Three Poems by Silvia Eugenia Castillero
Tres poemas de Silvia Eugenia Castillero
Silvia Eugenia Castillero
Tsunami
It was a small world, rain vaporizing inside my nostrils, my half-open eyes exposed to the splintered elements. Then came the avalanche of forceful debris, debris? aggression? A violent basin of waterfall that fled into the sky, then fell—absurd, broken—torn from a poisoned cosmos, whiplashing, blowing fury from some foul, dark hole, spewing all its rancor from an abyss into our faces, falling onto our mouths—we could neither speak nor articulate fingers or knees, kneeling before the tumultuous water, drops threaded one after another in a vortex of current. We raised our voices in prayer, but they faded into the deluge, rocked between fists of water, gale-like blows of current that knocked us down. Our prayer plummeted into the depths, thrashed by the brusque, guillotined fall of water: that sharp curtain, almost a lance, a sword on our backs, falling ruthlessly, not knowing the subtlety of falling without further ado, stinging even the abyss, doing damage thus with all the drops together becoming lightning, vertical lines at sharp angles. Water, current, scraps of fury out of the dark side of the heavens, from the missing link of paradise, from a dislocated, abrupt life left beyond known, familiar spaces. Lashings, scalpels, knives, guillotines and disappearances right there, in the heart of the river, of the jungle, eyeless, tasteless, helpless to gaze at the selfsame wind, we were stranded, unconscious in the middle of the sea, conquered, the water pouring out its sorrow, its hard heart poisoning the cascades that, like vines, beat our bodies into darkness. In voluble deluges—brutal apocalypse—we were run through by death.
Mourning
Downriver this darkness
bores into my heart,
sinking in its metallic claws.
Sharpened, its knives
freeze out any attempt
at light, any sign
of balms. Sunflowers,
rivaled stained glass windows,
tattered water without light
hound me, shield me,
cowardly black
my hands abandon
steps frozen solid, the moon
turns it back and balances something
unattainable. Downriver I
sink, not seeing my reflection,
feeling only the bustle
of blackness
over my desire.
A deafening touch, my cells
—bound, gagged—
until I scream. And so
with sharp shocks
I decompress my nerves:
that is when I leave you.
Crucifixes
Splinter, chip, sawdust.
Misguided threshold.
There is where you are sunken by its blow,
a pinnacle that falls daily
into your smile
—afterwards astonished—
or over your meadow eyes
to pollute your greenery
with stagnant mud,
unsaid mud, mud like
a volcano that spews stones
—there is no liquid or light.
Only blocks come to you
thrown by my hands
empty of candor, filled
with acidic clods;
hands sharpened like swords
that hate.
They reach your neck and bind it
—besieged by rancor.
Since then, you have mistrusted
and fled —preferring
to ask the night
whether tomorrow will come,
those hands that wish
to avenge themselves
and sink their chagrin
into the open sky of your eyes.
Translated by Tanya Huntington
Silvia Eugenia Castillero es directora de Luvina, revista literaria de la Universidad de Guadalajara. Desde 2007 es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Tsunami
Era un pañuelo, la lluvia vaporizándose en mis fosas nasales, mis ojos entreabiertos en una intemperie de astillas, desde allí el desperdicio de fuerzas llegaba en avalancha, ¿desperdicio? ¿agresión? Un violento baldazo de cascada se había fugado al cielo y caía —absurdo, roto— triturado desde un cosmos envenenado, dando coletazos y aventando furia desde algún agujero inmundo, oscuro, y lanzaba todo su rencor desde un abismo hacia nuestros rostros, cabía sobre la boca —no podíamos hablar— ni articular los dedos y rodillas, hincados frente al tumulto de agua, de gotas juntas una tras otra en una vorágine de corriente. Alzábamos una oración pero se desvanecía en el diluvio, se mecía entre los puños de agua, los puñetazos de corriente como ventisca nos aventaban. Nuestro rezo caía en la hondura azotada por el brusco caer guillotinado del agua: cortina aguda, casi lanza, espada sobre nuestra espalda, caía sin miramientos, sin conocer la sutileza de caer sin más aguijoneando el propio abismo, lastimándolo así con las gotas juntas, volviéndose rayos, líneas verticales con ángulos agudos. Agua, corriente, retazos de furia venida del lado oscuro del cielo, del eslabón perdido del paraíso, de la vida dislocada y abrupta que se quedó fuera del espacio conocido, reconocido. Azotes, bisturíes, navajas, guillotinas y desapariciones allí mismo en el seno del río, de la selva, sin ojos, sin sabores, sin poder mirar al propio viento nos quedamos desmayados en medio del mar, vencidos, el agua vertió su tristeza y su duro corazón envenenó las cascadas que como lianas golpearon los cuerpos hasta la oscuridad. Con volubles diluvios —brutal apocalipsis— nos atravesó la muerte.
Luto
Río abajo esta oscuridad
me horada el corazón,
hunde su garra metálica.
Afilados sus cuchillos
congela cualquier intento
de luz, cualquier anuncio
de bálsamos. Girasoles,
vitrinas rivales,
girones de agua sin luz
me acosan, me acorazan,
cobardes los negros
mis manos abandonan,
ateridos los pasos, la luna
de espaldas balancea algo
inalcanzable. Río abajo me
hundo sin ver mi reflejo,
sólo siento el trafaguear
de la negrura
sobre mi deseo.
Un ronco tocar mis células
—atadas, amordazadas—
hasta que grito. Y
con toques agudos
descompreso mis nervios:
es cuando te abandono.
Crucifijos
Astilla, lasca, aserrín.
Umbral errado.
Ahí te hunde su golpe,
ese peñasco que a diario cae
sobre tu sonrisa
—atónita después—
o encima de tus ojos de prados
y contamina tu verdor
con lodo estancado,
lodo no dicho, lodo siendo
volcán que lanza piedras
—no hay líquido ni lumbre.
Llegan a ti sólo bloques
que lanzan mis manos
vacías de candor, llenas
de terrones ácidos;
filosas manos como espadas
que odian.
Llegan a tu cuello y lo atan
—sitiado por el rencor.
Desde entonces huyes
y desconfías —y mejor
le preguntas a la noche
si mañana vendrán esas
manos que se quieren
vengar de sí mismas
y hundir su desazón
en tus ojos de cielo abierto.
Silvia Eugenia Castillero es directora de Luvina, revista literaria de la Universidad de Guadalajara. Desde 2007 es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.