Oficio de guardián
Jacqueline Goldberg
El hijo regresará de un viaje por las marismas del sur.
Debo decirle que su tortuga ha muerto.
Juro que cambié a diario el agua,
que ofrecí lechuga y relumbrones de mis horas de fiebre.
Incluso hablé al solitario reptil
sobre la incapacidad humana de aferrarse a los equinoccios.
Produje olas en su mínima ensenada,
zambullí guijarros y soldados de plástico,
para que no extrañara el alboroto de las tres de la tarde.
Vano intento: la tortuga amaneció azotada.
Tardé pensando su dilución
—en mi infancia sepulté pájaros y perros,
aún me duele pisar su ausencia—.
Cómo explicar al hijo recién venido de los caudales
que la muerte es un músculo ejercido sin utensilios.
En secreto agradezco que el animal haya claudicado,
no sirvo para guardián de otro porvenir.
Nunca soporté su quietud, su albedrío mentiroso,
su coraje para durar en medio de la oscura artillería doméstica.
Posted: April 10, 2012 at 6:17 pm