en las crines: hilos blancos, hilos finos./ Urdimbre de pájaros./ Nido.”, Melisa Machado (Uruguay, 1966), Rituales, Estuario Editora, 2011. Verano de poesía. Viaje imaginario por Iberoamérica por sus tierras de lenguaje. Cuerpo invadido de ecos y sonoridades. Placer.

Odette Alonso
Verano del 2012, playas de Veracruz. Cristina Rivera Garza, El mal de la taiga, México, Tusquets, 2012

¿Cuántas veces, ante una situación adversa, decimos: “Quisiera irme ahora mismo al fin del mundo”? ¿Cuántas veces soñamos con huir? Eso es la novela más reciente de Cristina Rivera Garza, El mal de la taiga: el viaje de búsqueda –y de autobúsqueda—de quien ha decidido “irse muy lejos”, un diario en el que se alucina y se inventan un bosque, otra mujer, tres astronautas. En la taiga, ese sitio donde algo muere, la cabaña sucia y maloliente es nuestro propio cuerpo con los huesos rotos y un hilo de sangre que sube hasta el cielo gris tormenta. Allí todo es símbolo: los niños mínimos, el vómito, el ojo acuciante del observador, el feraz adolescente, los leñadores, el antro, la noria inútil, el agua sucia y las arenas movedizas. No en vano se cuestiona la aparente ternura de las fábulas infantiles: el lobo –dice la autora—“no sólo triunfa, sino que lo hace de la manera más atroz”. ¿Acaso Hansel y Gretel querían regresar a la crueldad? ¿Qué diferencia puede haber entre la taiga y una ciudad cualquiera? En la respuesta está la clave, el hilo de Ariadna que pudiera desentrañarnos esta enorme alegoría. “Todos llevamos un bosque dentro […]. Un cielo gris. Las cosas que no cambian”, eso dice la autora antes del salto definitivo.


Posted: July 20, 2012 at 6:48 pm

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