Essay
Juan José Arreola: el ajedrez y el ping pong

Juan José Arreola: el ajedrez y el ping pong

Gilberto Prado Galán

El diccionario de la RAE dice que rizoma es un “tallo horizontal y subterráneo, como el del lirio común” (volumen II, p. 1979). Está en boga el pensamiento digresivo, el pensamiento que olvida el curso y privilegia los excursos. En esas deliciosas memorias que comprenden los primeros años de Juan José Arreola, contadas a Fernando del Paso, hay dos revelaciones acerca de las manías lúdicas del confabulista de Zapotlán el Grande: el ping pong y el ajedrez. Dos pasiones intensas, vividas, a lo largo de varias décadas, sin desapego absoluto. Al hablar de Juan Rulfo el imaginista explica que el pensamiento del autor de Pedro Páramo se movía con “espíritu de alfil”, esto es, sesgado, con trazos diagonales, con perspectiva lateral, sin encarar el asunto de manera directa: más ajedrez que ping pong, por supuesto. El pensamiento de Juan José Arreola gusta del contagio semántico, de la red metonímica, de dar saltos breves (movimiento de peón) o saltos contundentes (el mate del loco) o avances en diagonal (trote de alfil) o desplazamientos horizontales (voluntad de torre, trayectoria rizomática). Y en Arreola sí hay, en contraste con la forma de conversar de Juan Rulfo, confrontaciones de ping pong intelectual.

unnamedSorprende que no sólo en Memoria y olvido Vida de Juan José Arreola (1920-1947) contada a Fernando del Paso haya sido mencionado el juego del ping pong. En un libro anterior — Conversaciones con escritores— Federico Campbell entrevista al autor de Confabulario: “Usted conoce mis arrebatos líricos, coléricos. Como en el ajedrez; de pronto soy un jugador que pone en predicamento a un jugador de primera categoría, y de pronto puedo hacer una partida casi magistral, y la he hecho; a veces a mi hijo Orso que es uno de los mejores jugadores de ping pong lo pongo en unos aprietos terribles y me trepo a 20 iguales. Porque estoy poseído, arrebatado” (p. 48). Podemos decir, con habilidad de juego verbalista, que Arreola (ping)pone a su interlocutor en “aprietos terribles”. Y lo pingpone así porque su discurso, sesgado, rizomático, saltatario, también juega al jaque mate y a la muerte súbita. Arreola sabía rodear al rival: lo asediaba y luego lo ponía frente a sí, para evidenciar sus dolencias: mayéutica ajedrezística con remates de ping pong.

La relación de Juan José Arreola con los juegos del ajedrez y del ping pong es más que un dato curioso, más que una anécdota baladí. En la conversación con Fernando del Paso, el autor de El guardagujas dice: “Un día, a uno de estos huéspedes se le ocurrió comprar una mesa de ping pong y, con el permiso de mis tías, colocarla en el patio. Eso fue el principio de la fiebre del ping-pong. Jugábamos como locos. Aunque hubo épocas largas en que no jugué ping pong, siempre que volví lo hice como si no hubiera pasado el tiempo. Sin perder la forma. Construí algunas mesas de ping-pong e incluso hice algunas raquetas. (p. 69)” (el énfasis es mío). Asombra la revelación. En otras zonas de su conversación con Federico Campbell señala:

Mis juegos infantiles fueron las artesanías. Siempre estábamos armando y desarmando, construyendo y destruyendo cosas de carpintería o herrería. Siempre me atrajo el tratamiento de la madera, los ensambles, los jaspes. De esa facultad de aplicar mis manos a la materia nace un recuerdo. Mis hermanos, salvo Antonio que es universitario y yo, son todos muy buenos artesanos. Respecto a uno de mis hermanos yo sentía cierta rivalidad, o cierto sentimiento de inferioridad, porque él era y es ahora un artesano genial. No pudiendo competir con él como artesano del hierro y la madera, derive a la artesanía del lenguaje (p. 39). (El énfasis es mío).

Sorprende este pasaje por su sinceridad insobornable y, además, porque explica el proceso introspectivo, de avivada combustión interna, del escritor respecto de su principal herramienta de trabajo: Juan José Arreola no sólo jugó con las palabras, sino que las modeló, les dio forma, las armó y desarmó de manera simétrica al proceso artesanal de construir una mesa de ping pong o un par de raquetas. Y algo más. En la reciente cita recuperada de la conversación con Fernando del Paso, el escritor de Jalisco ha escrito “Aunque hubo épocas largas en que no jugué ping pong, siempre que volví lo hice como si no hubiera pasado el tiempo. Sin perder la forma”. Y en efecto: la literatura era para él la forma, y nunca perdió la forma este artesano del ping pong, del ajedrez y del idioma.

– Gilberto Prado Galán (México 1960). Minas y teodolitos es su más reciente libro.


Posted: April 7, 2012 at 8:24 pm

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