Qué pasa en las novelas
Lolita Bosch
Pensar literariamente supone, sin ninguna duda, romper mitos. Por ejemplo, el que tiene que ver con la acción de las novelas y nuestras maneras de crearla. Porque aunque necesitamos encontrar formas de pensar más allá (o más adentro) de la historia, lo cierto es que en una novela pasan cosas. Y resulta inesperadamente difícil saber qué cosas pasan. Nos sucede con las novelas que leemos (pruébenlo con amigos lectores) y nos sucede, sobre todo, con las novelas que escribimos.
Por un lado, hay que tener presente que lo que pasa en las novelas le pasa a tres personas: al personaje, al lector y al escritor. Porque si lo que pasa le pasara sólo al personaje, no estaríamos haciendo un texto literario sino narrativo: una historia. Pero, si al contrario, lo que pasa le pasa también al escritor y al lector, entonces estamos frente a una experiencia literaria. Es decir, un espacio en el que el escritor construye una verdad y el lector es quien la interpreta.
¿Y qué verdad somos capaces de construir? ¿Cuál es la verdad literaria? ¿Por qué las novelas dicen la verdad?
A menudo respondemos, burdamente, a estas preguntas diciendo que nuestros personajes tratan de decir “su verdad” (como si tuvieran una) o cuentan algo que “es así” (como si pensar que las cosas son siempre así, no fuera la raíz del fascismo). Pero por suerte la verdad literaria es más compleja, más completa y mucho más extraordinaria.
Parte del hecho de que el mundo es, en realidad, un lugar incomprensible. Y que los seres humanos vistos de muy, muy, muy cerca, también. Incluso nosotros mismos. Esa unicidad no tiene por qué ser entendible ni transferible. Pero lograr que el lector se identifique con el hecho de la unicidad del otro es decirle la verdad.
Porque él, nuestro lector, es también un ser único.
Y por eso, y porque –como diría Cortázar–: el lector siempre es inteligente, puede reconocerse en lo extraordinario de todos y cada uno de los seres humanos, todas y cada una de las situaciones, los lugares, los tiempos, los procesos y las ideas.
“La verdad tiene estructura de ficción”, decía Jacques Lacan. Que es un resumen perfecto para desmentir la supuesta verdad social que compartimos, y que tiene que ver con épocas, clases sociales, géneros, tendencias y un largo etcétera; y enaltecer la estructura de la ficción como la única capaz de construir algo que sea, en efecto y para siempre, verdadero.
En mis seminarios suelo preguntar a mis alumnos y alumnas cómo saben que están diciendo la verdad, cuándo sospechan que la están construyendo. Y he escuchado muchísimas respuestas distintas: que lo que le ocurre a alguien es siempre verdadero (como si fuéramos capaces de entenderlo y transmitirlo), que la vida siempre es verdadera (como si fuéramos capaces de abarcarla), que el avance del tiempo es verdadero (como si supiéramos aprehenderlo) o que la verdad literaria es aquello que se corresponde con la intención del escritor. ¿Por qué?, les pregunto a mis alumnos y alumnas. ¿Acaso la intención del escritor es consciente?
Y digan lo que digan, debatamos lo que debatamos, siempre acabamos llegando a la misma conclusión: obviamente, no. La intención del escritor no es consciente.
Y ocurre que la verdad no se puede decir (porque propiamente hablando no escribe fuera de nuestras creencias, nuestra experiencia y nuestras convenciones), pero sí se puede construir. Y ésa es, en última instancia, la función de una novela: construir un mundo comprensible. Y porque es comprensible, es verdad.
Verdad es lo que somos capaces de comprender profundamente y nos hermana. Verdad es lo que somos capaces de deducir en los demás porque nos identificamos. No porque nuestra historia haya ocurrido en la realidad (que nunca, nunca debemos confundir con la verdad) ni porque un escritor tenga una intención pura (porque el arte es mucho más complejo) ni porque los personajes sean coherentes (eso es sólo lógica). Sino porque el lector es capaz de deducir en el mundo que lee una verdad. Y esto le permite, en última instancia, interpretarlo.
El escritor mexicano Emiliano Monge lo resume así: “Lo increíble de la literatura es que logra hacer algo mejor que el escritor, más terminado que el escritor, más comprensible que el escritor y más pragmático que el escritor”. Es decir que del escritor logra sacar un mundo comprensible. Y eso nos debería parecer casi un milagro. Porque en la realidad la verdad no existe, es algo que sólo construye la literatura (y muchos discursos paralelos que la usan como herramienta principal para convertir la ficción en algo asimilable como verdad. Por ejemplo, la filosofía).
Nosotros solo podemos creer lo que somos capaces de construir o deducir. Es decir, que podríamos advertir antes del inicio de todas las novelas que son verdad porque son mundos que hemos creado nosotros (muchos yo). Y son así porque los hemos construido desde esa subjetividad única y extraordinaria en la que tú lector, sin duda, eres capaz de reconocerte.
Imaginemos, por ejemplo, que queremos escribir sobre la guerra de Siria y nos vamos un año a vivir allá para tener la sensación de haberla entendido. Pero lo cierto es que, a menos que personalices la historia de alguien que genere empatía, cuando contemos la guerra no diremos nada diferente a lo que dicen los telediarios. Y eso sucede porque sólo se puede construir subjetivamente. Por eso lo que haces para entenderla es escribirla. Porque es lo que permite que aflore la verdad.
La escritura te permite decir la verdad. Coge un trozo de mundo y hace que le ocurra a una persona (que no es lo mismo que personalizar un suceso en una persona, como suelen hacer, de manera cada vez más abusiva, los grandes medios de comunicación). Y por eso se vuelve comprensible, porque lo único que es verdad es lo subjetivo. No como ejemplo, sino como certeza.
Y si no la construimos así es porque esta novela concreta en la que estamos trabajando todavía no la hemos conseguido abrochar, para usar un término del psicoanálisis, y debemos replantearnos una y otra vez: ¿dónde estoy yo aquí?
Lolita Bosch nació en Barcelona en 1970, pero vivió mucho tiempo en Albons (Baix Empordà). También ha vivido en Estados Unidos, India y, durante diez años, en la Ciudad de México. Ha publicado, entre otras novelas, Tres historias europeas, La persona que fuimos, La familia de mi padre o Esto que ves es un rostro, así como su antología personal de literatura mexicana Hecho en México y el ensayo narrativo Ahora, escribo. Su Twitter: @LolitaBosch
Posted: February 29, 2016 at 10:17 pm