Perras, diablas, humanas y libres
Socorro Venegas
para Libia
Tal vez en la vida de todo escritor hay una historia fundamental. Alrededor de ella, de maneras más o menos directas, se construyen las sendas de la escritura, sabiendo que el camino es solo uno y lleva siempre a la evocación de esa experiencia singular.
Para Cristina Rivera Garza, el asesinato de su hermana cometido por Ángel González Ramos es, como lo ha escrito en su libro El invencible verano de Liliana (Random House, 2021), “La historia fundamental de mi vida”. De modo que al esbozar estas líneas no puedo hablar de sus cuentos de Andamos perras, andamos diablas (Dharma books, 2021), sin entreverar mi lectura con ese doloroso y poderoso testimonio en el que indaga sobre el feminicidio de Liliana. Ninguno de estos dos libros da tregua.
Por supuesto que los cuentos y la investigación pueden leerse de manera independiente, sin establecer ninguna relación intertextual. Yo leí así la primera edición, en la que el título del libro era otro: La guerra no importa, con el que su autora obtuvo el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí en 1987. Se publicó en 1991, un año después de que Liliana murió, era el primer libro de cuentos de Cristina, su entrada en la literatura mexicana, en donde hoy es una figura imprescindible.
Debo de haber leído los cuentos más o menos cerca de su publicación, conservo aquel ejemplar. Yo tendría casi 20 años y amé esa escritura “enrabiada”, como la define su propia autora. No sabía nada de Liliana y no tenía tampoco en mi léxico la palabra “antipatriarcal” para describir o poner en contexto esos cuentos, pero estoy segura de que mi intuición me lo decía. Los leí y los subrayé, porque vi en esas páginas que había “otro modo de ser humano y libre”, como quería Rosario Castellanos. Un personaje recurrente me fascinaba, era Xian, capaz de entregarse plenamente a la aventura de vivir, capaz de amar la Ciudad de México en su esplendoroso caos, de ver un amanecer desde un puente peatonal, sola, después de recorrer sus calles con un desconocido, de beber hasta vomitar sangre y saber que eso en realidad no es sangre, sino el color de la memoria. Una joven de sexualidad ambigua que explora la urbe sin miedo, se está buscando y ya conoce la autodestrucción, ya sabe huir sin volver la vista atrás, en atmósferas donde solo la lluvia parece traer un poco de esperanza.
Los relatos se entretejen en una sola historia, y sobre ellos escribe Cristina en El invencible verano…,: “eran unidades discretas en sí mismas, estaban entrelazados a través de una trama muy frágil y formaban, eso era a lo que aspiraba yo, una especie de novela titubeante”. Tiempo después, nos dice la autora, los textos de La guerra no importa se convirtieron en el esqueleto de su novela Verde Shangai, y para seguir con la configuración orgánica de su obra, entonces esos cuentos podrían ser los fluidos vitales de El invencible verano de Liliana. Tal vez es lo que ocurre cuando se trabaja y se vive con una historia fundamental, y es lo que le da a la escritura de Cristina Rivera Garza una coherencia interna de raíces muy hondas.
En una nota introductoria incluida en la nueva edición, la autora considera Andamos perras, andamos diablas “un libro premonitorio (…) cuando terminé el manuscrito y lo envié al Premio San Luis Potosí, mi hermana estaba viva. Nada anunciaba entonces el feminicidio ni la pérdida atroz que ocurriría la madrugada del 16 de julio de 1990 (…) ¿O todo lo anunciaba en esa criminal normalización que todo lo invisibiliza, y sólo la escritura fue capaz de advertirlo?” Esta última sugerencia es estremecedora. En mi relectura de los cuentos, muchas veces tuve que separarme de las paginas que leía, conmovida hasta los huesos por estos relatos que desmontan toda noción del amor romántico, que lo consideran “un virus mortal, uno de esos gérmenes loquísimos que minan la cordura y la paz”. La autora redescubre en sus primeras historias un germen que ha madurado en su escritura: “empecé escribiendo en contra del amor, y la rabia que me ha provocado el amor como captura y obediencia me mantiene escribiendo todavía”.
Los cuentos también muestran la violencia contra las mujeres, lo fácil que es secuestrarlas, llevarlas, perderlas, lastimarlas. Lo fácil que era y sigue siendo: vivimos en un país donde a diario se asesina a 10 mujeres. Al momento de escribir esos relatos, ha dicho Cristina, su hermana estaba viva. Igual que ocurre con Xian y su amiga, Cristina y Liliana se sentaban en los escalones de alguna vecindad a hablar, a reírse, a burlarse de todo.
En una sociedad violenta, heteropatriarcal, Xian sobrevive. Como nosotras, y como escribe Cristina, la única diferencia entre nosotras y Lliana es que no nos hemos topado con un asesino. Pero mi amiga de la infancia, Libia, sí se topó con uno. Ella tenía veintitantos años y su ex novio celoso la mató de un disparo, luego se suicidó. Ocurrió en la misma década en que murió Liliana. No, todavía no le sabíamos llamar a eso feminicidio. Y todavía no existía ese grito poderoso que aparece en las páginas de El invencible verano de Liliana: la canción de Las Tesis, que dignifica a las mujeres víctimas de violencia. No fui al funeral de mi amiga Libia, me enteré muy tarde de su asesinato, su familia sentía esa vergüenza que también se revela en el testimonio de Cristina: los deudos viven con culpa su pérdida, sumando dolor al dolor. Pero ¿cómo podemos anticipar que encontraremos al violador o al asesino en nuestro camino? Ahí donde parece que nuestro destino, el de las mujeres, depende de la suerte (o de cómo vamos vestidas, o de con quiénes nos juntamos, o de cuánto bebemos), es donde necesitamos políticas de Estado que de verdad nos protejan en lugar de criminalizarnos y revictimizarnos.
Los cuentos de Andamos perras, andamos diablas son de una enorme vigencia. No sé si Cristina lo recuerde, pero hace muchos años nos encontramos en algún aeropuerto, tuvimos una conversación fugaz donde yo le dije que me gustaría ver una nueva edición de los cuentos de La guerra no importa. En otra ocasión compartimos el mismo vehículo en un traslado de la FIL Guadalajara, en el trayecto hablamos de natación, una pasión compartida, y mencionó a su hermana, con la que nadaba cuando era niña. Siempre pensé que estaba viva, y es que de alguna forma o de varias, lo está.
La guerra no importa, es verdad. Como también lo es, en la poética visión de Cristina, que “Sin rabia no hay escritura”. Esa es la escritura de los cuerpos de las mujeres que hoy salen a tomar el espacio público para protestar, que nos convocan a decir en una sola voz: “lo vamos tirar, al patriarcado lo vamos a tirar”.
Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado el libro de cuentos La memoria donde ardía (Páginas de Espuma, 2019), las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas(Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002). Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León. Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas
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Posted: October 28, 2021 at 10:15 pm