Plegaria y Herencia
Sandra Lorenzano
Rocío Cerón,
Tiento,
UANL, México, 2010
Tiento es, como todo lo que hace Rocío Cerón, un proyecto múltiple, diverso, colectivo y profundo. Si la palabra poética convoca una de las instancias de mayor soledad de la creación –nunca más en carne viva que en un verso. Nunca más sola. Solamente huesos pulidos. Vestigios. Y nunca, sin embargo, más luminosa la oscuridad que en esa comunión con quien nos espera del otro lado del abismo -, Rocío vuelve ese espacio de aislamiento lugar de encuentro y solidaridades. Porque la creación compartida es diálogo del que nacen nuevos caminos. O nuevos archipiélagos como dice Rafael Argullol; aquellos que surgen cuando uno ya exploró la isla y siente que aún tiene mucho por descubrir.
Y mejor que mejor si esa exploración es trabajo de más de uno. Lo poético en Tiento se cruza con las propuestas sonoras de Enrico Chapela y con las creaciones visuales de Valentina Siniego. Viaje de múltiples estaciones en el que la propia travesía es la patria, como lo saben aquellos habitantes nativos de Australia que caminan entre la maleza y dibujan siempre el territorio de la canción primigenia.
Así Rocío dibuja ese canto para despojarse quizás de su propia herencia. Para que sus hijos y los hijos de sus hijos, o mejor: sus hijas y las hijas de sus hijas, elijan por sí mismas un espacio y un tiempo que añorar. La dedicatoria a Constanza Eudora (todo ese nombre para esa belleza pequeñita que la espera para abrazarla cuando regresa) y el epígrafe de Clarice Lispector convocan pieles cambiantes, ligeras, sin el peso atroz de los que ya han pasado. Cito a Clarice: No haremos como nuestros propios muertos / antiguos que nos dejaron en / herencia y peso, la carne y el alma, y ambas inacabadas. Nosotros no. Ni carne ni alma, entonces. ¿Qué será entonces esta poesía latinoamericana (en el sentido más “vallejiano” y “zuritiano” del término.
Dos poetas tan presentes en Tiento) que crea Rocío Cerón? De Belgrado, de la fortaleza de Kalemegdan, llegan a la vez un balbuceo infantil y el polvo del que es imposible escapar. ¿A qué país, a qué canto de aves seguir entre sombras?, escribe Cerón, hablando de exilios, de migraciones y de guerras pegadas a la piel. Un país anclado en la memoria de aquella que estuvo en la guerra. Que el Sava y el Danubio confl uyan no evita la destrucción del Padre, ni la orfandad del hijo, ni la sangre que no sabe hablar. Ni la leche de la madre con un cementerio como único domicilio conocido. ¿Se mama la pérdida en esta Mater Dolorosa? ¿Qué sabrán sus hijos de abuelas que tejen ausencias desde la desmemoria?
Si la madre es este paisaje de tristeza y pérdida que viene del otro lado del Atlántico, el padre es el encuentro con el continente americano: Sangre el cielo. Gris altiplano. Gris sierra. Gris pampa. Gris bufeo. Gris lago Titicaca. Gris bruma.
Las palabras saldrán del gris en busca de un paisaje que sea color, geografía a la cual aferrarse; en busca de los cuerpos de los otros –cavidad, hendidura, pieles apenas reconocidas– para encontrar el propio. Porque letal será la memoria, o tal vez su ausencia, la mirada busca traspasar el encierro. ¿Pero quién es uno en las calles? No reclamar apellido alguno, escribe Rocío. Abandonar herencia y peso. Construir el propio pasado o dejarse arrastrar por los sonidos apenas descubiertos, apenas intuidos de una lengua danzarina y doliente.
El tiento es tacto que acaricia y reconoce, música y danza, pero también golpes, difícil equilibrio entre los que fueron antes que nosotros y lo que no queremos ser (los invito a que vean en el Diccionario de la Real Academia las dieciséis defi niciones de la palabra). La familia es miedo. Sangre precisa. Déjenme leerles las primeras líneas del hermoso poema que da título al libro:
Una familia es tiento. Precisión de sangre.
Una familia es borde.
Derrumbe y asidero.
La habitación es el centro donde rondan los nombres.
Un padre es trayecto entre la creciente y lo que cae.
Algo ahí espanta.
Lo que aprendimos ahí no se consume.
Las fl ores artifi ciales no mueren (sabido),
todo lo fugaz es inconsolable (mi padre sobre la cal o la cal en él o el fuego abrasando su espalda).
Podríamos ser posibilidad. Podríamos ser el decorado.
Los que venimos de la muerte no sabemos dónde volver, dice más adelante un verso que es confesión y poema. Y las palabras de Rocío serán también entonces tumba, espacio del recuerdo, pequeño baúl donde ir acomodando esas huellas que han quedado sueltas, desasidas, olvidadas. Huellas que fl otan como marcas en las palabras, en cada frase, para ir señalando el camino a la nueva patria. A una tierra distinta. Pero si América es una madre que mata. “Hacer la América” ¿traiciona el ejercicio de adopción? ¿Es nueva orfandad?
Palabras como conjuro de madres a hijas. Palabras de desgarramiento, de espejos que jamás refl ejan rostros de mujeres. De pies ajados y tierra seca. De alas y murmullos sobre el mar. Recibe los hábitos. Una lengua. Raíces, huellas. Escisión o corte. Encadena la errancia.
Tiento es, entonces, plegaria dicha en femenino. Nombre y herencia.
[Texto leído en la presentación de Tiento, de Rocío Cerón, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, diciembre de 2010.]
Posted: April 24, 2012 at 8:42 pm